sábado, 22 de diciembre de 2018

Cita Libro: La guerra de los Viracochas - SEGUNDA PARTE


SE  ROMPE  EL  ENGAÑO

Tras las celebraciones fastuosas por el triunfo de la legítima dinastía cuzqueña vino, lentamente, el desengaño de Manco Inca y de los orejones imperiales.  Tal hecho se debió a que los españoles, una vez dueños de la situación, se revelaron tales cuales eran.  Vencidos los Generales de Atao Huallpa y apropiados del Cuzco tras engañar a Manco Inca, cambiaron de conducta mostrando sus verdaderas intenciones.  El trato amistoso hacia los nobles incaicos desapareció.  Fue reemplazado con violaciones, saqueos, robos, torturas, humillaciones y asesinatos.  De respeto falaz se pasó al vejamen; y del cinismo a la burla.
En un principio hubo, entre los Hanan Cuzcos, muchas dudas en torno a la actitud que se debía adoptar frente a tan extraña situación. ¿Cómo explicarse el raro cambio de los hasta entonces justicieros Viracochas? Mil respuestas debieron surgir.  No fue violentamente, sin duda, como los orejones cuzqueños dejaron de creer en la divinidad de sus incondicionales aliados de otrora.
Manco Inca, especialmente, quien había propiciado la política de unión con los Viracochas,  fue uno de los últimos en darse por vencidos.  Hubo de sufrir serios ultrajes para que cayera en cuenta de su grave error.  Hasta dos veces estuvo en cadenas el joven Inca; presionado con cobardes amenazas, para que pagara sendos rescates por su libertad.
La llegada de Hernando Pizarro al Cuzco –quien venía desde España-, atenuó en algo la desdicha del monarca quechua; pero la insurrección ya estaba decidida por los Hanan Cuzcos; siendo Villa Uma, Cahuide y Tisoc los dirigentes más radicales.  Secretamente se trazaban claros planes de reconquista, expulsión y muerte de los castellanos.  Estos por su lado, mientras tanto, y no sin destreza, habían fortalecido sus lazos de amistad con determinados sectores de la heterogénea sociedad del Tahuantinsuyo.  Aún en el Cuzco conservaron algunos partidarios, fundamentalmente en el seno de los Hurin Cuzcos.  Fueron adalides de la tendencia hispánica Pascac Inca y Paullo Inca, hermano e hijo de Huaina Capac, respectivamente.  Jefes indios a cuya decisión, firmeza e influencia muchos escritores atribuyeron en el siglo XVI que el Perú se mantuviera en el seno del Imperio Español.  Esos pocos aristócratas incaicos no supieron estar a la altura de las legendarias tradiciones del Cuzco Imperial y negaron a su raza; a cambio de mercedes y privilegios.


FUNDACION  DE  LIMA

La segunda mitad de 1534 y el año de 1535 fueron –a pesar de los vejámenes a los Hanan Cuzcos– de acelerado proceso de hispanización del Tahuantinsuyu; favorecido por la notable experiencia logrado por los castellanos en cuarenta años de conquista de señoríos americanos.
Se fortaleció así los pocos centros españoles existentes; y surgieron otros nuevos.  Símbolo de aquella etapa fue la fundación de la Ciudad de los Reyes (Lima), al borde del mar, el 18 de enero de 1535.  Se trasladó así la capital hispánica de Jauja al valle del Rímac.
Con esta medida, el Cuzco y los Andes quedaron postergados; y se escindió al Perú.  La capital nueva debió permanecer, al igual que en México, en el asiento de la vieja capital india.  Pero era grande el temor a los orejones y mucha la rudeza del clima.  Se prefirió pasar  al litoral; puerta de socorros o de fuga.
En el Rímac los españoles –al igual que lo hicieron en otras comarcas– fueron afianzando sus vinculaciones con antiguas aristocracias locales; con aquellas castas señoriales de las sociedades pre-incaicas; grupos estos que fueron en parte marginados por los Incas tras la expansión imperial cuzqueña.  Engañados por los cristianos, o sobornados por éstos, esos régulos locales habrán de ser el mejor escudo de los castellanos en muchísimos lugares, al producirse la insurrección de Manco Inca.  Rivalidades con los Incas los mantuvieron en pasividad o los empujaron a prestar su adhesión a España.


LAS  RIVALIDADES

Durante este lapso, igualmente, han surgido hondas rivalidades entre los conquistadores.  El oro, los indios y la tierra no han bastado para satisfacer todas las ambiciones.  La mítica fama dorada del Perú atrae gente de todas partes pero no hay ya tesoros que darles.  Los españoles que llegan piden privilegios.  Los que recibieron poco en la primera hora de la Conquista, demandan nuevos repartos o traman la liquidación de los castellanos ricos.  Continuamente arriban a las playas peruanas oleadas de peninsulares que ya nada tienen que conquistar; pero que, eso sí, exigen tierra y señorío.  Por encima de la servidumbre de los indios y de la desintegración de la eficaz economía incaica, iba agravándose una crisis entre los mismos cristianos.
Algunos conquistadores disgustados con el clan Pizarro se fueron, osadamente,  a buscar nuevas aventuras, como Hernando de Soto.  Otros, como el soldado cronista Ruiz de Arce, se fueron a Europa a gozar de sus fortunas.


EXPEDICION  DE  ALMAGRO  A  CHILE

En medio de las tormentosas relaciones entre los cristianos en el Perú destacaba la sorda pugna de los dos grandes de la Conquista: Francisco Pizarro y Diego de Almagro.  En más de un momento estuvo a punto de estallar la primera guerra civil española.
La crisis halló una solución temporal en la Conquista de Chile.  Así jurándose paz eterna sobre una hostia consagrada, ambos jefes transigieron momentáneamente en su lucha por el Cuzco acordándose que uno de ellos, Almagro, iría a sojuzgar el extremo sur del Tahuantinsuyu.  Tantas y tan excelente eran las versiones que corrían sobre la opulencia de esas comarcas que invirtió en la expedición casi todo su caudal; que era enorme a consecuencia del reparto del oro y de la plata del Cuzco.

Partió a principios de julio de 1535, con varios cientos de españoles; amparados en el príncipe Paullo Inca y sus treinta mil indios auxiliares.  Fue también como ellos el Villa Uma, quien conspiraba ya contra los castellanos.
La expedición constituyó un desastre absoluto.  Se perdió caudales, hombres, esclavos y siervos.  Las páginas más trágicas de esa expedición están referidas a los pavorosos sufrimientos de los indios siervos.  Para evitar las fugas se usaban sogas y cadenas: “Español hubo que metió doce indios en una cadena y se alababa que todos doce murieron en ella y cuando ya el indio había expirado, por espantar a los otros, y por no desaherrojarlos, le cortaba la cabeza por no abrir el candado de la cadena”.  A los enfermos y cansados no los dejaban en paz “hasta que muriese del todo”.  Parece fantasía, pero testigos presenciales –un sacerdote como Cristóbal de Molina– cuenta espantado que hasta a los grandes perros y potrillos se los llevaba en andas y en hamacas.
Viendo tanta abyección, Villa Uma fugó, muy al sur, del campamento de Almagro; decidido a retornar al Cuzco y acelerar el desencadenamiento de la rebelión.  Villa Uma fue seguido de  Felipillo, quien, alcanzado por partidas de caballería española, sufrió el descuartizamiento.
Desde entonces Diego de Almagro y Paullo Inca perdieron todo contacto con el Cuzco.  Sólo año y medio después ya de regreso del lejano Chile, estando en el valle del Misti, se enteraron de la insurrección cuzqueña.  Los huesos de quince mil indios auxiliares, numerosos españoles e incontables negros, dejados en nevados y arenales, fue todo el fruto de esa costosa expedición.  Para entonces hacía ya dieciocho meses que Manco Inca señoreaba desde Jauja hasta el Collao.
LAS   LEYES   ESPAÑOLAS

Por  esta época había también otra España.  La  España sublime del Renacimiento en la cual ya escribía el poeta Garcilaso y el anónimo del Lazarillo de Tormes;  y donde tallaba el Berruguete.  Aquella España que después habría de obsequiar al mundo con el Quijote, con extraordinarias pinturas y versos exquisitos.  La otra España que dio a los grandes del Derecho.  A Francisco de Vitoria y a toda su escuela.  A ese Vitoria que desde su cátedra en la famosa Universidad de Salamanca negaba al Papa potestad temporal y al Emperador títulos suficientes para decidir sobre el porvenir de los pueblos americanos.  Aquel Vitoria que dictaba su cátedra audaz, mientras los Pizarro quemaban indios en el Perú con la tolerancia de los capellanes.
Muchos fueron los juristas que siguieron la huella de aquel gran sacerdote y verdadero cristiano que fue Francisco de Vitoria.  Los lauros de la fama se los llevó Fray Bartolomé de las Casas, quien, con sus exageraciones, con su pasión de apóstol, tanto hizo en pro de una nueva legislación a favor de los indios del nuevo continente.
Todas esas leyes, no obstante, caían siempre en el vacío.  Las tendencias protectoras de la Corona, jamás fueron aceptadas por los conquistadores castellanos.  Fue letra muerta.  Lo máximo que se lograba  era el ocultamiento de las matanzas y de la violencia en general.  De allí que las crónicas oficiales fuesen tan pudorosas para narrar determinados hechos de sangre.
Los conquistadores argüían que la conquista se había gestado como empresa privada.  Jamás Carlos V arriesgó un maravedí de sus arcas, o la sangre de uno de sus soldados en la empresa de conquistar América. Por tanto –para ellos-, aunque no lo expresaran nunca abiertamente, no tenía mucho derecho para intervenir en las cosas de estas tierras. Germinaba entre las huestes conquistadoras un indiscutible sentimiento autonomista, apenas frenado por el temor casi religioso que existía por el Rey.  Por un Carlos V que, además, era en esos tiempos el señor del mundo.


LOS  PRECURSORES

Entre los numerosos movimientos menores que se pueden considerar como de carácter precursor del levantamiento de Manco Inca se hallan dos que merecen ser destacados en forma especial.
El primero de ellos es el de Tisoc, un tío de Manco Inca, y por tanto de linaje imperial.  Este orejón ilustre se sublevó en el centro de los Andes, teniendo como ejes las belicosas regiones de Tarma y Bombón.
Al ser combatido por las mesnadas castellanas, dado lo reducido de sus fuerzas, no tuvo más remedio que perderse en la espesura de la selva.  Pero antes de hacerlo “avisó a su sobrino Manco que lo más presto que pudiese procurase de salirse de entre los castellanos y juntase gente y les hiciere la guerra, que él acudiría”.
El otro caso tiene perfiles de grandeza clásica.  Fue un levantamiento fracasado por la fratricida división entre los indios del sur.  Pero su final resultó tremendo, pues varios de los jefes se suicidaron para no caer en la tortura y la muerte infame.  Por último, “un principal y de buena persona, nombrando muchas veces a Huaina Capac, ató en una cuerda a su mujer y dos hijos, con seis ovejas y seis fardelas y dando dos o tres vueltas al brazo, cerrando los ojos, se despeñó por aquellos grandes riscos llevando tras de sí aquella compañía.
Era época en que se multiplicaban los suicidios.  Pronto empezarían a multiplicarse los asesinatos de españoles.  Se estaba ya a las puertas de la gloriosa insurrección.

REGRESA  EL  VILA  UMA

Precipitadamente ha retornado de Chile el Vila Uma o Sumo Sacerdote.  Ha dejado allá a Diego de Almagro y a Paulo Inca, el gran aliado de  españoles, quien tiene aún bajo su mando unos veinte mil hombres en esa expedición.
Vila Uma adelantó su decisión, seguramente, al contemplar los innumerables abusos cometidos por los castellanos en el sur del Tahuantinsuyu.
Por caminos secretos debió llegar Vila Uma al Cuzco;  donde ya se lo acusaba de haber agitado el Collasuyo.  Manco Inca lo excusó hasta donde le fue posible; y finalmente fue a verlo.  Entonces Vila Uma y otros representantes de la nobleza cuzqueña manifestaron claros puntos de vista a Manco Inca sobre la urgencia de una inmediata insurrección.  Era buen momento, pues cientos de españoles estaban comprometidos en la conquista de Chile y con ellos estaba Paulo Inca.  Tras un prolongado y difícil proceso conspirativo, el joven Rey aceptó el proyecto y acordó salirse del Cuzco con pretextos de nuevos tesoros, Hernando Pizarro cayó en la trampa y lo dejó partir, aunque con custodia de españoles y contingentes de indios fieles.  Muchos rumores corrían ya de levantamientos.


LA   ESCISION  TRAGICA

Las rivalidades dinásticas entre los Hanan Cuzcos y los Hurin Cuzcos no se habían apagado aún.
Fue así como en el momento decisivo no acompañaron a Manco Inca en su heroica empresa “por particulares pasiones u odios que entre ellos hubiese”.  Pascac, Huaypa Rosu, Cayo Tupac, sobrinos todos de Huaina Capac, y Rimachi, así como “muchos indios naturales del Cuzco”.  El ciego sentido de fidelidad  a sus Curacas hizo que gruesos sectores del sur del Tahuantinsuyu combatieran también por España; a causa de la actitud adoptada por algunos dirigentes indígenas Hurin.
Se negaron terminantemente a salir con Manco Inca hacia Yucay –sede de la conspiración-, los Cañaris y Chachapoyas, bravos guerreros que decidieron dar todo su apoyo a los castellanos.
Llama en realidad la atención el modo como Manco Inca logró engañar a Hernando Pizarro, pues era voz general en el Cuzco que se preparaba el levantamiento.  Los mismos españoles se lo dijeron al jefe castellano.  Se lo confirmaron tardíamente los dos cristianos que el Inca envió de regreso desde Yucay.




COMBATE  DE  YUCAY

Enterado de la verdad, Hernando Pizarro, despachó de inmediato un pelotón de caballería para traer al Inca antes de que acopiase gente: “se defendió con grandísimo ánimo y osadía y embistiendo a los españoles los hizo retirar y a los indios que venían con ellos, y no contento lo fue siguiendo y lo hizo huir hasta el Cuzco”.


EL  GRAN  ERROR  DE  MANCO  INCA

Error gravísimo de Manco Inca desde la iniciación de la Reconquista fue su política draconiana hacia los indios aliados de los españoles.  Decretó la pena de muerte inmediata para cuanto indio amigo de cristianos cayera en manos del ejército cuzqueño.  Esta actitud le enajenó eventuales socorros que habían llegado hacia él, procedentes del campo español.  Particularmente se sabe que los siervos yanaconas, desengañados del trato que les daban los castellanos, ansiaban pasarse a las filas rebeldes.  Pero los castigos de Manco Inca los hicieron, primero vacilar, y luego mantenerse en el bando cristiano para salvar sus vidas.
Manco actuó así movido por la natural repugnancia que le provocaban quienes seguían ayudando a enemigos declarados de su raza.  Pero no comprendió con claridad que en el seno de la sociedad incaica existían aún diversas concepciones que separaban mucho a unos pueblos de otros: lenguas, tradiciones, costumbres, economías, leyes.  Además las antiquísimas rivalidades del Cuzco con varias confederaciones tribales no se habían borrado; y sus jefes seguían valiéndose de los españoles para recuperar privilegios.  Numerosos altos Curacas de provincias mantuvieron su adhesión a los cristianos.
Por su lado los yanaconas no se quedaron atrás ante las medidas represivas del Inca.  Iban en las batallas “cortando piernas y brazos con infinito derramamiento de sangre”.  “Ningún daño mandaban hacer los españoles en esos indios de servicio que no los ejecutaban como si fuera contra enemigos capitales”,  se lee en testimonios de dicha época.  Fue crecidísimo su número en el Cuzco, pues los españoles los trajeron en abundancia de todas las comarcas del Tahuantinsuyu recorridas desde la iniciación de la Conquista del Perú.


OTROS  INDIOS  ALIADOS

Tuvieron en el Cuzco por Capitán a Pascac, hombre esforzado que luchó denodadamente por la causa de España.
Los núcleos fundamentales fueron integrados con los aguerridos Cañaris, endurecidos enemigos de los Incas.  Sus batallones constituyeron el mejor escudo de los castellanos.  Al lado de ellos estaban los Chachapoyas, que destacaron también por su valor.  Numerosos indios cuzqueños, siguiendo a los príncipes pro-españoles se batieron, asimismo, en el Cuzco contra Manco Inca.  Finalmente, cabe considerar a los Nicaraguas y Guatemalas, indios centroamericanos traídos por miles al Perú y que fueron siervos fieles de sus amos cristianos.
Aparte de los siervos yanaconas peruanos se debe mencionar también a los esclavos negros; que jugaron papel decisivo en aquel momento histórico.  Ya se contaban por cientos y quizá por miles en el Perú.  Pelearon también al lado de sus amos contra la insurrección cuzqueña.
Pascac, el capitán general de los indios aliados, parece que fue el hombre de consejo y experiencia.  En las antiguas relaciones aparece consultado sobre las medidas bélicas a adoptarse.  Por lo demás era viejo pizarrista.  Jamás fue del bando almagrista.
Meses más tarde, mucho después de estallado el levantamiento, Manco Inca habría de recibir un rudo golpe cuando se le apartaron varios de sus colaboradores de sangre real: Cayo Tupac, Cari Tupac y Huallpa Roca, “cada uno de ellos con grandes cuadrillas de indios”.  Todos pasaron a auxiliar a los cristianos y sus aliados que sufrían gran hambre en el Cuzco.


UN  AUSENTE  IMPORTANTE

Por el momento no consideramos al mejor aliado que los cristianos tuvieron en el Perú: Paulo Inca.  Cuando se produce el ataque al Cuzco por Manco Inca, este príncipe se halla todavía en las campañas de Chile con Diego de Almagro; combatiendo en vanguardia con su prestigio de hijo de Huaina Capac.  Más tarde,  ambicionando la corona incaica, se lanzará decididamente contra su hermano.
Su participación en las campañas contra Manco Inca será de tal magnitud que no faltó quien dijera en esos tiempos que Paulo era el ”gran pilar de este reino”.  “Si no fuera por él a repelones hubieran muerto a todos los españoles”.  Al  igual que Manco luchaba a la europea, (con casco, coraza y espada y montado) y fue siempre seguido de considerables masas indígenas; las cuales no atendían sino a su calidad de príncipe imperial de primera sangre.


LOS  COLLAS

Los collas del altiplano habrían sido un factor decisivo en la primera etapa de la guerra de Reconquista de Manco Inca.
Pero no participaron en el ataque inicial al Cuzco.  No se logró coordinar una campaña conjunta con esa poderosa nación, separada también del Cuzco por lengua, religión, leyes y tradiciones.  Sólo mucho después se unirán a Manco Inca.  Se batieron además con mucho coraje, pero será demasiado tarde para inclinar la suerte a favor de la insurrección.  Manco Inca se hallaba ya a la defensiva.
La otra gran comarca del Tahuantinsuyu, Quito, no participó tampoco en el levantamiento. Aún estaba frescas las heridas de las crudelísimas guerras contra el Cuzco; especialmente las libradas entre Manco Inca y Apo Quizquiz.  Esto aparte, sus reservas humanas  debían hallarse muy  mermadas, tras la resistencia de Rumi Ñahui a los conquistadores.
Vistas en aprestado resumen las disenciones indígenas, especialmente las de tipo aristocrático, entremos ahora al desarrollo cronológicamente ordenado de la insurrección de Manco Inca.


ATAQUE  AL  CUZCO

Pronto reunió Manco Inca un ejército de unos cuarenta mil soldados, procedentes de todas las comarcas del Tahuantinsuyu inmediatas al Cuzco.  Eran sus generales Vila Uma, Inquill Inca, Coyllas, Cori Atao, Taipi, Lliclli, Surandaman, Quicana, Suri Huallpa y Ronda Yupanqui.
Se dividieron las zonas de ataque y decidieron presionar simultáneamente en siete frentes distintos.
Esto ocurría a fines de abril de 1536.  Pronto empezó a rodear el Cuzco una masa imponente de soldados.  Manco Inca, sin embargo, no atacó de inmediato.  Se limitó a ordenar que se sacaran de sus lechos a los riachuelos.  Eso sí, dispuso la toma de la fortaleza de Sacsahuamán.


CAPTURA  DE  SACSAHUAMAN

Los castellanos habían entregado a los Cañaris la defensa de Sacsahuamán.
El encuentro debió ser muy sangriento dada la enorme rivalidad existente entre los dos grupos.  Vencieron los cuzqueños, tras dos días de combate, posesionándose del más importante bastión de esa zona.  No existen mayores datos sobre aquella batalla por cuanto se libró sólo entre indios, sin participación de españoles.


CUERPO  A  CUERPO

Por todos los cerros que rodean a la capital incaica empezaron a descender los cuzqueños.
Los jinetes hacen maravillas para contener a los atacantes.  Pero no pueden vencerlos, como creían.  Los cuzqueños, con su infantería ligera de formación simple, con sus diademas de plumas y sus escudos de estera, atacaron muy animosamente a los cristianos.  Y aunque resultaban abatidos por todos lados, siguen avanzando en el campo enemigo.  Nuevas hileras de soldados reemplazan a las que caen.  Sus caudillos, luciendo las mejores galas, con sus vistosas insignias, combaten en primera línea, alentando a sus esforzados guerreros. Así, ante el asombro europeo, pese a la feroz carnicería,  a pesar de que las endebles armas de madera eran segadas por los tajantes aceros castellanos, mientras las porras de piedra se destrozaban sobre los yelmos y corazas de hierro, los capitanes de Manco Inca continúan adelante sobre un suelo apenas manchado con la sangre española.  Tinto sí de la sangre de los indios aliados de los cristianos, que constituían la fuerza de choque de los defensores.
Para detener la furia de los caballos, los cuzqueños, conforme avanzan, van construyendo fosos con estacas.  Empantanan cuanto pueden y una vez en las calles de la ciudad la van incendiando mientras construyen improvisados muros de piedra.  Las más atrevidas de las cargas de los jinetes cristianos tienen que ser lanzadas, precisamente, contra esas albarradas: que los caballos rompen con sus pechos mientras hieren y matan a los jinetes, al paso que los indios aliados deshacen lo levantado por los sitiadores.  Los Pizarro presentes en el Cuzco –Hernando, Gonzalo y Juan– se baten con singular denuedo y son ejemplos para sus infortunados compañeros de armas.
En la lucha no hay cuartel.  Los prisioneros de uno y otro bando son inmediatamente descuartizados.  Así acaban españoles y caballos y sobre todo los Cañaris, Chachapayas, Nicaraguas, Guatemalas, yanaconas y negros.  Igualmente, tal suerte corrían los cuzqueños.  Es así como en medio de una atroz carnicería el cerco se va estrechando y los defensores acosados por todas partes se van reduciendo a un espacio cada vez menor.  En los peores momentos sólo quedarán en manos de los sitiadores la gran plaza principal y parte de sus alrededores.
Fue entonces cuando muchos de los españoles así encerrados –que no llegaban a doscientos-, comenzaron a vacilar; especialmente los peones de infantería.  Los indios aliados seguían batiéndose por decisión, pero los cristianos empezaron a temer por sus vidas.  Algunos hasta se escondieron entre las pilas del forraje.  Es entonces cuando, de hecho, asume el comando Hernando Pizarro por encima de su hermano Juan, quien era, legalmente, el jefe de la plaza.


FIEREZA  DE  LA  LUCHA

Todo el odio de un pueblo humillado se volcó esos días en las calles del Cuzco contra los castellanos y sus aliados.  Los cuzqueños “con este tesón y perseverancia más de fieras encarnizadas en su propia sangre  que no de hombres a los españoles muy apretados y apurados diecisiete días continuos en el mismo puesto y lugar sin casi dejarlos descansar”…”que nunca paraban aunque veían caer muertos a lanzadas delante de sus ojos a sus hijos, hermanos y parientes, antes esto los embravecía más y se entraban ciegamente por las lanzas y picas siempre con la esperanza los habrían de degollar presto y volverlos en ceniza”.
Los indios cuzqueños hostigaban con gritos y bravatas a los sitiados.  La situación en un momento fue tan grave que cuenta Pedro Pizarro –quien allí combatió como los mejores– “los españoles se escondieron creyendo que los indios ya nos llevaban de hecho”.  Hernando Pizarro afrentó públicamente a un castellano por su cobardía y quiso ahorcar a otro.  Y no faltó español que se entregó a los cuzqueños, pasando desde entonces a servir a Manco Inca.  Hernando Pizarro,  previendo las dificultades que sobrevendrían cuando el combate llegara a su punto más arduo, no concedió ninguna posesión de responsabilidad a los peones.  Desechada la infantería, solo la caballería tuvo que batirse allí; respaldada, eso sí, por los miles de indios aliados, que se portaron también con un valor a toda prueba: “los yanaconas e indios amigos también ayudaban por su parte tirando sus hondazos por sus cuadrillas”.  La lucha entre indios adquirió caracteres de espantosa matanza.
Otra tortura era el humo.  Alonso Enríquez de Guzmán cuenta que “demás de la ferocidad y multitud de ellos (los atacantes) era tan grande el humo que no nos veíamos los unos a los otros en la ciudad, porque acertaron en día de mucho aire”.  Casi toda la población estaba quemada y los castellanos apenas si poseían la gran plaza principal y lugares adyacentes.  A estos factores se sumaba el ensordecedor griterío de los cuzqueños; quienes siempre combatían con alaridos de triunfo: “era tanto el alboroto y grita de los indios y de bocinas que no había hombre que no anduviese como atónito de las voces”.  Y unas tras otras salían las filas cuzqueñas “a pelear con lanzas, dardos y porras en las manos”, en medio de “muchos chiflos y bocinas y trompetas y gran gritería de voces”.  “Era tan grande la grita de los indios y el humo tan espeso que no se veían ni oían los unos a los otros”.  El ejército cuzqueño “se ensoberbecía, pareciéndole que ya los españoles no eran parte para defenderse”, “con grandísima determinación se metían por las calles y peleaban mano a mano con los españoles”.
Toda esta situación era mucho más difícil de lo que parece si se considera que  la lealtad de los miles de indios amigos que allí combatían contra las tropas cuzqueñas no era cosa del todo segura; ni tampoco las de los muchos esclavos negros a los cuales se armó para la defensa.  Gran temor debieron tener los castellanos de un probable abandono o rendición por parte de esos sectores aliados; que llevaban la peor parte de la lucha.
Otro elemento decisivo era la vacilación de la infantería española.  Son cronistas castellanos que allí combatieron quienes escriben que durante el cerco del Cuzco sólo los “de a caballo hacían la guerra, porque los demás representaban gente”…la gente de a pie la mayor parte de ellos era flaca y ruin”…“y los de a pie hacían, poco, porque los indios no los tenían en nada, y era cierto así que un indio podía más que un español de a pie”…” los indios hacían muy poca cuenta de ellos”.


EL   VALOR  DE  UN  JEFE

En tan difíciles circunstancias asomó más que nunca la calidad de hombre de guerra de Hernando Pizarro.  Afrentando a los cobardes y animando a los valientes, se negó rotundamente a toda fuga o rendición.
“Juraba sobre el hábito de Santiago no desamparar el pueblo aunque todos lo desamparasen, sino de morir en la Plaza del Cuzco, peleando”.  Cuando se le habla de retirada, aquel capitán de poco más de treinta años, responde serenamente a los curtidos guerreros: “No sé yo señores como queréis poner eso por obra, porque a mí no me viene ni ha venido, temor alguno”…”no quiera Dios que se diga que otro ganó el pueblo y que yo lo perdí”.
Pero Hernando Pizarro apeló allí no sólo al conocido heroísmo castellano – probado entonces en cien victorias europeas-, sino también a la sensatez y a la propia debilidad humana.  Dio, entre otros, dos argumentos de mucho peso. La retirada también significaba abandonar el oro y la plata.  Fugar significaría  exponerse a ser destrozados en los desfiladeros de las cordilleras.  Fue así como reprimió a quienes “muy a las claras hacían corrillos” conspirando contra el valiente jefe a cuya decisión debían hasta ese momento la vida.





¿UN  MILAGRO?

En estas circunstancias ocurrió un suceso excepcional.  Fue rara magia para los cuzqueños y un milagro para los castellanos.  Pese a las muchas flechas incendiarias lanzadas sobre el templo cristiano, éste no ardió.  Varios vieron descender allí a la Virgen María y caracolear el caballo de Santiago Apóstol.  Indios hubo que juraban ser esto verdad; hecho que desalentó a los atacantes y entusiasmó vivamente a los españoles y a sus indios aliados; muchísimos de los cuales habían sido ya ganados a la nueva fe.


DIOS  Y  ESTE  INDIO

En aquellos y dificilísimos días del apretado cerco de los cristianos fue cuando más lució la importancia decisiva del aporte de muchos miles de guerreros indígenas que apoyaban a los castellanos.
Sobre Pascac, capitán general de los indios aliados, escribió un cristiano que allí combatió,  que la ciudad se salvó “mediante ayudarles Dios y este indio”.  Era un antiguo orejón hermano de Huayna Capac.  Lo apoyaban varios príncipes de sangre real, ganados a la nueva causa.
Perdida ya casi toda esperanza en los más altos de los defensores, Pascac fue consultado por los cristianos sobre la urgencia de recuperar Sacsahuamán, que era el eje de la ofensiva cuzqueña.  El jefe indio aprobó de inmediato la idea.  Se preparó así un contraataque de emergencia, mientras las líneas defensoras retrocedían por todos lados.


PRIMER  ASALTO  A  SACSAHUAMAN

Juan Pizarro solicitó personalmente dirigir el ataque a la fortaleza alegando que por su culpa los cuzqueños la habían tomado, ya que descuidó su vigilancia.  Los planes para esta acción de emergencia los trazó muy de prisa el comando de los sitiados, mientras la tropa resistía desesperadamente los ataques de los batallones imperiales.
Como buena parte de la capital se hallaba en manos de los incaicos, Juan Pizarro se vio obligado a dar un gran rodeo.  Lo imprevisto de la salida de los cincuenta mejores jinetes, seguidos de lucida peonada de indios auxiliares, provocó sorpresa entre los jefes cuzqueños;  y luego súbita alegría.  Todos los incaicos creyeron que huían y se dieron en las tropas grandes gritos de triunfo. Se intensificó entonces el ataque sobre los que habían quedado en la plaza del Cuzco y sus alrededores, en tanto que el resto de los cuzqueños descendió para perseguir a Juan Pizarro.
Los guerreros incaicos que defendían los cerros de acceso a Sacsahuamán bajaron para acosar a quienes habían salido de la plaza principal.  Desguarnecieron así, inadvertidamente, las laderas de defensa de la fortaleza.  Dando un gran rodeo que engañó a los cuzqueños, Juan Pizarro empezó a subir por la cuesta menos protegida en brava lid con los infantes incaicos que allí habían  quedado.  Dos españoles fueron derribados de sus cabalgaduras.  La lucha se tornó difícil, pero al fin lograron subir,  con respaldo en la mucha gente de indios aliados.  Una vez en la altura, ubicados en el llano de Sacsahuamán, decidieron atacar las murallas.
Dirigió Juan Pizarro dos furiosas cargas sobre los defensores; quienes habían bajado a la planicie.  Estos ataques fracasaron por la desesperada resistencia de los indios que apenas si podían poner sus pechos al caballo, la pólvora y el acero.  Los atacantes, rechazados por dos veces consecutivas, se vieron obligados a retirarse a las vecindades.  Se proyecta entonces aguardar la noche, por cuanto saben que los incas carecen de experiencia en luchas nocturnas.  Además, consideran imprescindible un asalto sorpresivo.
Llegada la medianoche ataca Gonzalo Pizarro con los cincuenta jinetes, “conjuntamente con los indios amigos”.  Rompe una de las albarradas, “porque aquella hora están los indios somnolientos y dormidos”.  Ganada la primera muralla por el gesto valiente del jefe atacante, pasan a un cuerpo a cuerpo feroz con los indios, mientras llueven piedras.  Cae muerto un español y muchos sufren heridas.  Los que peor la llevan son los indios aliados, quienes se hallan en igualdad de armas frente a los cuzqueños.
Viendo indecisa la lucha sobre la primera muralla, Juan Pizarro cree que ha llegado el momento para ir a reforzar a su hermano.  Carga con su innegable bravura, acuchillando a más y mejor a sus rivales.  La violencia del refuerzo castellano hace retroceder a los indios y numerosísimos caen en una de las fosas que habían cavado.  Hombres y caballos siguen en batalla encima de aquella zanja que es zona disputada arduamente.  De los dos torreones continúa cayendo cantidad de flechas y piedras.  Una de ellas, lanzada con acierto desde la segunda torre, da en la cabeza a Juan Pizarro quien se desploma mortalmente herido.  Pagó así su imprudencia de combatir sin casco de hierro.
La caída del Capitán General de las fuerzas defensoras del Cuzco provoca pánico entre los atacantes a la fortaleza.  Gonzalo Pizarro, hombre también de gran ánimo en tales trances, trata de continuar el ataque, pero no pudo, “porque los cristianos aflojaban cada hora más”.  Es entonces cuando se ordena la retirada; retirada que se efectúa velozmente para sufrir menos daño.  Mientras tanto, se baja al Cuzco el cuerpo de Juan Pizarro.  Morirá a poco y será enterrado secretamente para que nadie se entere de la verdad.  En esas horas, arriba, los cuzqueños mataban “mucho número de indios amigos, en las cuales hartaron su saña y rabia”.
Muerto Juan Pizarro tomó el cargo de Capitán General su hermano Hernando Pizarro.  Lo primero que hizo fue desanimar a quienes deseaban fugar del Cuzco.  La situación, realmente, era desesperada.  Pero la serenidad del jefe castellano pudo más.  Y animando a los valientes los exhortó a que se tomara la fortaleza que era el principal bastión de los atacantes.


SEGUNDO  ASALTO  A  SACSAHUAMAN

Pese al ruego de sus compañeros de armas, Hernando Pizarro decidió subir a luchar por la fortaleza.  Hombre de guerra, lo primero que hizo fue dar un rodeo a fin de contemplar sus puntos débiles; y acierta  con una brillante solución: hacer escalas.  Así la impetuosa fogosidad de Juan Pizarro será reemplazada con un modesto instrumento occidental gracias a la sagacidad del nuevo jefe de los cristianos.
Mientras tanto, Gonzalo Pizarro debía impedir que llegasen refuerzos cuzqueños.  Manco Inca ha despachado cinco mil guerreros.  Pero colocado en posiciones altas, el jefe español logra rechazar el avance incaico.  Tal combate, como todos los demás en torno a Sacsahuamán fue “de una parte y de otra muy ensangrentado por la mucha gente de indios que favorecían a los españoles, entre los que estaban dos hermanos de mi padre, llamados el uno Inguill y el otro Huaipay, con mucha gente de su bando  y chachapoyas y cañaris”, recordará más tarde el cronista indio Titu Cusi Yupanqui, hijo del monarca rebelde.  Contó, asimismo, de los negros esclavos muertos en estos combates.
Al no llegar los refuerzos Vila Uma decidió abandonar la fortaleza, por considerar inútil su defensa.  Faltaban ya agua, alimentos y municiones.  No obstante, Cahuide y otros jefes se empeñaron en permanecer en el sitio.  La salida de Vila Uma fue tan sorpresiva que los españoles nada pudieron hacer.  Con aquel bravo jefe cuzqueño se retiraron los mejores contingentes de Sacsahuamán.
Ocurrido esto pasó Hernando Pizarro al ataque llevando tres o cuatro escaleras.  Los indios se defendieron con fiereza y se calcula que otros mil perecieron al pie de la primera muralla.  Debió ser terrible aquel combate en el cual se mezclaban cuzqueños contra españoles, negros esclavos, cañaris, chachapoyas e indios centroamericanos.  Entre los varios heridos castellanos figuró el Capitán Gabriel de Rojas, a quien un flechazo traspasó nariz y paladar.
Tomada por varios sitios la fortaleza, se convirtió la lucha en una gigantesca carnicería entre los dos bandos.  Se estima que unos tres mil de los defensores murieron en esta fase del combate.  A su término, sólo quedaban resistiendo los hombres ubicados en los dos grandes torreones.  Desde allí seguían lanzando piedras y flechas, pero cada vez en menor cantidad.  Los pertrechos de guerra se iban terminando.  El agua prácticamente se había acabado.
Estuvieron dos días allí los castellanos y sus aliados atacando a las torres sin lograr éxito.  Finalmente comprendieron “questo no se les podía ganar sino era por sed”.  Se pasan así dos o tres días más en escaramuzas y los indios se iban despeñando desde las altas torres, prefiriendo el suicidio a la rendición.  Así acabaron muchos.


VALENTIA  DE  UN  ESPAÑOL

Vista la situación, un español decidido, Hernando de Badajoz, demandó permiso para subir al primer torreón, pese a la munición que seguía cayendo a cuantos se acercaban.  Para ello era necesario alcanzar un terrado desde el cual se levantaba la torre.  Ese castellano, entrando por una ventana, trabó pelea con los indios cuzqueños –que ya desfallecían de sed– y los venció con gran ánimo.  Fue entonces cuando dio la vuelta al torreón y vio una larga soga que de su cumbre pendía.
Sin pensarlo dos veces “encomendándose a Dios, metió la espada en su talabarte en la vaina y echó mano de la soga y gateó arrimados los pies al homenaje hasta lo alto de él”.  Muchas piedras le arrojaron, mas no se arredró, pese a que una de ellas, que fue tan grande como un cántaro, “rebotó en la adarga y casi lo bota”.
Llegado a lo alto se arrojó en medio de los pocos indios que allí se encontraban.  Estos lo rodearon, pero él les intimó rendición prometiéndoles toda clase de garantías.  Rendido así aquel torreón, pasaron los españoles y sus indios amigos a tomar el otro.


EL  GESTO  DE  CAHUIDE

Cuenta Pedro Pizarro, soldado y cronista, que llegados los Conquistadores a la segunda torre de la Fortaleza vieron que “tenía un orejón por Capitán, tan valeroso que cierto se podría escribir de él lo que de algunos romanos.  Este orejón traía una adarga en el brazo y una espada en la mano y una porra en la mano de la adarga y un morrión en la cabeza.  Estas armas las había habido éste de los españoles que habían muerto en los caminos”…”andaba, pues, este orejón, como un león de una parte a otra del cubo en lo alto de todo,  estorbando a los españoles que querían subir con escalas”…“pues avisándole que subía algún español por alguna parte, aguijaba a él como un león con la espada en la mano y embrazada la adarga”.
Finalmente, Pedro Pizarro, narra cómo murió Cahuide: “Subiendo a una los españoles por dos o tres partes ganaron el cubo.  Visto este orejón que se los habían tomado por dos y tres partes el fuerte, arrojando las armas se arrojó del cubo abajo más de cien estados  y así se hizo pedazos”.
El soldado anónimo que escribió la extraordinaria “Relación de Sitio del Cuzco”, en el cual guerreó, dice de Cahuide “que no se escribe de romano ninguno hacer lo que hacía y después hizo,  que con una porra en la mano iba discurriendo por todas partes, y al indio que iba cobarde, luego con ella le hacía pedazos, echándole abajo.  En este tiempo le dieron dos saeteadas e hizo tan poco caso de ellos como si no le  tocaran”.  Indica el cronista que luego, “viendo clara la perdición de todo, arrojó la porra que tenía en las manos a los cristianos” … “y no pudiendo ver sus ojos entrarse la fortaleza, conociendo que entrada era forzado morir según la promesa que había hecho al Inca, se echó del alto de la fortaleza abajo, porque no triunfasen de él”.
Una anónima “Relación de Varios Sucesos”, también escrita por un actor de aquellos hechos,  nos cuenta que Cahuide “se defendió muy bien gran rato después de todos muertos y se le rogaba que se diese, porque quisiera tomarlo vivo, y después que vio que ya le entraban, que no podía ser sino tomado,  arrojó una porra que tenía en las manos a Hernando Pizarro, pensando acertarle, y hecho esto, se arrojó de la peña abajo, sobre una peñas que allí había, donde se hizo muchos pedazos”.
El cronista indio Titu Cusi Yupanqui –hijo de Manco Inca-, asegura que varios indios adoptaron esa actitud suicida frente al enemigo.  De todos modos, allí se derrochó heroísmo; y en ambos mandos.  Cahuide lo representa con su valentía.
Se sabe bien que Cahuide no se llamó Cahuide; y aún más, que nadie sabe cómo se llamó en realidad.  No obstante, todo el pueblo peruano lo venera igual.  Existe en el fondo, un empeño de identificación con el espíritu aguerrido que nos legó.  El nombre en sí  poco vale.  Importa muchísimo más el símbolo.  El contenido de su fogosa temeridad precursora del salto de Alfonso Ugarte en Arica.
Con la toma del segundo torreón de Sacsahuamán se completa el dominio de la fortaleza y los cristianos podrán respirar con más alivio en el Cuzco.  Ese hecho marca el abandono por los cuzqueños de los barrios que ocupaban en la capital imperial.  Todos los atacantes se replegaron para tratar una nueva estrategia.  La primera reacción fue intentar la recaptura de Sacsahuamán.


INTENTO  DE  RECAPTURA

“Otro día después se retornaron a reformar los indios para ver si podían tornar a recobrar el fuerte que habían perdido y con gran ánimo acometieron a los españoles que estaban en el fuerte, mas ni pudieron hacerles cosa alguna por las muchas guardas que de todas partes tenían, así de Cañaris que les ayudaban como de los mismos españoles”.  Era el jefe de la plaza Tomás Ortiz, con mando sobre cincuenta españoles y numerosos indios amigos con equipo de ballestas y arcabuces.


OFENSIVA  CRISTIANA

A pocos días los españoles y sus aliados salieron de la fortaleza.  Los batallones indios se retiraron hacia Calca, lugar donde se encontraba Manco Inca.


SIGUE  LA  GUERRA

En los próximos días se librarán numerosos encuentros en los alrededores del Cuzco, los que terminan siempre en triunfo rotundo  de las armas españolas.  El número de los sitiadores ha descendido notoriamente: la luna nueva obligaba a los cuzqueños a suspender las campañas.
Los indios auxiliares mantenían toda su lealtad a la causa cristiana.


COMBATE  DE  CALCA

Terminada una expedición a Jaquijaguana que fue por alimentos, Hernando Pizarro pensó en capturar al inca.  Por espías indios supo que se hallaba en Calca.
Fue una incursión nocturna, pero que se frustró, a causa de que el Inca alcanzó a ponerse en buen recaudo.  Mientras  tanto, el rebelde, sabiendo que Hernando Pizarro saldría del Cuzco para buscarlo,  remitió a la capital todas sus fuerzas militares.  El jefe castellano tuvo que retroceder precipitadamente, enviando adelante a los peones e indios aliados a capturar unos pasos.  Se produce así una violenta refriega, tras la cual alcanzó el Cuzco antes que llegaran los atacantes.  Una sucesión confusa de encuentros se producirá luego.  Se libran innumerables escaramuzas aisladas aquí y allá.



LAS  BURLAS  CUZQUEÑAS

Los cuzqueños “como ya tenían toda experiencia de la guerra, atrevíanse a lo que antes les parecía imposible”.  Lentamente habían empezado a asimilar enseñanzas de la dura lucha contra el acero, la pólvora y el caballo.  A superar tres mil años de diferencia en artes bélicas.
En esta etapa es cuando los cuzqueños “hacían su ademanes a manera de escarnio llamándolos a que fuesen a pelear, tocando muchas bocinas en instrumentos”.  No faltaron desafíos individuales de cuzqueños  a españoles, que éstos no aceptaban; y que eran recogidos por los indios aliados.


LA  OSADIA  DE  HERNANDO  PIZARRO

A fin de responder a tanto ataque de los sitiadores salió Hernando Pizarro con una tropilla de jinetes.  Tanto avanzó sobre el campo que al fin fue rodeado por sus enemigos.  Larga fue la lucha.  Y cuando los caballos ya desfallecían de tanto cargar sobre los cuzqueños y se temía por la vida, llegó refuerzo comandado por Gonzalo Pizarro.
Apenas alcanzó a abrir brecha para que saliera Hernando y su gente.  Todos, precipitadamente, retornaron al Cuzco a buscar resguardo.  Fueron seguidos de los indios en feroz gritería; algunos tan de cerca que se prendían de las colas de los caballos.


PRESION  DEL  CHINCHAYSUYU

Por el lado del Chinchaysuyu empezaron a presionar fuertemente los sitiadores.  Salieron entonces Hernando y Gonzalo Pizarro, seguidos de los indios aliados, y trabaron batalla, alanceándose gran cantidad de soldados incaicos.


COMBATE  DE  MUINA

Como en Muina “se juntaba mucha gente, mandó a Gonzalo Pizarro que fuese con su compañía a darles una vista, el cual fue y peleó tan animosamente con ellos que  los desbarató y mató  más de trescientos hombres”.


COMBATE  DE  JAQUIJAGUANA

Fue una expedición de caballería con indios aliados a traer bastimento a Jaquijaguana.
Resultaron atacados por los contingentes cuzqueños que se hallaban próximos, sobreviniendo un furioso encuentro en el cual vencieron los cristianos.  Mas repararon en que no cejaban los incaicos ni en el cerco ni en hostilizar a cuanto grupo indo-español se alejase del Cuzco.


LA  MATANZA  DE  LAS   MUJERES

Fue entonces cuando “viendo Hernando Pizarro la perseverancia que tenían en cercarle la ciudad, mandó a todos los españoles que en los alcances no dejasen mujer a vida, porque cobrando  miedo las que quedasen no vendrían a servir a sus maridos”.
La bárbara medida del comando español no dejó de dar resultados, provocando desorganización en las líneas cuzqueñas.  Se llevaba ya tres meses de encarnizada lucha.



EXPEDICION  HACIA  COLLASUYO

Tras una breve incursión en las proximidades del Cuzco para reprimir a un Curaca que había matado a tres españoles, Hernando Pizarro envió una escuadra de caballería con indios aliados hacia el Collasuyo, produciéndose una refriega con tropas frescas que el Inca hacía traer del sur del Imperio. Gente aquella sin experiencia en una guerra europea, fue deshecha por el grupo indo-español.


MUTILACIONES  EN  MASA

Despachado Gonzalo Pizarro hacia otro extremo del Valle se tropezó con un batallón Chinchaysuyu, el cual le dio combate.
Tras matar un ciento de sus enemigos, ese capitán trajo unos doscientos prisioneros.
Guiados ya por una política de terror, a la matanza de mujeres los cristianos sumaron una nueva medida punitiva: el cercenamiento de la mano derecha de todos los prisioneros.  Las mutilaciones se efectuaron en la plaza principal.  Luego se soltó a los cautivos para que pregonaran los castigos que esperaban a los rebeldes.
Pero Hernando Pizarro sabe que no bastarán esas represiones, pues los cuzqueños no se han arredrado ante nada.  Decide por ello salir a buscar a Manco Inca en su propio cuartel general: la fortaleza de Ollantaytambo.


LA  VICTORIA  DE  OLLANTAYTAMBO

La famosa fortaleza de Ollantaytambo fue escenario de uno de los numerosos triunfos alcanzados por las armas incaicas sobre las huestes españolas durante el transcurso de la insurrección iniciada por Manco Inca en 1536.  Venció allí el monarca rebelde a uno de los más notables hombres de guerra de su tiempo, Hernando Pizarro, obligándolo a precipitada fuga tras hacerle perder gruesa parte de sus efectivos.
En aquel ciclópeo escenario, la infantería ligera cuzqueña, bien atrincherada, derrotó a la caballería hispánica, a pesar de estar de actuar ésta con respaldo de los peones castellanos y numerosísimos auxiliares  indígenas.  La flor y crema de España en el Perú se batió en retirada ante el empuje del ejército incaico.
La expedición sobre Ollantaytambo se decide en el Cuzco en circunstancias asaz difíciles para los españoles.  Sitiados desde meses atrás, aunque roto el cerco de la ciudad, tras feroz lucha, no han logrado perforar las líneas incaicas que rodean toda la comarca.  Casi a diario se producen combates y a veces duelos singulares.  Como el centro de operaciones de Manco Inca se encontraba en Ollantaytambo, acuerdan los castellanos capturar la plaza y coger al jefe de la insurrección.
Parten así sesenta jinetes, de los mejores y treinta peones seguidos de varios miles de indios aliados de guerra; aliados que una relación española eleva hasta a treinta mil.  Una vanguardia indo-española de infantería es vencida en un combate, porque “como tenían en poco a la gente de a pie, cerraron con ellos con tanta presteza que, como eran pocos, fueron desbaratados”.
Ya cerca de Ollantaytambo Hernando Pizarro decidió efectuar un movimiento de flanqueo y para ello despachó a un capitán.  Con el grueso de las fuerzas él siguió hasta la fortaleza.  Desde su arribo recibe una lluvia de flechas y piedras, impidiéndole avanzar.  Un batallón cuzqueño, que había permanecido oculto, aparece y se ve entre dos fuegos.  Retroceden sus hombres y Hernando Pizarro para animarlos se pone a la cabeza y carga contra las legiones enemigas.  Pero fracasa y vuelve grupas.  Perecen numerosos auxiliares indígenas de los castellanos y muchos de éstos salen heridos.  Finalmente,  para colmar la desdicha española, se empieza a oír fuego de arcabucería en las murallas de la fortaleza.
Sobrevino entonces la carga final de Manco Inca sobre los atacantes.  La lucha se realizó en la plaza de la fortaleza en medio de gran matanza,  destacando por su ferocidad los indios selváticos que el rey  cuzqueño había incorporado a sus huestes.  A poco se supo que el capitán encargado del movimiento de flanqueo ha sido vencido por los cuzqueños; y mientras tanto se observa que el comando incaico empieza a sacar el río de su cauce.  Hernando Pizarro sabe que la noche puede serle fatal.
“Hubo mucha matanza de indios, así de los que eran nuestros amigos como de los del Inca.  Había entre los del Inca muchos caribes (así llamaban los cristianos a los indios de la selva) que no saben qué cosa es huir, porque están muriéndose y todavía pelean con las flechas”.  “Era cosa notable ver salir algunos ferozmente con espadas castellanas, rodelas y morriones y tal indio hubo que, armado de esta manera, se atrevió a embestir con su caballo, estimando en mucho la suerte de la lanza, por ganar nombre de valiente”.  Varios esclavos negros perecieron también en estos choques; quizás alguno atravesado con la lanza de Manco Inca; quien a caballo y armado a la española recurría las líneas cuzqueñas.
A los indios “les había crecido la soberbia”.  Pero para Hernando Pizarro no había más remedio que sostenerse aguardando en calma la hora de la retirada.  Con las primeras sombras se inició el repliegue que muchos españoles convirtieron en precipitada fuga con riesgo para el conjunto de la expedición.  El camino fue estorbado por cactus y púas que los cuzqueños tenían puestos para dificultar el paso de los caballos.  Llegados al río, recrudeció sorpresivamente el ataque de las huestes de Manco Inca.  Los peninsulares, sacrificaron allí a los indios aliados que terminaron masacrados en las manos de los cuzqueños; muriendo, aparte de golpes y tajos, quemados con antorchas o ahogados en las aguas heladas de Yucay en su afán de huída.  Los castellanos ni trataron de socorrerlos, empeñados en salvar sus vidas.
La fuga castellana terminó en Maras, de donde pasaron al Cuzco.  Los indios – según soldado que allí peleó– “quedaron tan victoriosos que les pareció todo el mundo ser poco para ellos”.  En cuando a Hernando Pizarro, “tuvo en tanto poder salir de allí sin perderse como haber en otra parte victoria contra cien mil hombres, porque…en semejantes casos, donde caballos no pueden pelear, (estos indios) es la gente del mundo más ejecutiva”.  Titu Cusi Yupanqui dice que esa mañana a los cuzqueños “les dio muy gran risa, diciendo que habían huido de miedo”.


LOS  GRANDES  TRIUNFOS  DE  MANCO  INCA

La alegría de los combatientes cuzqueños será aún muchísimo mayor al enterarse de los resonantes triunfos alcanzados por los Generales incaicos durante su marcha sobre Lima.
Las derrotas españolas –tan aplastantes que a veces no quedó un sobreviviente-, se producen al chocar los ejércitos castellanos que suben desde la costa para auxiliar al Cuzco sitiado contra las huestes incaicas que bajan de la sierra para cercar la capital costeña, la entonces denominada Ciudad de los Reyes.
Varias expediciones envió Francisco Pizarro en auxilio de sus hermanos sitiados en el Cuzco.  La primera de ellas fue la comandada por el Capitán Gonzalo de Tapia.


VICTORIA  DE  HUAITARÁ

Con unos ochenta jinetes, cuarenta infantes y mucha gente de indios amigos subió a los Andes el Capitán Gonzalo de Tapia, tomando el camino de Pisco y Huaitará con rumbo provisional a Vilcahuamán.
Avistado por las avanzadas de Titu Yupanqui, se preparó el encuentro en las escarpadas laderas de Huaitará.  Con criterio de gran capitán, el jefe incaico esperó a que los españoles y sus aliados cruzaran un puente y empezaran a subir la cuesta.  Luego ordenó disparar a los honderos mientras soltaba galgas especialmente preparadas para el efecto.  Simultáneamente, una de sus unidades destrozó el puente, que era el único camino posible de retirada para Gonzalo de Tapia.
“Los españoles quedaron encerrados entre el río y la sierra”, cuenta un cronista soldado.  “De manera que unos con otros embarazaron.  El capitán y personas particulares pelearon muy bien, mas ¿qué les aprovechaba? Que de los caballos no se podían aprovechar”.
Todos murieron peleando, salvo algunos negros que se tomaron a vida para presentar al Inca.  Los indios auxiliares debieron ser ejecutados por el vencedor.  Los trofeos de la victoria fueron enviados a Ollantaytambo.




VICTORIA  DE  PARCOS

Por el camino de Jauja  envió a poco Francisco Pizarro otra expedición, la del Capitán Diego Pizarro.
Este ejército debía procurar juntarse con el de Gonzalo de Tapia (del cual nada se había vuelto a saber) y marchar luego conjuntamente sobre el Cuzco.
Esta vez la derrota española ante Titu Yupanqui se produjo en la cuesta de Parcos.  Allí cayeron combatiendo los ciento cincuenta españoles que lo acompañaban y sus miles de auxiliares indígenas: “no quedó hombre e les robaron cuanto llevaban”.  Parece que algunos cristianos fueron conducidos en cautiverio a Ollantaytambo;  donde se convirtieron en esclavos de Manco Inca.  Asimismo, no todos los caballos fueron destrozados por los vencedores.  Algunos debieron ser conservados y remitidos al comarca cuzqueño.
Los trofeos de guerra comenzaron a engalanar Ollantaytambo.  Manco Inca sintió especial aprecio por las armas españolas.  Empezó a revestirse de hierro, al igual que sus enemigos.  A usar espada al cinto.  Aprendió a montar a caballo.  Gustó del casco bruñido.  Supo de las ventajas de la adarga y la pica.  Un grupo reducido de sus hombres empezó también a adiestrarse en manejo de las armas occidentales.
Atraía mucho a Manco Inca el uso de la pólvora.  Los cautivos castellanos fueron obligados a producirla y a enseñar el manejo de arcabuces a los capitanes cuzqueños.  Pronto darán más sorpresas al enemigo.


VICTORIA  SOBRE  MOGROVEJO  DE QUIÑONES

Ante la alarmante ausencia de noticias en torno a la suerte corrida por los ejércitos de Gonzalo de Tapia y de Diego  Pizarro, en Lima el gobernador Francisco Pizarro decidió enviar al Cuzco uno de sus mejores capitanes y muy experimentado en las guerras de conquista: Juan Mogrovejo de Quiñones, antiguo compañero de aventuras del Gobernador.
Con él fueron muchos de los vecinos del Cuzco que se hallaban en Lima al momento de la insurrección de Manco Inca; gente toda muy diestra.  Subieron por la ruta de Jauja, contando con la paz de los Curacas de esa zona y luego se adentraron en las serranías del sur con meta en Vilcashuamán.
La catastrófica derrota de Mogrovejo revistió tal magnitud que los dos únicos sobrevivientes que lograron fugar no pudieron dar cuenta precisa del sitio donde fueron batidos.  En realidad, parece que la expedición se deshizo en una serie interminable de pequeños combates.  Hostilizados sin tregua por los cuzqueños, uno a uno fueron cayendo los hombres de Mogrovejo mientras desesperadamente trataban de abrirse paso hacia la costa.
Para esto ya Francisco Pizarro ha empezado a recibir los primeros refuerzos de consideración.  Por otro lado,  ha pedido socorro, virtualmente,  a toda América; y especialmente a todas las comarcas del Perú.  La ausencia de informaciones sobre su estimado Capitán Mogrovejo mucho debió desazonarlo.  Alguna gente en Lima era de opinión de abandonar el país; y no faltaron los que lo hicieron.




VICTORIA  DE  JAUJA  SOBRE  GAETE

Francisco Pizarro, en vista de los sucesos ocurridos en las cordilleras, cuya gravedad presumía por la total ausencia de noticias concretas sobre sus tres expediciones, despachó esta vez al Capitán Alonso de Gaete, con un hijo de Huaina Capac, Cusi Rimac, al frente de las fuerzas auxiliares.
Llegados a Jauja fueron pronto sitiados por las tropas incaicas, acaudilladas siempre por Titu Yupanqui.  Murieron los más en el combate.  Probablemente se ejecutó a todos los indios aliados de los castellanos.  En cuanto a  los españoles prisioneros, los fueron sacrificando al sol cada día.
Dos de éstos, en un gesto de audacia, lograron fugar de la prisión en la cual se encontraban; y desesperadamente se dirigieron hacia la costa.


GODOY  FUGA  ANTE  TITU  YUPANQUI

La quinta expedición despachada por Francisco Pizarro hacia la sierra fue la de Francisco de Godoy.
Yendo camino de Jauja con sesenta jinetes, peones y considerable cantidad de indios amigos, recibió a uno de los que venían huyendo de Jauja.  Informado de la situación, el Capitán Francisco de Godoy no esperó más: “volvió,  como dicen, con el rabo entre las piernas, trayendo consigo a dos españoles de Gaete que habían escapado a uña de caballo”.
En su precipitada huída, Francisco de Godoy abandonó buena parte de los indios auxiliares a su suerte.  Parece que hasta se perdieron cabalgaduras; y de todos modos el fardaje de abastecimientos.
Fue así como, “considerando más su vida que su honor” volvió espaldas, dándose a alocada fuga hacia la capital.  A poco empezaron a perseguirlo las avanzadas de Titu Yupanqui, “y lo siguieron los indios más de veinte leguas, dándole grande guerra”.
Precipitadamente Francisco de Godoy irrumpió en la ya inquieta Ciudad de los Reyes, informando a Francisco Pizarro de cuanto había ocurrido.  Pronto todos supieron que miles de soldados incaicos descendían de las cordilleras.  Otras expediciones menores enviadas a las serranías de Lima regresaron también muy de prisa, avisando de la presencia de tropas imperiales.  El cerco de Lima era inminente y Francisco Pizarro empezó a tomar las medidas necesarias para semejante emergencia.


EL  CERCO  DE  LIMA

Alentado con las aplastantes victorias obtenidas sobre las armas españolas, Titu Yupanqui decidió proseguir su marcha sobre Lima, aún llamada entonces Ciudad de los Reyes.  Por sus hazañas había sido premiado por Manco Inca con una Coya hermosísima de sangre imperial y con privilegio de ir en andas reservadas a los Incas.
En compañía de Illa Tupa y de Puyu Huillca trazó el plan de operaciones en Jauja, donde perdió un mes precioso, reclutando gente y sin lograr la adhesión franca de los Curacas del Mantaro.  Luego descendió la cordillera rumbo a la costa, habiéndose acordado que como Capitán General Titu Yupanqui tuviese el sector central con los batallones cuzqueños.  Puyu Huillca debía atacar por el sur con los contingentes huancas, yauyos, angaraes y chahuircos.  Mientras tanto, el frente norte lo debía sostener el temible Illa Tupa con los Tarmas, Atabillos, Huánucos y Huailas.


VARIOS  COMBATES

Francisco Pizarro había remitido a algunos capitanes a que averiguaran en las serranías de Lima por la suerte de sus expediciones.  Se libran varios combates de poca monta, pues los cristianos no hacen sino huir al ver tanta cantidad de cuzqueños.  En el encuentro de Huarochirí destaca el general Camac Cachi, de las fuerzas atacantes.


INDIOS  CONTRA  INDIOS  DE  LIMA

Flechas y espadas se cruzan a la vera del Rimac.  Fuego mortífero de arcabuces y lluvia de piedras.  Tajos cortantes de tizonas y golpes recios de macanas.  Botes de lanzas filosas y juego de boleadoras.  Cruentas luchas en las cuales se mezclaban españoles, indios y negros.
Desde Ollantaytambo habían venido las huestes cuzqueñas, para arrojar al mar a los conquistadores castellanos.  Descendieron desde las cordilleras a los valles del litoral, en pos de guerra tal cual lo hicieran, tiempo atrás, sus antepasados.  Mas ahora eran otros los enemigos del Inca.  Antes lo fueron los altivos y refinados régulos de los señoríos yungas.  Ahora en 1536 deseaban cruzar armas con las mesnadas españolas.  Los cuzqueños no veían lejana la victoria.  Desafiantes fueron bajando desde las nieves eternas a los cálidos valles de la costa.
Pronto, sin embargo, repararon en que fermentos de división se notaban también entre los yungas al igual que en otras partes.  Las aristocracias costeñas subyugadas por el Cuzco prestaban irrestricto apoyo al conquistador europeo.  Viejas rivalidades nativas y cierta impresión sobre supuesta divinidad de los castellanos conducíalos a tal actitud.  Y así, descendiendo hacia Lima, sufrieron los primeros choques con fuerzas indias leales a los españoles.  Habían aplastado a varios ejércitos hispánicos, pero resultaba ahora más difícil luchar contra el creciente número de indígenas que apoyaban a los Viracochas de ultramar.  A la insurrección proclamada por Manco Inca, los conquistadores habían respondido fomentando el levantamiento de todas las noblezas locales contra la hegemonía imperial cuzqueña.


EL  SOSTEN  DE  LOS  CAÑARIS

Al igual que en el Cuzco, los castellanos habrían de contar en Lima con el apoyo decidido de los mortales enemigos de los Incas: los Cañaris.
El Capitán Sandoval trajo de regiones norteñas cinco mil guerreros de esa nación.
También vino un número considerable de Chachapoyas bajo el mando de Alonso de Alvarado; cuyo socorro fue solicitado desde Lima por el propio Francisco Pizarro.
En general, los cristianos acopiaron gente de cuanto lugar pudieron.  Como base de acción tenían a los Curacas yungas de la costa a los cuales los Generales cuzqueños no trataron de atraer sino de destruir.


BATALLA  DEL  RIMAC

A fin de preparar un ataque masivo los rebeldes al avanzar sacaron al río de su lecho para dificultar la acción de la caballería, que era lo que más se temía en el caso de un encuentro.
Para impedir que dicha acción prosiguiera y de ser posible para batir a los atacantes, fue enviado Pedro de Lerma, Capitán Generales de las fuerzas indo-españolas defensoras.  Cargó así con setenta castellanos y “muchos indios amigos y cristianos”.  Se trabó un recio combate.  Cogidos en terreno plano, los sitiadores fueron destrozados en sus filas delanteras, pero se recogieron en los cerros vecinos, especialmente en el San Cristóbal.  La pelea se prolongó gran parte del día, siendo muy encarnizada especialmente entre los indios rivales.  Los cuzqueños lograron matar un cristiano y un caballo; y herir a muchísimos españoles.  La ausencia de contingentes de flecheros en buen número impidió un resultado más ventajoso para Titu Yupanqui.  Las hondas no fueron muy eficaces ante armaduras y caballos.  De todos modos, hasta el propio Pedro de Lerma recibió una pedrada en la boca que le voló los dientes.
El peligro inmediato de un ataque ha sido superado, pero Francisco Pizarro sabe bien lo que le aguarda.  Aunque ha recibido refuerzos de españoles y de indios, no está seguro de poder resistir una carga masiva de los sitiadores.  Por ello se decide a aplicar medidas de terror.


EL  ASESINATO  DE LA ÑUSTA

Francisco Pizarro no vaciló en medios para amedrentar a los atacantes.  Torturas y mutilaciones son cosas de todos los días.  Para imponer terror en el enemigo opta por una medida sumamente cruel.
Dio muerte con pena de garrote a una joven hermana de Manco Inca, Azarpay.  Parece que estuvo complicada en el plan de fuga de la princesita Inés Huailas Ñusta, cuyos catorce años rechazaban las caricias de su amante quien no era otro que el viejo Gobernador Francisco Pizarro.
Por espacio de diez días estuvieron entonces los sitiadores en escaramuzas con los indios cristianos y españoles.  Finalmente, el comando cuzqueño acordó pasar nuevamente al asalto de la capital española, en vista seguramente de que no había posibilidades de cortar el apoyo que los indios comarcanos daban a los castellanos.





LUCHA  EN  LAS  CALLES  DE  LIMA

Titu Yupanqui, con los batallones cuzqueños, decidió atacar la ciudad; “determinó entrar en ella y tomarla por la fuerza o morir en la demanda, y habló a todas sus gentes, diciéndoles: “Yo quiero entrar hoy en el pueblo y matar a todos los españoles que están en él y tomaremos sus mujeres, con quien nosotros nos casaremos y haremos generación fuerte para la guerra”
Fue así que entre alaridos de triunfo, yendo adelante en sus andas Titu Yupanqui, se inició el ataque a la ciudad de los Reyes.  Cruzó el Capitán General el río Rímac, mientras los cuzqueños se desprendían de los cerros gritando “A la mar, barbudos.  A la mar barbudos”. Entraron por la parte de Santa Ana.  Tras Titu Yupanqui iban veinte jefes escogidos “con camisetas muy galanas, con collaretes y brazaletes de oro y las camisetas del mismo”.
Terrible debió ser el choque con el frente que oponían los castellanos, amparados en sus miles de belicosos indios auxiliares y sus esclavos negros armados para la lucha: “adelantaron  tanto que entraron dentro de la ciudad, haciendo en ella grandísimo estrago y mataron muchos españoles e infinito número de indios amigos”.  Algunos estimaron que aquel día “concluía la guerra, asolando a Lima”.  Pero los jefes españoles sabían cuán útil resultaba en semejantes casos ultimar al jefe supremo de un ejército, a quien los indios siempre seguían con fe ciega.
Pizarro había dividido sus huestes en dos grandes escuadrones.  Uno de ellos estuvo en reserva al producirse el ataque de Titu Yupanqui, y luego salió a la lucha violentamente.  Se batieron allí a todo dar los castellanos amparados por sus indios aliados, quienes “haciéndoles las espaldas, peleaban muy bien”.  En el combate pereció Titu Yupanqui, atravesado por la lanza del decidido jinete Pedro Martín de Sicilia (inédito hallado por Héctor López Martínez). Otras versiones suponen que Titu Yupanqui recibió un disparo de arcabuz que le destrozó la pierna y habría de agonizar, pocos días después, junto a la laguna de Chinchaycocha.  De todos modos,  los españoles liquidaron en esa carga definitiva a la flor y crema de los Curacas atacantes y hasta a su Capitán.  Vino entonces la retirada inmediata de los indios de las calles de la ciudad, pero mantuvieron el cerco desde los cerros.
El asalto fracasó fundamentalmente por la inacción de los jefes huancas quienes debían penetrar por el sur.  Ellos y sus aliados con su vacilación decidieron la victoria cristiana, pues –como lo dice un cronista español– “si llegan no quedara memoria de la ciudad de los Reyes ni de los españoles”.  Más pudo en los curacas huancas el recuerdo de las antiguas rivalidades con los Incas.  Aún tenían muy presentes las terribles guerras libradas con Cuzco y con Quito pocos decenios atrás.  Y los castellanos habían sido hábiles en conceder a estos caciques huancas innumerables privilegios.


GUERRAS  DE  ILLA  TUPA

Fracasado el ataque a Lima a causa de la adhesión de vastos sectores indios a los castellanos, y muerto en Chinchaycocha Titu Yupanqui, el General Illa Tupa decidió posesionarse de las comarcas de la sierra central, hasta Huánuco, a fin de continuar la guerra contra España.
Illa Tupa no dejará en ningún momento de atacar a los españoles.  Era de sangre real y logró asentar su dominio en amplias regiones.  Cuentan las relaciones que “no perdonaba alevosías”, que  iba siempre “haciendo robos”, que “andaba por ahí perturbando el servicio de los indios”.
Illa Tupa mantendrá así a salvo parte de sus efectivos en las agrestes cordilleras tras el cerro de Lima.  Otros grupos cuzqueños, sin embargo, más optimistas, creyeron posible, de inmediato, ganar en campo abierto a las huestes  indo-españolas.  Y se concentraron a sur de Lima, entre Atocongo y Pachacamac.  Veamos, pues, ahora lo que ocurrió al sur de Lima, donde los sitiadores se habían reunido y por donde Francisco Pizarro pensaba romper a los atacantes tras haber puesto todo el mando bajo Alonso de Alvarado.


BATALLA  DE  PACHACAMAC

Príncipes cuzqueños acaudillaron allí a las huestes incaicas, y a los castellanos, un capitán veterano en guerras de conquista: Alonso de Alvarado.
La Batalla de Pachacamac constituye una de las tantas efemérides olvidadas.  En ella lucieron con tal brillo el arrojo español y la ciega valentía de los cuzqueños, que el propio Garcilazo, reacio siempre al recordar pugnas entre el indio y lo hispánico, se refirió a este encuentro en sus Comentarios: “tuvieron una batalla muy sangrienta con los indios que todavía andaban levantados, aunque su príncipe estaba ya retirado en las montañas.  Los cuales, como vencedores que hasta allí habían sido de los socorros que al Cuzco habían ido, acometieron a Alonso de Alvarado con grande ánimo, y pelearon mucho espacio con grande ferocidad, mas murieron muchos indios, que, no habiendo sierras o montes que les defendiesen de los caballos, siempre les iba mal, y al contrario en las tierras fragosas, aunque también mataron en esta batalla once españoles y siete caballos”.  Otros cálculos elevan estas cifras hasta sesenta españoles muertos, contando sin duda a los que  perecieron posteriormente a consecuencias de las heridas.
Admirable es la breve descripción del combate que nos ha dejado el ilustre cronista Francisco de Gómara: la batalla –dice-, “fue muy dura y sangrienta, pues los indios peleaban como vencedores y los españoles para vencer”.  Precisa luego que costó “muchos españoles y muchos indios amigos, que los servían y ayudaban”.
A la impetuosidad de los caballos, se sabe que en Pachacamac los castellanos sumaron una impresionante potencialidad de fuego: cien arcabuces, amén de artillería.  Se utilizó también a los guerreros cañaris; indios que –como hemos visto– eran acérrimos enemigos de los cuzqueños y que habían llegado a Lima durante el asedio.  Combatieron también contingentes de indios yungas, cuyos régulos, rivales de los Incas, fueron siempre afectos a los cristianos.  Y, como en todas las lides de aquella época, también derrocharon bravura los esclavos negros, tan ansiosos de botín como sus amos.
No lejos del célebre santuario, el comando cuzqueño decidió esperar a las mesnadas españolas, quizás confiando en las divinidades tutelares del Tahuantinsuyu.  Hasta ese sitio Alonso de Alvarado “con trescientos españoles de a pie y de a caballo fue talando y conquistando la tierra…tuvo una recia batalla con los indios, los cuales desbarató y mató a muchos de ellos”. Pero no cejó con esta derrota la resistencia incaica.
LA  GRAN  CAMPAÑA  DE  ALONSO  DE  ALVARADO

Ganada la victoria en Pachacamac, Francisco Pizarro dispuso que Alonso Alvarado partiera comandando una sexta expedición de socorro al Cuzco.  Se temía que esa ciudad hubiera sido tomada por Manco Inca con muerte de todos los cristianos que en ella estaban.  En el mejor de los casos podía suponerse que Diego de Almagro -mortal enemigo de la facción pizarrista-, iba ya cerca de la antigua capital de los Incas, si es que había logrado retornar de Chile.
Por esa misma época parten de Lima otras expediciones menores para pacificar las vecindades, especialmente hasta Chincha y Huarochirí.  Pero las esperanzas del Gobernador están puestas en Alvarado, quien se lleva varios cientos de soldados españoles veteranos y 4,000 indios escogidos de guerra.
A poco estallarán serios desórdenes en el norte, cubriendo hasta Piura.  Illa Tupa fue, sin duda, el eje de dicho movimiento.  Pero en Lima esos acontecimientos poco interesan.  Lo que a todos importa es la suerte que pueda haber corrido la guarnición que en el Cuzco comandaba Hernando Pizarro.  Lo que Francisco Pizarro quiere es recuperarla a toda costa antes del retorno de don Diego de Almagro, a quien, sin embargo, muchos  rumores daban por muerto en Chile.


SANGRE  Y  MAS  SANGRE

Pequeños grupos del ejército incaico continuaron resistiendo en la provincia de Huarochirí, apoyados por la belicosidad de los hijos del lugar.
Alonso de Alvarado, para reprimir la resistencia de los indios, no se midió en sanciones.  Este ascenso a los Andes se caracterizó por su crudeza.  Ordenó cortar manos y narices a diestra y siniestra.  A otros los ataban y les disparaban con cañón, para aniquilarlos en masa.  Se iban quemando todas las poblaciones y talando las cosechas.  Se violaban mujeres.  Se mataba niños.  Los perros feroces cumplieron aquí un gran papel.  Y se marcó en abundancia con hierros calientes los rostros de los prisioneros.
La expedición que subía a marchas forzadas requería de gran cantidad de siervos.  De allí que cadenas y sogas fuesen cosas comunes.  La vida, nada importaba.  Despoblado hubo en el cual, sólo de sed, murieron más de quinientos indios de aquellos que portaban los bagajes de los conquistadores y de sus aliados.  Curacas de los Jaujas subían con los españoles, para luchar contra quienes en el Mantaro habían optado por adherirse a la insurrección.  Indios de Nicaragua, buenos guerreros, y Cañaris y Chachapoyas, así como esclavos negros, integraban aquella expedición de tan trágicos contornos.


REFRIEGA  DE  JAUJA

La expedición al llegar a Jauja desalojó en breve combate a una pequeña guarnición rebelde.  Luego de perseguir a los indios que habían apoyado a la conquista de Manco Inca, se pasó a marcarles con fuego la cara.  Los vencedores procedieron de inmediato a venderlos como esclavos.  Concretamente se sabe que en Jauja “herró más de tres mil hombres, mujeres y muchachos”.  Especialmente sufrieron castigos los de Tarma y Bombón, por el apoyo que otorgaron a Titu Yupanqui durante el cerco de Lima.


RESISTENCIA  EN  ANGOYACU

El Angoyacu se habían hecho fuertes algunos regimientos incaicos, muy diezmados.  Sobre ellos envió su vanguardia Alonso de Alvarado.  Vencidos los rebeldes, a los prisioneros se los quemó vivos en grandes hogueras o se los arrojó en fosos para enterrarlos en vida.
Reunido todo el ejército de Alvarado en Jauja, decidió seguir la marcha hacia el Cuzco.  Eran más de quinientos hombres los que partían, pues habían sido reforzados con cerca de 200 que llevó a Jauja Gomes de Tordoya.
Se dice que en las refriegas mencionadas anteriormente perecieron no menos de cuarenta cristianos.


BATALLA  DE  RUMICHACA

Con su ejército de 500 hombres y dejando tras de sí una huella de espanto, Alonso de Alvarado continuó avanzando, cautelosamente, hacia el sur.
Su avance fue detenido al avisársele que en Rumichaca existían contingentes cuzqueños dispuestos a cerrarle el paso.
No encontrando otra solución decidió atacar, “pero lo cercaron los indios por todas partes y hubo con ellos batalla en que los venció y mató muchos de ellos”.  Sabemos que el éxito español se debió a un ataque sorpresivo al alba, el cual les permitió tomar un puente de peña que era la posición clave.


MATANZA  DE  RUMICHACA

Continuando con su política terrorista, Alonso de Alvarado decidió escarmentar tanto a los cuzqueños como a las poblaciones comarcanas que les habían prestado apoyo en estas guerras.  Fue así como “mandó juntar una plaza de indios e indias, (y) les mandó a matar a todos”.  Asimismo hizo ahorcar a más de cien personas y luego entregó las vecindades al irrestricto saqueo de sus tropas.


GUERRILLAS  Y  MASACRES

Los últimos restos del ejército cuzqueño que meses atrás había sitiado Lima no cejó en la lucha.  Impedido el comando de librar batallas frontales de dedicó a la hostilización permanente de tipo guerrillero.  Dicen los cronistas que “de Rumichaca a Abancay hubo muchas escaramuzas”.
Alvarado respondió en esta campaña matando y quemando sin piedad.  Testigos hubo que vieron que “mandó matar a muchos indios e indias, aporrearlos y quemarlos, y cortó tetas y cortó manos a indios e indias”.  Que “hizo herrar por esclavos muchos indios e indias, con un hierro caliente (que) se lo ponían en la cara”.  En la provincia de Huamanga “hizo mucha junta de gran cantidad de indios viejos y mozos  e indias y muchachos… a todos juntos los mandó aperrear y quemar y cortar manos y tetas”. En Parcos quemó cuarenta indios e indias.  Iba incendiando asimismo los almacenes imperiales.  Entre estos miles de mártires se contaron muchos orejones distinguidos.
Esta feroz campaña prosiguió en Andahuaylas, donde, por varios días, se entretuvieron los cristianos en saqueos y matanzas mientras herraban a cuanto indio cogían.  Allí dejó “destruida la tierra y abrasada, quemando los naturales y cortándoles las manos y a las mujeres las tetas y a los indios chiquitos las manos derechas y talando los maizales y destruyéndolos y no guardando paz ninguna”.  No obstante su ferocidad, Alonso de Alvarado no era muy rápido para avanzar.  Posiblemente temía al grueso de las fuerzas de Manco Inca y también al ejército de Almagro.
Francisco Pizarro le censuró más tarde que hubiera empleado tanto meses en marchar desde Jauja hasta Abancay.


EMPALME  DE  LA HISTORIA

Con la expedición de Alonso de Alvarado nos hemos ido acercando lentamente al Cuzco.  Bueno será saber sucintamente cuanto ocurrió en la antigua capital incaica mientras los ejércitos cuzqueños despachados por Manco Inca desde Ollantaytambo se desprendían de los Andes para asaltar Lima tras haber derrotado a cinco expediciones castellanas.  Los sucesos ocurridos en la costa, y luego la expedición de Alvarado, nos han hecho perder bastante de vista el cuartel general de operaciones del comando rebelde incaico.
Conviene conocer que mientras las mesnadas imperiales avanzaban por las cordilleras hacia Lima, en el Cuzco seguía la lucha a muerte entre Manco Inca y Hernando Pizarro.  Ligeramente revisaremos ahora los principales episodios ocurridos en esa tenaz guerra desde la Batalla de Ollantaytambo.


LAS  CABEZAS  CORTADAS

Los españoles sitiados en el Cuzco se enteraron de las varias derrotas castellanas en las cordilleras en forma realmente macabra.
Ocurrió el suceso no mucho después de la derrota de Hernando Pizarro ante Manco Inca en Ollantaytambo: “… aparecieron sobre un cerro a vista de la ciudad hasta cien mil indios dando muy gran grita.  Salió a ellos Hernando Pizarro con hasta cuatro de a caballo que se hallaron más prestos; como llegaron cerca, los indios huyeron dejando en el suelo dos líos: Hernando Pizarro con los demás fue siguiendo el alcance bien una legua.  Vuelto al lugar donde estaban antes los indios, mandó llevar los líos a la ciudad llevando consigo tanta tristeza cuanta por aquella muestra era razón que mostrase,  porque hallaron dentro cabezas de cristianos.  Llegado a su posada halló que en un lío venían seis cabezas, y en el otro muy grande cantidad de cartas rasgadas, y entre ellas una casi entera de la Emperatriz, nuestra señora, en que hacía saber a esta tierra la victoria que V. M. había contra la Goleta y reino de Túnez,  y  contra Barbarroja y los turcos que con él allí estaban.  Por otras cartas particulares se supo como el Gobernador había enviado gente a socorrer a esta ciudad; Hernando Pizarro para saber  qué se había hecho de ella hizo dar tormento a algunos indios que se habían prendido, los cuales dijeron que mucha gente había venido de Los Reyes, y que todos habían sido muertos por los indios de guerra, porque el Inca tenía doscientas cabezas de cristianos y cientos y cincuenta cueros de caballos, diciendo también que el gobernador con toda la gente que consigo tenía en Los Reyes se habían embarcado y desamparado la tierra.  Oyendo esto los españoles, en todos cayó grandísima tristeza, quedando tan tibios y pensativos que no sabían de sí, todos muy temerosos”.
Estos informe sobre los triunfos de Titu Yupanqui, hicieron vacilar, otra vez, la firmeza de los defensores del Cuzco.  Fue, nuevamente, el indesmayable  Hernando Pizarro quien en una arenga ejemplar alentó a su gente a sostenerse allí a cualquier precio y conquistar mayores glorias.  Era, sin duda, tan cruel como valiente.


EXPEDICION  A  CANCHIS

Un poco antes o un poco después del macabro episodio de las cabezas, viendo el peligro del hombre, y la merma visible de los grupos que seguían a Manco Inca, (buena parte se había despachado sobre Lima), Hernando Pizarro decidió enviar por bastimentos a  Canchas.  Mandó a un capitán con los peones españoles y la mayor parte de los indios aliados.


IMPRUDENCIA  ESPAÑOLA

Con ánimo de observar los movimientos de las tropas de Manco Inca, partió Gonzalo Pizarro al frente de un escuadrón de caballería.
Sin duda penetró mucho en el área enemiga, pues, cuando menos lo pensaba, se vio rodeado de tropas cuzqueñas.  Fue entonces cuando se produjo un furioso choque.


OTRA  BATALLA  EN  JAQUIJAGUANA

Acosado Gonzalo Pizarro se defendió lo mejor que pudo, pero no le bastaban las fuerzas ni sus hombres para resistir tanta cantidad de enemigos.
Decidió entonces picar espuelas rumbo al Cuzco.  Era seguido muy de cerca por la infantería cuzqueña.  De cuando en cuando volteaban grupas para cargar contra los que los perseguían.  Pero el riesgo era cada vez mayor.
Avisado Hernando Pizarro de lo que ocurría, se lanzó de inmediato al galope con refuerzos para su hermano.  Rompieron uno de los escuadrones enemigos y todos pudieron retornar al Cuzco, con mucha prisa y más heridos.  De todos modos, fueron los auxiliares yanaconas los que con su aviso salvaron esta vez de un desastre total a lo mejor de la caballería española.  Vale anotar que los jinetes utilizaron ya corceles nacidos en el Perú.




OFENSIVA  CASTELLANA

Como nuevamente empezaban gruesos contingentes de unidades incaicas de los alrededores del Cuzco, Hernando Pizarro decidió tomar la ofensiva antes de que el cerco se estrechase nuevamente sobre la ya muy agobiada ciudad.
Reuniendo a lo mejor de la caballería decidió atacar.  Entre los que se acercaban figuraba un batallón de mil flecheros, “de la guardia del Inca, era muy buena gente y peleaban muy sin miedo.  Hiriéndole a Hernando Pizarro su caballo y otros dos de los seis, de flechazos”.  Sin desanimarse, los españoles los atacaron de frente, rompiendo el batallón y arrojándolos en una laguna.  “Gonzalo Pizarro los acometió echándose a caballo al agua: fue muy hermosa montería, que se tomaron como pescado sobre agua”.  El resto de los atacantes alcanzó a refugiarse en unos cerros a fin de salvarse de las cargas de caballería.  De esa caballería al parecer imbatible.


NUEVAS  REPRESALIAS

Las matanzas de mujeres prosiguieron con el estrechamiento del cerco.  Asimismo se cortó la mano derecha a cuatrocientos prisioneros del último combate.  Pero eran pocos los cuzqueños que se desanimaban.


BATALLA  DE  CHINCHERO

Fue muy furiosa, especialmente por un grupo decidido de nobles orejones.  Uno de ellos llegó al extremo de esperar con sangre fría la carga de un jinete y le arrebató la lanza a la carrera.  Otro español picó espuelas sobre él y el indio le asió igualmente la lanza.  Viendo esto Gonzalo Pizarro arremetió contra el orejón y éste le dio con una de las lanzas en la cabeza del caballo.  Cabrioleó el corcel de Gonzalo Pizarro y casi cae.  Sacó su espada y pronto fue rodeado el orejón y hecho prisionero.
Salvaron de perecer en este encuentro gracias al socorro de Hernando Pizarro; aunque hubieron sí de retirarse.


BATALLA  CON  ARMAS  OCCIDENTALES

En uno de los encuentros librados en los alrededores del Cuzco cargaron los indios sobre los españoles con “armas castellanas, y caballos y algunos mosquetes”.  Eran los despojos de los caídos en las batallas ganadas por Titu Yupanqui a los españoles.
Se señala que había “gran orden” en las filas indias y que la reciedumbre del ataque hizo ver que “no había otro medio de salvarse sino huyendo”.  Llegó, sin embargo, a tiempo, un auxilio de ballesteros y piqueros.  Una rociada de saetas rompe lo mejor del escuadrón enemigo y se los coge con maniobra de tenaza.  Los cuzqueños, además, no sabían manejar bien los arcabuces.
De todos modos se tomó allí “los tres mosquetes encabalgados que se dispararon cuatro o cinco veces en esta batalla”.  “Y viéronse en esta ocasión muchos indios con espadas y rodelas y alabardas y algunos a caballo con sus lanzas haciendo grandes demostraciones y bravezas y algunos embistiendo hicieron hechos en que mostraron ánimo más que de bárbaros”.


REGRESA  ROJAS

Gabriel de Rojas, quien había ido como jefe de la expedición a Pomacanchis (Canchas) retornó trayendo muy buenos bastimentos.  Consiguió asimismo la rendición de muchos curacas de importancia.
Finalmente trajo noticias de sumo interés: corrían rumores entre los indios de que Don Diego de Almagro se acercaba al Cuzco con un poderosísimo ejército de cientos de españoles y varios miles de indios adictos que comandaba el famoso Paulo Inca: hermano y rival de Manco Inca.


TEMORES   DE  HERNANDO   PIZARRO

Hernando Pizarro empieza a temer una alianza de Manco Inca con Diego de Almagro.
Los indios afirman que el monarca rebelde ha mostrado gran satisfacción por las noticias del retorno de Almagro.  Por otro lado, nadie se olvidaba que tiempo atrás habían mantenido una estrecha relación contra el bando pizarrista.


NEGOCIACIONES  DE  OLLANTAYTAMBO

En efecto, Almagro no vaciló en establecer contacto con Manco Inca.  En realidad lo pensaba utilizar para desalojar al odiado Hernando Pizarro del Cuzco.
Sus emisarios visitaron al Inca en Ollantaytambo sin llegar a un acuerdo concreto, coincidiendo sólo en la enemistad a Hernando Pizarro.
Ciertos mensajes delataron a Manco Inca que Diego de Almagro le jugaba doble; y que no deseaba restablecerlo en el trono de Huaina Capac sino eliminarlo una vez que fuese vencido Hernando Pizarro.  Tales informes motivaron la detención de los dos emisarios de la segunda embajada enviada por Almagro a Ollantaytambo, uno de los cuales era el distinguido Capitán Ruy Díaz.  Asimismo, ordenó que se atacara de inmediato a Diego de Almagro, quien se aproximaba a Yucay con fuertes efectivos.


REFRIEGA  DE  YUCAY

Los contingentes de don Diego de Almagro, son, no obstante, muy superiores a lo sospechado por Manco Inca.  La batalla se limita a varias escaramuzas en una de las cuales matan el caballo del Mariscal Rodrigo Ordóñez, lugarteniente del jefe español.  Salvó la vida en ese momento por intervención de varios compañeros de armas que presto lo socorrieron.
Tras un cerco de tres días a las huestes almagristas, que cuentan con un respaldo de indios auxiliares que excede en número a las fuerzas rebeldes.  Almagro logra salir para dirigirse hacia el Cuzco.
PANICO  EN  EL CUZCO

Hernando y Gonzalo Pizarro no se sienten muy seguros de su situación.  En primer lugar Manco Inca sigue en pie de guerra y se sabe que negocia una alianza con Diego de Almagro.  En segundo término, el odiado Almagro ha retornado de Chile con sus efectivos casi intactos y con la adhesión de Paulo Inca.  Finalmente, dentro de la ciudad se conspira intensamente.  Hernando Pizarro es odiado por la mayoría de los españoles a causa de su carácter duro y su señorío aristocrático.  Muchos son los que añoran un triunfo almagrista; sobre todo porque se sabe que Almagro es pródigo.  Se dice que prestaba y regalaba dinero sin tasa ni medida. Se le debe –según se afirma– quizás hasta un millón de pesos de oro.  Y nunca cobraba lo adeudado.  Por otro lado, se lo ve plebeyo, popular.  Es muy distinto a Hernando Pizarro.  Y no integra un clan familiar como sus rivales.


REFUERZOS  INDIOS

En vista de lo difícil de su situación, Hernando Pizarro decidió aumentar los contingentes de indios aliados.  Incluso les entregó lanzas y espadas.  Finalmente adiestró a grupos de indios de Pascac para que supiesen usar las picas contra los caballos enemigos.  Cometió asimismo otro acto por el cual sería más tarde acusado ante la justicia española: enseñó a los esclavos negros el manejo de la pica.  De tal modo Hernando Pizarro –decidido como siempre– estaba dispuesto a jugárselas íntegro frente a Almagro y a Manco Inca.
Cuando Almagro apareció por los alrededores del Cuzco, el jefe de la plaza hizo formar sus efectivos de españoles y de indios aliados.  Estos últimos, al decir de un almagrista, llegaban nada menos que a cuarenta mil.  Conviene anotar que el Capitán General de los indios aliados se había distanciado de Hernando Pizarro a causa de las disenciones internas nacidas de disputa por mujeres.
Numerosos vecinos del Cuzco, igualmente, hicieron llegar mensajes secretos al campo almagrista, dando adhesión.


EL  ASALTO  DEL  CUZCO

Una noche rompiendo unas treguas parciales, don Diego de Almagro se lanzó al asalto del Cuzco.
Virtualmente nadie peleó en su contra.  Fue hasta un ingreso triunfal. Sólo resistieron,  y con heroísmo singular, los Pizarro y un pequeño grupo de colaboradores. Rodrigo Orgóñez tuvo que incendiar la casa desde la cual se defendían, para obligarlos a salir y rendirse.  De inmediato pidió que se matase a Hernando Pizarro con un argumento muy de la época: “Perro que muere no muerde”.  Pero Almagro contemporizó y perdonó las vidas a los jefes vencidos; lo cual, a la postre, le costaría la suya propia y la de todos sus amigos.  Entre ellos Rodrigo Orgóñez, el Mariscal Judío de la Conquista del Perú.


EL  MARISCAL  JUDIO  Y  MANCO  INCA

Dueño del Cuzco, Diego de Almagro decidió acometer una empresa esencial: liquidar a Manco Inca.  Se la encomendó al impetuoso joven Mariscal: Rodrigo Orgóñez.  Sus cien duelos y hazañas hacían presumir un fácil triunfo.  Si había capturado al Rey de Francia en Pavía, bien podía dominar a un monarca indio rebelde y casi ya sin fuerzas.  Por lo demás, su calidad de judío converso le daba una creciente animosidad para terminar con éxito cuanta empresa se le encomendara en nombre del Rey y la Religión.
Pero antes queda un problema que arreglar: vencer a Alonso de Alvarado, a quien dejamos páginas atrás, acercándose al Cuzco desde Lima en feroz campaña.  Almagro sabe que el asunto no será muy arduo, ya que ha recibido manifestaciones de adhesión del campo rival.  La soldadesca española, a la verdad, parecía identificarse más con el segundón de la Conquista que con el clan Pizarro.


BATALLA  DE  ABANCAY

Marchó así Rodrigo Orgóñez con sus fuertes efectivos (almagristas de la expedición a Chile más los ex-pizarristas de Cuzco) sobre Abancay.  Delante iba Paulo Inca con sus miles de fieles guerreros indios.  Tras un prolongado hostigamiento de los honderos de Paulo sobre las huestes de Alonso de Alvarado, se produce un breve ataque del ejército de Orgóñez.  De inmediato se le pasaron con armas y bagajes varios de los jefes más importantes de las tiendas enemigas.  Más que batalla fue una entrega en masa.  Poca disposición para pelear demostraron quienes por varios meses no habían hecho sino quemar, violar y torturar.
Con la disolución de la expedición de don Alonso de Alvarado –que constaba de quinientos hombres, más indios auxiliares y cuantiosa cantidad de negros-, el poderío de Almagro se fortaleció extraordinariamente en el Cuzco.  Francisco Pizarro se estremeció en Lima al conocer la noticia.  Pero mucho más lo sintió Manco Inca.  Comprendiendo lo insostenible ya de su posición en Ollantaytambo optó por retirarse más hacia el norte tomando camino de las agrestes comarcas de Vilcabamba.  Se habían deshecho sus esperanzas en una cruenta batalla entre cristianos.


TRIUNFO  DE  ORGOÑEZ

Se alistó en el Cuzco una poderosa expedición de varios cientos de españoles, perfectamente equipados y muy escogidos al mando de los cuales estaba Rodrigo Orgóñez.    Muchos miles de indios también se prepararon para salir, comandados por Paulo Inca.  Una vez partidos, don Diego de Almagro los acompañó hasta Ollantaytambo, plaza fuerte abandonada hacía poco por el monarca rebelde.
Manco Inca se había replegado hacia Amaybamba.  Allí tuvo que afrontar una dura lucha con gruesa colonia de mitimaes chachapoyas que le eran hostiles.  La pequeña guerra acabó con el triunfo de los cuzqueños y el degollamiento del régulo Chuqui Llasac.  Ya afianzado, Manco Inca se posesionó de las fortalezas de esa región (según documentos hallados por María Rostworowski).
A estas alturas Manco Inca no contaba ya sino con reducidísimos efectivos; aunque conservando, eso sí, lo mejor del alto comando.  Sus líneas de comunicaciones debieron romperse a causa de lo dilatado de la extensión que lo separaba del Cuzco; a través de quebradas montañas cubiertas de espesura.  Y fue entonces cuando se encontraban celebrando unas festividades que cayó como un rayo la expedición de Rodrigo Orgóñez.  El  Mariscal, audazmente, había penetrada hasta esas apartadas comarcas.
Fue una fiesta fatal para Manco Inca: “y al mejor tiempo que estaban en ella, desacordados de lo que les sucedió, halláronse cercados de españoles y como estaban pesados los indios por lo mucho que habían bebido y tenían las armas en sus casas, no tuvieron lugar de poderse defender”. Miles de aguerridos soldados de Paulo Inca empezaron a tomar las posiciones del rey rebelde.  El desastre fue completo.  Se tomaron allí numerosos prisioneros (aunque pocos principales), varias Coyas, esposas de Manco Inca, momias venerables de los antepasados, joyas, caballos, esclavos negros, armas indígenas y españolas en buena cantidad, la gran imagen de oro del sol.  Entre los capturados estuvo, igualmente, el niño Titu Cusi Yupanqui, hijo del jefe insurrecto y futuro cronista de estas guerras.  Asimismo, se puso en libertad a los varios cautivos españoles que en condición de siervos guardaba consigo Manco Inca.  A éstos los hacía trabajar como a esclavos e incluso los obligó a que revelaran los secretos de la pólvora y la equitación.  Todos ellos lograron su libertad merced al sorpresivo ataque de Rodrigo Orgóñez y Paulo Inca.
El monarca cuzqueño, por verdadero milagro, logró traspasar las líneas enemigas acompañado de sus lugartenientes.  Después se dispersaron, a causa de la incesante búsqueda de las patrullas indoespañolas las cuales tenían orden de tomarlo vivo o muerto.  Indios Lucanas muy fieles le salvaron allí la  vida, conduciéndolo a salvo entre tanto peligro.
Rodrigo Orgóñez emprendió su persecución, al lado de los indios de Paulo; pero pronto llegó orden de Diego de Almagro para retornar de inmediato al Cuzco.  Era necesario enfrentar a Francisco Pizarro.  Subía ya gente de Lima, y aunque venían con afán negociador, y era poca, parecía necesario tomar providencias por lo que pudiera ocurrir.
Quizás Paulo Inca continuó por algún tiempo esta campaña de Amaybamba, llamada también de Vitcos.  Se sabe que durante todo el transcurso de esta guerra. Destacó el hermano de Manco Inca como eficaz colaborador de los cristianos.  En un principio Manco trató de atraerlo, haciéndole ver lo incorrecto de su actitud; pero al fin desistió a causa de la decisión de Paulo de mantenerse de lado de los castellanos.
Los miles de soldados de Paulo Inca, veteranos de la campaña de Chile, fueron un factor preponderante.  Basta leer los elogios que le dedicaron los españoles: “los indios de la tierra lo tienen en mucho y además es ardiloso en la guerra”; “le ha hecho guerra como buen amigo y servidor de Su Majestad”; “trajo muchos caciques de paz”; “ha servido muy bien”; si quisiera “fuera parte para hacer mucho mal y daño a los españoles y matara a los más de ellos”,  Así iba Paulo Inca, a caballo y con armas europeas, luchando al frente de los suyos o aconsejando la paz a los partidarios de la revolución.


RECUPERACION  DE  MANCO  INCA

Cuando probablemente veía  definitivamente perdida su causa, Manco Inca recibió gratas noticias.
Retornaba, aunque con pocos efectivos, el General Chiri Manchi quien había hecho la guerra con Titu Yupanqui en las sierras y en la costa cuando el cerco de Lima.  Con ellos habrá de formar el núcleo de un nuevo ejército.


CONFERENCIA  DE  MALA

Para zanjar definitivamente sus diferencias con Francisco Pizarro, Diego de Almagro decidió descender a la costa.  De una vez por todas debía resolverse a quién pertenecía el Cuzco y dónde terminaban las Gobernaciones; por lo menos hasta que una Real Cédula lo aclarase.
Almagro bajó muy confiado en las fuerzas que dejaba acantonadas en el Cuzco, pero luego reconoció su error al ver que Francisco Pizarro había recibido muy cuantiosos refuerzos de toda América a causa de los pedidos de ayuda lanzados a raíz del levantamiento de Manco Inca.
La entrevista se realizó en Mala el 14 de noviembre de 1537.  Los ánimos estaban tan enconados que ambos grupos –12 de cada bando– presididos por Francisco Pizarro y Diego de Almagro respectivamente, concurrieron con sumo recelo.  Entre las condiciones puestas a Almagro se hallaba el que no fuese Rodrigo Orgóñez cuya impetuosidad  se temía.  Por otro lado, no sólo corrían rumores de que el Fraile Bobadilla –quien actuaría como árbitro– estaba llano a venderse al mejor postor sino que se hablaba de celadas.
Esto último –según acusaciones almagristas– fue tramado por el clan dominante del Perú.  Conviene aquí recordar que Gonzalo Pizarro había logrado fugar de sus captores almagristas en el Cuzco junto con Alonso de Alvarado y un numeroso grupo de prisioneros.  Una vez llegado a Lima, esta gente, como era natural, se puso a órdenes de Francisco Pizarro.  Convocándose poco después la Entrevista de Mala, el viejo Gobernador encomendó a Gonzalo Pizarro que estuviese muy cerca de este pueblo  con 500 de los mejores hombres.  Aunque estos hechos fueron posteriormente aceptados por las dos facciones, los pizarristas siempre negaron que la aproximación de Gonzalo Pizarro hubiese sido de intención artera.
No obstante estos desmentidos se sabe que Almagro recibió una advertencia de un pizarrista.  Al parecer iba a ser cogido al término del almuerzo con Francisco Pizarro.  Cierto esto, o no, Almagro prudentemente, se levantó con precipitación de la mesa y se retiró al galope hacia el sur.
El fallo de Bobadilla fue favorable al clan Pizarro.  Pronto se emprendieron nuevas negociaciones en Guarco,  Lunahuaná y Chincha pero ya sin la presencia de los caudillos.


ALMAGRO  ACORRALADO

Estando muy enfermo Almagro se vio en dificilísima situación, pues contaba con menos de cien españoles para hacer frente a más de mil de Francisco Pizarro quien además poseía un extraordinario poder de fuego: treinta piezas de artillería y cerca de doscientos escopeteros.
Fue entonces que Almagro cometió yerro fatal: dejó en libertad a Hernando Pizarro.  Este juró paz ante el altar “diciéndose la misa el uno y el otro, en todos los días de su vida no ser el uno contra el otro”.  Diego de Almagro el joven, hijo mestizo del viejo capitán, condujo a Hernando Pizarro al campamento de sus hermanos. Allí mismo, delante de los enviados almagristas, Hernando Pizarro solicitó marchar en guerra sobre Almagro.
Este no tuvo más remedio que subir a las serranías iqueñas rumbo al Cuzco, perseguido por el clan Pizarro y numeroso ejército.  A poco Francisco Pizarro decidió retornar a Lima y continuó la campaña sólo Hernando Pizarro con muy buenas tropas.


BATALLA  DE HUAITARA

La ganó Hernando Pizarro con sus cuatrocientos soldados españoles y auxiliares indígenas a Rodrigo Orgóñez, quien contaba con menos de un ciento, y su aliado Paulo Inca, el que llevaba cinco mil indios de guerra.  Hernando Pizarro dirigió personalmente el difícil ascenso por las escarpadas cuestas de Huaitará; pero fue un triunfo fácil ya que los almagristas no querían –ni hubieran podido tampoco– defender la plaza en semejantes condiciones.  Fue un encuentro de hostigamiento, donde la parte principal cupo a los guerreros de Paulo Inca, quienes hostigaron sin tregua a los pizarristas con sus hondazos.
De allí se retiraron los almagristas a Vilcashuamán; y a paso rápido, pues Hernando Pizarro ha impartido órdenes de disparar sin intimar rendición.  Es la guerra a muerte.


OFERTA  DE  PAULO  INCA

Diego de Almagro se agravó mucho en Vilcashuamán, pues su mal venéreo llegaba ya a últimas etapas: “estuvo a punto de muerte de bubas y dolores y allí estuvo veinte o veinticinco días”.  Fue entonces cuando Paulo Inca le dijo “en los pasos que hay yo mataré la mayor parte de la gente que trae Hernando Pizarro y le desbarataré.  Y si tus cristianos no quisieren ir, déjame ir a mí solo con mis indios y yo haré lo que digo, que estos tus cristianos con tanta mujeres como tienen, no hacen cosas a derechas”.
Almagro se negó a lanzar a sus indios aliados contra los cristianos pero muchos almagristas censuraron sus escrúpulos.  Poco después  se retiró hacia el Cuzco, en litera.  En la capital incaica cundía gran desconcierto, por la mucha fuerza que traía Hernando Pizarro.  Paulo Inca, el sempiterno tránsfuga, estuvo también entre quienes conspiraban contra Diego de Almagro.  Veía acercarse el fin de su aliado circunstancial.





BATALLA  DE  LAS  SALINAS

Muy cerca del Cuzco, en el campo de Las Salinas, se enfrentaron el 26 de abril de 1538 los ejércitos de Hernando Pizarro y de Rodrigo Orgóñez habiendo mediado antes un desafío personal de éste último al jefe enemigo.  La superioridad numérica y de fuego de la facción pizarrista determinó un rápido triunfo sobre los de Almagro pese al denuedo con que lucharon unos pocos de este bando.
Rodrigo Orgoñez iba delante recorriendo de un extremo a otro el campo en medio del fragor del combate buscando a Hernando Pizarro, para cruzar armas con él.  Cuando vio a un pizarrista ricamente vestido se lanzó confundiéndolo con su odiado rival.  Mató a ese pizarrista y a otros más y siguió peleando aun cuando estaba ya  herido de un arcabuzazo.  Tomado prisionero, fue degollado de inmediato en el campo de batalla.
Fueron sangrientas las represiones que siguieron.  Unos 200 almagristas fueron asesinados; muchos hallándose malheridos o prisioneros.  La fuga precipitada que emprendieron los de Almagro, a poco de iniciado el combate, le fue fatal.  No faltaron mutilaciones y marcaciones de cuchillo en las caras.  Diego de Almagro, quien muy enfermo había visto el combate de lejos, fue tomado prisionero.
La cabeza de Rodrigo Orgóñez antes de ser puesta en la picota fue refregada en el rostro de varios almagristas.  Sobrevino luego un nuevo reparto de tesoros, cargos, siervos y tierras.  En cuanto a Almagro, fue estrangulado el 8 de julio de ese mismo año: 1538. El clan Pizarro quedaba, nuevamente, dueño de los destinos del Perú.
Pasado el momento de las sanciones y venganza contra los almagristas hubo que pensar otra vez en reiniciar las campañas contra Manco Inca y sus lugartenientes.  Especialmente preocupaba a los castellanos la rápida recuperación del rey cuzqueño.  No sólo había empezado a desarrollar una guerrilla permanente en los Andes sino que logró prender la mecha de la insurrección del Collao.  Esta última acción era obra de Tisoc, uno de sus más fervorosos partidarios.


ALZAMIENTO  DEL  COLLAO

“Viendo ya las collas y todas las demás provincias que andaban alborotadas mediante la diligencia que para ellos hacía Tisoc, General de Manco Inga, a quien dijimos que había enviado para que hiciese gente y que se rebelase El Collao, (que) Manco Inga andaba de caída y que le habían muerto los españoles mucha gente y otra le había desamparado, acordaron de alzarse desde Vilcanota hasta Chile todas las provincias y negar la obediencia a Manco Inga y tampoco reconocer a los españoles, por los cuales estaban mal por sus tiranías y opresiones.  Y concertado, nombraron por señor principal  de todos a un curaca principal y de gran valor, natural de los Pacaxes, llamado Quinti Raura, el cual lo aceptó con gran voluntad y ánimo, prometiendo  echar a los españoles de la tierra y ponerlos a todos en libertad, más de la que tenían en tiempo de los Ingas. Y de la otra parte del Desaguadero, donde hay ahora unos paredones viejos, se fue y estuvo haciendo el ayuno, que era ceremonia que ellos usaban entre sí en semejantes actos y solemnidades para que le hiciesen señor de todos, como lo trataban”.
La intervención española fue esta vez solicitada por indios colindantes con el Lago Titicaca; quienes se oponían a Cari Apaza, uno de los lugartenientes de Tisoc y Quinti Raura.  Los cristianos no encontraron mejor medio para penetrar hacia el Collao y dispusieron que Paulo Inca armara unos seis mil soldados indígenas de plena confianza.


BATALLA  DE  DESAGUADERO

“Sabida pues esta conmoción y alzamiento en el Cuzco, salió Hernando Pizarro con mucho número de españoles, y fue en su compañía Paulo Topa, llevando indios amigos para apaciguarlos y llegando al (río) Desaguadero salió a ellos Quinti Raura con su ejército y Hernando Pizarro les presentó batalla, y ellos la dieron con mucho ánimo y osadía.  Y en ella murieron muchos españoles e indios de los de remate, y la causa de tantos muertos fue el no poder pasar el Desaguadero con tiempo.  Y viendo esto Paulo Inca dio una industria con que todos los indios y españoles pasaran en balsas muy cómodamente y sin peligro, y Paulo Inca dio con los suyos sobre los collas y los hizo retirar del Desaguadero, y luego llegó Hernando Pizarro con los españoles, y juntándose con ellos, los collas, como se vieron perdidos, se hicieron fuertes en un paso y de allí de nuevo dieron batalla.  Pero al fin, fueron desbaratados por el valor de los españoles y pelearon aquel día valerosamente, y los collas deshechos algunos se fueron hacia la laguna y ampararse en ella y otros se fueron hacia sus tierras. Y en esta batalla fue preso Quinti Raura, que no tuvo ventura de gozar mucho tiempo el mando y señorío que le habían dado, y los españoles quemaron toda la población que allí había, y Hernando Pizarro en los presos y en todos los que pudo haber a  las manos que se habían alzado, de los principales hizo gran castigo, para escarmentarlos que en lo de adelante estuviesen obedientes y no se alzasen”.
Durante el transcurso de la Batalla del Desaguadero, murieron ahogados diez españoles; casi pereció en la misma forma Hernando Pizarro (fue salvado por indios auxiliares); se ahogaron muchas bestias de los conquistadores. Un cristiano capturado vivo fue sacrificado de inmediato a los dioses por los rebeldes.
El triunfo del primer día fue tan rotundo que los indios les gritaban desde la otra orilla que pasasen, que los estaban esperando.  A la mañana siguiente Hernando Pizarro dividió sus fuerzas para cruzar por los dos sitios distintos aunque próximos.  Son los españoles unos doscientos y los auxiliares muchos miles de hombres; muy experimentados en las guerras.  Algunos autores elevan el número del ejército de Paulo Inca a cuarenta mil personas, de las cuales 5 mil eran soldados.  De todos modos,  queda en claro en las viejas crónicas que los rebeldes cedieron a causa del número abrumador de sus adversarios, los indoespañoles.  Como de costumbre hubo innumerables víctima entre los auxiliares y casi todos los castellanos resultaron heridos.




HACIA  COCHABAMBA

Ganada esa comarca, Hernando Pizarro decidió proseguir la conquista del Collao y enfiló hacia Charcas, donde sabía que se hallaba Tisoc, el empeñoso lugarteniente de Manco Inca, organizando la resistencia a los cristianos.


BATALLA  DE  TAPACARI

Este fue el primer encuentro en esta campaña hacia Charcas.  La perdió Tisoc, pero salvando en buen orden a su gente.  Lejos de desalentarse, hizo secretamente junta de mucha gente de guerra.
Mientras tanto los cristianos llegaron a Cochabamba.  Tomada la plaza, decidió Hernando Pizarro retornar al Cuzco dejando el comando a su valiente hermano Gonzalo Pizarro, secundado por los seis mil soldados de Paulo Inca.


BATALLA  DE COCHABAMBA

“Y estándose holgándose una mañana sin pensarlo,  antes que amaneciese, se hallaron cercados de los indios, que, sin duda, debían estar escondidos cerca, pues tuvieron lugar de poner en torno del real infinidad de maderos a manera de talanqueras muy espesos y fuertes, porque los españoles no se pudiesen aprovechar de los caballos, que era con los cuales hacían más daño en las batallas.  Se vieron en grandísimo aprieto, porque estaban rodeados por todas partes, sin poder entrar ni salir fuera del real, y si allí se estaban habían de perecer de hambre y las bestias de pasto.    Tisoc con los indios, que en aquella ocasión había hecho junta de infinidad de ellos, y los había traído con promesa de matar todos los españoles y quedar de aquella vez libres y salvos de sus molestias, y él había incitado y movido a todas aquellas provincias para que se alzasen, con promesa y aun con amenazas que les había hecho de parte de Manco Inga, en cuyo nombre había venido como dicho es”.


EL  CRANEO  DE  GONZALO  PIZARRO

Tisoc había conseguido excelentes aliados en el Collao para apoyar la insurrección de Manco Inca.  Uno de los más combativos fue Tiori Nasco.  Fue este quien dijo que “del casco de la cabeza de Gonzalo Pizarro habían de hacer un vaso para beber”.  Tales eran los trofeos guerreros en el Tahuantinsuyu.  Ningún modo mejor de humillar al enemigo vencido que bebiendo en su cabeza forrada en oro y plata.


“A  NO  ESTAR  YO  ALLI”

Gonzalo Pizarro calculó en veinte mil hombres el número de sitiadores.  Para resistir contaba con 40  jinetes, 30 peones y 6,000 guerreros de Paulo Inca más personal de servicio.  La lucha fue durísima, pues “pelearon largo rato sin conocerse ventaja”, “haciéndolo muy bien el Inca Paulo con su gente”.
Tisoc efectuó sangrienta matanza en los indios aliados de los españoles pero, al fin al cabo, éstos fueron los que desgastaron a los sitiadores.  Cuatro españoles heridos y cuatro caballos lesionados, y cinco días de enconada guerra, preocupan a Gonzalo Pizarro.  Es así como formando con los escuadrones de los indígenas amigos dirige personalmente una carga, con la cual rompió el cerco.
Poco después Paulo Inca podría decir con orgullo: “a no estar yo allí no quedara cristiano de ellos”.
Un cronista resumió así ese encuentro con quechuocollas de Tisoc: Viéndose Gonzalo Pizarro y sus hombres cercados “y que no tenían remedio, sino a fuerza de brazos romper aquellos maderos y palizadas como pudiesen y salir a los enemigos que estaban afuera con las armas aguardando, dieron traza que unos rompiesen y otros peleasen desde dentro. Y así españoles  e indios amigos, con Paulo Topa, empezaron a deshacer las talanqueras y a salir a pesar de los indios de Tico, que lo defendían con todo ánimo y furia y peleaban haciendo  cuanto era en ellos, y estuvieron de aquella manera todo el día y la noche, sin descansar los unos ni los otros, con el mayor tesón que se había visto en batalla de indios en este reino.  Pero, al fin, fue Dios servido que los españoles,  con la ayuda de los indios de Paulo Topa, que los hicieron con mucho esfuerzo, vencieron a Tisoc y a los suyos y los hicieron huir con muertes de grandísima cantidad de ellos, como la pelea duró tanto y con tanta porfía”.


SEGUNDA  BATALLA  DE  COCHABAMBA

El comando militar incaico, sin embargo, no se da por vencido.  Tisoc deseaba hacer honor a su calidad de “Capitán General del Inca en aquella provincia” y a su terrible fama de “grandísimo enemigo de cristianos”.
Fue así como reunió un nuevo ejército con el cual marchó otra vez sobre Cochabamba.  Se empeñó una larga lucha en la cual Gonzalo Pizarro estuvo a la defensiva gastándose cada vez más las reservas de Paulo Inca.


COMBATE  DE  PARIA

Estando Gonzalo Pizarro en tan difícil situación, retornó Hernando Pizarro,  acudiendo al llamado de los mensajes urgentes que le había enviado.
Allí atacando por sorpresa en Paria, cerca de Cochabamba, a los sitiadores, Hernando Pizarro logró un triunfo definitivo sobre Tisoc.  Este alcanzó a retirarse,  tratando de volver a juntar fuerzas, pero ya no lo consiguió, pues fue seguido muy de cerca.  Finalmente, Paulo Inca obtuvo su rendición y fue conducido al Cuzco.  El Collasuyu quedaba sojuzgado.
Al poco tiempo ocurrirán dos hechos trascendentales.  Partirá Hernando Pizarro a España, llevando nuevos tesoros para el Rey y a explicar su conducta en el Perú.  Mientras tanto, Gonzalo Pizarro organizará una poderosa expedición sobre los baluartes de Manco Inca en Vilcabamba.  Las hazañas del primero las premiará Carlos V con veintiún años de encierro en la cárcel del castillo de La Mota del Campo.  En cuanto al segundo, no logrará capturar al monarca rebelde.  Estamos en abril de 1539.


BATALLA  DE  ORIPA

Es un triunfo de la caballería incaica sobre el ejército español.  Realizaba Manco permanentes correrías desde su cuarte general en Viticos.  Razón por la cual Francisco Pizarro decide enviar a Illán Suárez de Carvajal para que “acabe aquella guerra”.  Sale este Capitán del Cuzco hacia Vilcashuamán y de allí pasa a la provincia de Guamanga (regiones todas dominadas por las guerrillas incaicas), “y asentó su ejército en el lugar de Oripa, cuatro leguas de Curamba o Cubamba”.
“Manco en sabiendo la llegada de los castellanos, quiso retirarse más a la montaña, de la cual había salido algo para hacer sus cabalgadas, y siendo el Factor avisado del lugar donde se hallaba Manco, que no era muy lejos ordenó al Capitán Villadiego que con treinta soldados, los más sueltos fuese a un puente, tres leguas del cuartel, y que acometiéndole de repente procurasen prenderlo”.
Marcha Villadiego a cumplir con la misión encomendada.  Cruza el puente “a pocos pasos” se entera por los indios aliados, siempre numerosos entre el ejército español, que el Inca “está en lo alto de una sierra con hasta ochenta hombres”, “porque sabía la llegada de los castellanos había enviado toda la gente adelante”.
Villadiego arengó a sus soldados: treinta españoles con cinco arcabuces y siete ballestas.  Empiezan los peones a subir la cuesta.  Es entonces cuando Manco “subiendo en uno de los cuatro (caballos) que tenía, con una lanza jineta en la mano, mandó a tres parientes suyos que subiesen en los otros, y apercibió a los ochenta indios y a todos les dijo que aquella ocasión no se debía perder pues que ellos estaban fuertes y los castellanos flacos”.
Carga entonces Manco con su pequeño pelotón de caballería contra Villadiego y su gente, toda fatigada por ascensión.  Se disparan los arcabuces.  Se cruzan las armas.  A Villadiego le parten el brazo de un macanazo; y termina destrozado en manos indias.  Perecen allí veinticuatro españoles, y sólo salvan seis heridos “con la ayuda de los indios amigos que los ayudaron y llevaron en hamacas”.
Manco procede entonces a las represalias de rigor en aquel tiempo “mandó cortar las manos, narices y orejas y sacar los ojos a muchos de los indios amigos de los castellanos, cuyas cabezas envió a Viticos”. Hizo luego a reclutar más gente y prosiguió la campaña de hostilización de los conquistadores.  Es entonces que se funda Guamanga, con el único objeto de disponer de una base de operaciones contra el Inca rebelde.
La batalla de Oripa, ganada de buena cuenta por cuatro jinetes indígenas a treinta peones castellanos y varios de cientos de auxiliares indios, nos demuestra la enorme importancia del caballo en la Conquista.


FUNDACION  DE  GUAMANGA

Vista esta derrota española y las permanentes incursiones de Manco Inca en esas regiones, Francisco Pizarro decidió fundar una ciudad entre Lima y Cuzco.  Esa fue Guamanga, creada el 9 de enero de 1539, con nombre de San Juan de la Frontera.  Desde entonces los castellanos tuvieron un lugar de refugio en las cordilleras andinas, camino al Cuzco.


GONZALO  PIZARRO  FRENTE  A  MANCO  INCA

Alentado por la conquista del Collao, Gonzalo Pizarro decidió emprender una gran campaña que pusiese fin a las constantes guerras que daba Manco Inca a los españoles desde el río Santa hasta las vecindades del Collao.  Alista para ello cerca de quinientos españoles, perfectamente equipados.  Simultáneamente Paulo Inca hizo una nueva leva de gente entre los indios.
Partieron así a buscar a Manco Inca en su cuartel general ubicado en algún lugar de las abruptas cordilleras de Vilcabamba.  La imponente expedición llevaba refuerzos de 4,000 mil soldados indígenas.  Al lado de Paulo Inca, aspirante a la corona incaica bajo protección española, marchan también dos príncipes de sangre imperial, enemigos del monarca rebelde: Inguil y Guaipar, seguidos de sus cortejos y escoltas.


BATALLA  DE  CHUQUILLUSCA

Enterado Manco Inca de la aproximación del formidable ejército indo-español comandado  por Gonzalo Pizarro, se adelantó algunas leguas a fin de preparar una emboscada.  El resultado fue un desastre completo para el  jefe español.
En un paso muy angosto, cuando menos lo pensaba Gonzalo Pizarro, cayó una galga, que llevó tres españoles al abismo y separó en dos grupos a los expedicionarios.  Adelante quedaron los príncipes Inguill y Guaipar, fuerte grupo de españoles y esclavos negros.  Atrás, Gonzalo Pizarro, Paulo Inca y el grueso del ejército.  Una lluvia de piedras y flechas cayó sobre todos ellos.
Gonzalo Pizarro, alarmado por la sorpresa, dio orden de retirada.  Se le opuso Paulo Inca haciendo ver los peligros de esa medida y la necesidad de salvar a los sobrevivientes del grupo de adelante.  Una acalorada discusión en el comando indo-español terminó en acusaciones de traición a Paulo Inca.  Se decía que retardaba la retirada para que el resto del ejército cayera en manos de Manco Inca.  El incondicional aliado de los cristianos negó tal imputación y hasta pidió cadenas y guardias a cambio de un poco de tiempo para ubicar a los desaparecidos.
Aceptada la propuesta de Paulo Inca se procedió a reconocer la zona.  Se descubrieron 36 cadáveres españoles y doce heridos graves.  Multitud de indios aliados había caído víctima del furor incaico.  Asimismo, fueron capturados por los rebeldes los dos príncipes imperiales amigos.  Más de cien españoles que se dispersaron ante el sorpresivo ataque de Manco Inca fueron reintegrados al conjunto de las fuerzas expedicionarias.
Esta catástrofe hizo retroceder a Gonzalo Pizarro a fin de buscar refuerzos con los cuales iniciar una nueva campaña.





LA  JUSTICIA  DE  MANCO  INCA

Entre los prisioneros cogidos por Manco Inca en Chuquillusca se hallaron los príncipes Guaipar e Inquill.  El joven monarca, inflexible para con sus enemigos, especialmente para con los aliados de los españoles, ordenó de inmediato la decapitación de sus hermanos.
“Más justo es que corte yo sus cabezas que no que lleven ellos la mía”, fue todo el comentario del rey cuzqueño al ordenar el degollamiento.


FIRMEZA  REVOLUCIONARIA

Pese a contar ya con muy mermados efectivos, no había decaído el espíritu aguerrido de Manco Inca.
Sus capitanes habían lanzado gritos a los españoles diciéndoles que ya tenían muertos a más de dos mil cristianos y a incontables indios auxiliares, y que, además, “pensaba matarlos a todos y quedarse con la tierra que era suya y lo había sido de sus abuelos”.
Las pérdidas indias en estas guerras, por los dos bandos, el cristiano y el rebelde, han sido calculadas en unas quinientas mil personas.


LA  ARCABUCERIA  DE  MANCO  INCA

Con los refuerzos enviados por Francisco Pizarro, Gonzalo Pizarro pasó a la ofensiva sobre Manco Inca.  Este al parecer había disuelto su pequeño ejército, dividiéndolo en reducidas unidades de combate.
Una de ellas era de arcabuceros.  Aunque mal entrenados los cuatro arcabuceros cuzqueños se enfrentaron desde unas troneras de piedra  a la expedición española.  Rodeado Manco Inca y su pequeño grupo por el numeroso ejército indo-español, se perdió en la maleza, tras cruzar rápidamente un río cargado por varios de sus hombres.  Desde la otra orilla alcanzó a voltear a los españoles y decirles: “Yo soy Manco Inca”.  Gonzalo Pizarro tuvo así que pasar dos meses en esas duras comarcas.  Si bien no encontró al rey cuzqueño, en cambio se capturó a muy buena parte de sus máximos colaboradores: Vila Uma, Cori Atao, Tisoc y otros más.  Sobre todo, cayó en manos de las fuerzas expedicionarias su hermana y esposa favorita, Cura Ocllo; de notable fama por su belleza singular.  La expedición fue un éxito para Gonzalo Pizarro.  Pero el rebelde se negó a entregarse a pesar de las constantes gestiones efectuadas por enviados de Paulo Inca.


UNA  TRAMPA  A  FRANCISCO  PIZARRO

Mientras Francisco Pizarro estaba en el Valle de Arequipa, Manco Inca remitió mensajeros del Cuzco afirmando que sólo se entregaría al máximo jefe español si personalmente iba a verse con él en Yucay.  Era el mes de septiembre de 1539.
Francisco Pizarro cayó en la trampa y subió al Cuzco desde donde, como vanguardia, despachó a un grupo numeroso.  Este llevaba como presentes una yegua y otras prendas.  Creyendo que en aquel grupo venía el viejo jefe castellano, el Inca hizo que una unidad de combate lo atacara.  Cayeron los incaicos sobre la avanzada.  Capturaron cuanto pudieron causando mortandad en los indios aliados. De todo esto tomó gran indignación Francisco Pizarro y con el deseo de amedrentar al monarca rebelde dispuso uno de los actos más reprobables de la Conquista el Perú.


ASESINATO  DE  CURA  OCLLO

Fracasado el intento de rendir a Manco Inca, la expedición de Francisco y Gonzalo Pizarro emprendió la retirada, llevando en cautiverio a distinguidos jefes cuzqueños y a Cura Ocllo, esposa principal del monarca insurrecto.
En Pampaconac la soldadesca había tratada de violarla, mas ella se defendió llegando a extremos indecibles.  Tales incidentes se repitieron varias veces.  Finalmente, al encontrarse Gonzalo Pizarro en Ollantaytambo con su hermano el Marqués y Gobernador del Perú Francisco Pizarro, decidieron matar a la Coya para escarmiento de los rebeldes.


OTRA  MARTIR  CUZQUEÑA

El crimen se ejecutó con pasmosa sangre fría.  Es el propio sobrino y paje de Francisco Pizarro, el soldado cronista Pedro Pizarro quien cuenta que “mandó el Marqués matar esta mujer de Manco Inca”.  Titu Cusi Yupanqui, el cronista hijo de Manco Inca, narra que todo lo que dijo la reina con señorío imperial fue “¿en una mujer  vengáis vuestros enojos? Daos prisa en acabarme, porque se cumpla vuestro apetito  en todo”.
Para humillar más a la dinastía incaica, se encargó a los indios cañaris el cumplimiento de la orden de Francisco Pizarro.  Cedemos la palabra nuevamente a Pedro Pizarro: “atándola a un palo unos cañaris la varearon y flecharon hasta que murió.  Decían los españoles  que allí pelearon que nunca esta india habló palabra ni se quejó y así murió de varazos y flechazos que le dieron.  Cosa de admiración que una mujer no se quejase, ni hablase, ni hiciese ningún mudamiento con el dolor de la heridas y de la muerte”.


LA   HOGUERA

El crimen suscitó violentas protestas de parte de los prisioneros Vila Uma, Tisoc, Taipi, Tamqui Gualpa, Orco Guaranga, Atoc Suqui y otros más.
La respuesta de Francisco Pizaro fue tajante: enviar de inmediato a la hoguera al Sumo Sacerdote  y Capitán General, Vila Uma, y a la mayor parte de los jefes indios cautivos.  Una vez quemados vivos esos orejones retrocedió la expedición hacia Yucay.





LA  MASACRE  DE  YUCAY

Llegados a Yucay, Francisco Pizarro decidió matar a los dos últimos jefes importantes que tenía prisioneros.
Cori Atau, Oscoc y capitanes de menor importancia fueron también quemados vivos.
Hecho esto los españoles con sus indios aliados retornaron al Cuzco.  Por estos días se debió quemar a Guaman Malqui Topa, ilustre indios, abuelo de Guaman Poma, el futuro cronista indio.


PAULO  INCA

En esta campaña, como en todas las de las guerras contra Manco Inca, destacó en filas españolas  el príncipe Paulo Inca. Ambicionaba el trono incaico y no vaciló en ponerse incondicionalmente a órdenes de los cristianos.
Sus méritos fueron tantos que hasta la Corona Española le reconoció innumerables prebendas, tierras, títulos y beneficios.  No solamente hacía uso de su prestigio para convencer a los Curacas de la necesidad de una paz con los castellanos, sino que combatió denodadamente por su causa.
Fue llamado “el gran pilar de este reino” y “buen vasallo de Su Majestad”.  En los combates más recios iba armado a la española y “obligaba a pelear a los indios, hiriendo a los que huían”.  Era “muy brioso”.  Al igual que Manco Inca, combatía a caballo, cargando a la cabeza de los suyos.  Hasta usaba un arcabuz en ciertas ocasiones.


FUNDACION  DE  AREQUIPA

Terminada esta campaña vino la fundación de Arequipa.  Se efectuó el 15 de agosto de 1540.  A poco será llamada a concurrir a la lucha conjunta contra Manco Inca.


EL  HERODES  ESPAÑOL

Mientras ocurren todos estos hechos, en el norte se libran feroces guerras.  El movimiento de resistencia encendido por Illa Tupa no ha sido sofocado, pese a los tres años de brava lucha.  Es entonces cuando se decide enviar a las regiones de Huánuco, Huaura, Huailas y Conchudos a un hombre de alto linaje castellano, con fama de gran crueldad: Francisco de Chávez.
Chávez practica la táctica de la tierra arrasada.  Superó a todos en métodos de terror.  Entre julio y septiembre de 1539 destruye cuanto encuentra.  Incendios, saqueos, asesinatos y violaciones son su huella.
Se ensañaba con niños y mujeres, y se cuenta que hacía cantar su ilustre nombre antes de ahorcar o quemar.  Tenía a orgullo haber matado a todos los menores de tres años.  En cierta ocasión, de golpe, exterminó a seiscientos niños indígenas.
Otros compañeros de armas efectuaron también por esta época expediciones punitivas en esas comarcas  levantiscas.  La hoguera y los perros furiosos fueron los mejores medios para castigar a quienes demandaban respeto a sus legítimos fueros.  Las tierras usurpadas eran de inmediato repartidas entre los vencedores.


LAS  “PACIFICACIONES”

Estando inquieta toda la tierra, se organizaron algunas expediciones con el objeto de “pacificar” a los levantiscos.
La más famosa de estas expediciones fue la de Francisco de Chávez.  Mas no le fue a la zaga Alonso de Alvarado, quien esta vez sobrepasó las tropelías cometidas durante su expedición de socorro al Cuzco.  Asoló comarcas de Ancash y Huánuco quemando y aperreando gente.  Incendio y talas fueron el rastro de su expedición –así como de otras varias menores– las cuales trataban de sofocar los últimos brotes de la heroica resistencia  de Illa Topa y de otros capitanes de Manco Inca quienes aún subsistían dispersos entre los Andes.


MAS  MUERTE

Por estas épocas se despacharon varias expediciones a la misteriosa selva, huestes que fueron integradas, generalmente, por los recién llegados al Perú.
A la verdad, muchos españoles querían descubrir nuevos reinos, pues, al llegar habían encontrado ocupada toda la tierra por los conquistadores de la primera hora.  Estos, a su vez, quisieron siempre deshacerse de la incómoda presencia de tanto castellano que llegaba, y en tan fuerte cantidad, cuando no había ya nada que repartir.  Ni tierras, ni minas, ni siervos, ni mujeres, ni rebaños.
Surgieron pronto leyendas sobre reinos fabulosos perdidos en la selva.  La imaginación creó hasta ciudades de oro.  Luego desaparecerían, unas tras otras, varias expediciones.  Dejaron así sus huesos en la selva cientos de españoles, multitud de negros esclavos y decenas de miles de indios auxiliares.  Apenas los sobrevivientes de esas marchas al trópico lograron contar los padecimientos sufridos.  Pantanos y maleza, cuando no las flechas de los chunchos, eliminaron a los más.  No obstante, la fiebre por la riqueza, se contagió con celeridad y todos acabaron por creer en los míticos reinos de tierra adentro.  Quizás los mismos indios hallaron una forma de vengarse con las fábulas de Dorados legendarios.  Hasta Gonzalo Pizarro cayó en tan tentador señuelo.


EL  AMAZONAS

La principal de estas expediciones fue la que descubrió el río más caudaloso del planeta.
Para conquistar el reino de la Canela partió del Cuzco Gonzalo Pizarro, ya terminada su campaña contra Manco Inca y liquidada en Yucay la crema de la nobleza cuzqueña.  Llegado a Quito, desde allí bajó a la selva, siguiendo el Coca y el Napo.  No mucho después, su lugarteniente Francisco de Orellana, descubrirá el Amazonas en 1542 cuando, al ser arrastrado por la corriente, no pudo ya retornar al campamento de su jefe.
Se dio luego una maravillosa epopeya geográfica.  Orellana construyó en plena selva un bergantín; y con él salió hasta el Atlántico, en medio de hambres, guerras y padecimientos indescriptibles.
Mientras tanto, Gonzalo Pizarro, abandonado en plena amazonia, no tuvo otro camino que iniciar su penoso retorno llegando por azar a Quito, donde ya se lo daba por muerto a causa del mucho tiempo transcurrido desde su partida.  Hambres y enfermedades agobiaron a Gonzalo Pizarro y pocos sobrevivieron a tan ardua empresa.  Hasta con carne huma hubo que alimentar a los fieles perros de la expedición.
Pero mientras Gonzalo Pizarro se abría paso entre la maraña de la selva, importantísimos hechos acaecían en el Perú andino.  En Lima hervían las conspiraciones contra su hermano el Marqués Gobernador del Perú.  En el interior Manco Inca seguía empuñando el estandarte de la revolución.


EL  ASESINATO  DE FRANCISCO  PIZARRO

Lentamente se habían ido acrecentando los odios de los almagristas.  Vencidos los partidarios de “el tuerto” en Las Salinas fueron marginados muy severamente  tras draconianos castigos a sus jefes.  Cundía el despecho por una injusta postergación.  Fue entonces cuando Diego de Almagro el Joven, hijo mestizo del segundo socio de la Conquista del Perú, se decidió acaudillar el movimiento sedicioso de la facción almagrista.
El domingo 26 de julio de 1541 fue asaltado el Palacio por un grupo decidido que comandaba Juan de Rada y Francisco Pizarro cayó ante quienes tanto había humillado.  A su lado pereció también Francisco de Chávez, el Herodes Cristiano.


BATALLA  DE  CHUPAS

Proclamado Diego de Almagro el Joven como Gobernador del Perú tuvo que enfrentarse con Cristóbal Vaca de Castro, enviado por el Rey de España para poner orden en estos territorios.
El 16 de septiembre de 1542 se midieron el ejército realista y el almagrista en Chupas, derramándose heroísmo y firmeza en ambos bandos.  La victoria de Vaca de Castro se atribuyó a la decisión de Francisco de Carvajal y a la traición o grave error de Pedro de Candía, jefe de la artillería almagrista.


MUERTE  DE  ALMAGRO  EL  JOVEN

Apresado tras el desastre de Chupas, Diego de Almagro el Joven fue conducido al Cuzco donde se lo condenó a muerte, ejecutándose la sentencia en el mismo lugar donde se mató a su padre.  Pronto llegaron noticias de que Carlos V había creado el Virreynato del Perú a través de  Real Cédula de 20 de noviembre de 1542.  Está próximo el arribo del Virrey Blasco Núñez de Vela, quien sería portador de un genio irascible, de las Nuevas leyes y de una política favorable a los indios.
Las Nuevas Leyes eran el producto de la lucha denodada de los sacerdotes juristas a favor de un cambio radical en América.  Representaron al auténtico cristianismo, aplicado al Derecho. Eran, no obstante, violentamente rechazadas por los conquistadores.  Estos se fueron agrupando en torno a Gonzalo Pizarro.


BATALLA  DE  YURACMAYO

Por estos años la historia de Manco Inca se vuelve sumamente borrosa.  No obstante, podemos recoger tanto de las crónicas de su hijo Titu Cusi Yupanqui, como de documentos españoles, la versión de una nueva batalla: Yuracamayo.  Fue, al parecer,  un triunfo de Manco Inca sobre una de las expediciones enviadas a la conquista de la selva por los castellanos.
Según Morúa en este encuentro “los españoles que eran ciento y sesenta, sin los indios amigos que les seguían, que era mucha cantidad” fueron batidos en Yuracmayo.  Murió en el encuentro Yunca Ayllu, capitán muy preciado por el rebelde.


AVANCE  HACIA  EL  NORTE

Atraído por algunas propuestas, y viendo difícil su situación en el sur, Manco Inca se dirigió hacia el norte rumbo a una fortaleza en tierras de los Chachapoyas.  Quizás la batalla descrita en el capítulo anterior se dio durante esta marcha, cuyos incidentes no se conocen aún con precisión.


CUARTA  BATALLA  DE  JAUJA

Este avance de Manco Inca hacia el norte lo habría conducido hasta el mismo Valle del Mantaro, donde apareció sorpresivamente ante los españoles.  Se libró entonces la cuarta Batalla de Jauja.
Manco instaló su cuartel de operaciones en Sapallanga.  Desde allí supo cómo varios curacas jaujas continuaban dando su adhesión a los cristianos.  Ordenó entonces castigar con pena de muerte a todos los que se aliasen con los castellanos.
A poco se produjo la batalla que duró dos días entre las fuerzas hispano-jaujinas y las cuzqueñas.  Murieron cincuenta españoles y enorme cantidad de jaujas.


PROFANACION  DE  VARIVILLCA

Terminado el encuentro., Manco Inca no encontró mejor medio de humillar a sus enemigos que destruir su huaca.  Marchó sobre el pueblo de Huayucachi, derribó su templo y arrojando al Mantaro a su ídolo Varivillca ordenó dar la vuelta hacia el Cuzco.  Seguramente, no se sintió con fuerzas suficientes como para proseguir hacia su lejana meta: Chachapoyas.
RETIRO  EN  ACOSTAMBO

Muchas dificultades debieron presentársele a Manco Inca porque se detuvo un año en Acostambo, a la defensiva.


COMBATE  EN  PILLCOSUNI

Hallándose en Acostambo fue llamado por algunas tribus de la ceja de selva, a causa de la presencia de una expedición castellana.  Manco Inca cayó sobre ella y la destrozó, recogiendo buen botín de armas españolas.


ASALTO  DE  HUAMANGA

Por estas épocas Manco Inca o sus capitanes asaltaron Huamanga.  Asimismo, sus correrías cubrieron las comarcas de Carahuasi, Abancay, Oripá, Andahuaylas, Limatambo, Tambo etc.  Son datos escasísimos y confusos los que se tienen de toda esta etapa.
Finalmente Manco Inca,  sumamente debilitado en sus filas con tantos años de guerra, decidió ponerse por un tiempo en espera.
Mientras tanto, los españoles continuaban luchando carniceramente por el dominio del Perú.  Batallas, asesinatos, ejecuciones e infamias eran cosas de todos los días.  No había cuartel entre almagristas y pizarristas.


RAPTO  DE  TITU  CUSI  YUPANQUI

Manco Inca no se resignó a ver perdido a su hijo llevado en rehenes por Gonzalo Pizarro tiempo atrás y organizó su rapto.  Envió gente al Cuzco y secretamente lo secuestraron de la casa del español que lo tenía en su poder.  Desde entonces volverá a acompañar a su padre en sus campañas y estará con él hasta el momento de su asesinato.


ASESINATO   DE  MANCO  INCA

Para salvarse de las represiones de los Pizarro, tras la batalla de Chupas, varios almagristas buscaron refugio en las montañas de Vilcabamba ofreciendo sus servicios a Manco inca quien les brindó generoso asilo en su propia fortaleza.
Sin reconocer la hidalguía de aquel gesto, los refugiados tramaron, tiempo después, el asesinato del monarca indio, por cuanto un capitán de Gonzalo Pizarro les habría ofrecido amnistía total a cambio de su felonía.  Aguardaron así la salida de la breve guarnición cuzqueña, y luego, tomando como pretexto una diferencia en el juego de herrón, cayeron los siete almagristas sobre Manco Inca, atravesándolo a puñaladas.  Los asesinos emprendieron fuga, pero a poco fueron alcanzados por la escolta muriendo todos de mala muerte.  El joven rey tuvo una larga agonía.  Al fallecer debía contar con unos 26 años de edad.  Había estado en pie de guerra desde 1536.
Las cenizas del gran rebelde, que yacen en algún lugar olvidado de la cordillera, aguardan aún que las jóvenes generaciones, superando las tremendas ingratitudes del pasado, concedan a los héroes incaicos el sitial que merecen en los altares de la Patria.  Sólo se formará conciencia nacional en el Perú cuando reconozcamos plenamente la epopeya legada por la raza gloriosa de los Incas.  Aquel joven rey será entonces orgullo nuestro y de todos los pueblos que luchan por su liberación.  Y sólo entonces la resistencia heroica quechua tendrá el lugar que hasta ahora se le ha negado en la historia.

Vega,J. (1963). La guerra de los viracochas. Peru: Populibros Peruanos


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