sábado, 22 de diciembre de 2018

Cita Libro: La guerra de los Viracochas - PRIMERA PARTE


EL CONTRATO

   “Para servir a Su Majestad en el descubrimiento y población y pacificación de la mar del sur”, firmaron un contrato en Panamá, el 20 de mayo de 1524, el Padre Hernando de Luque, Francisco Pizarro y Diego de Almagro.
A fines de ese mismo año partió la primera expedición; la cual fracasó. Los nombres de Pueblo Quemado y Puerto de Hambre, en la actual costa colombiana, son ilustrativos sobre los padecimientos de esa primera etapa de la conquista del Perú.

LA ISLA DEL GALLO

   La segunda expedición de Francisco Pizarro tuvo su momento culminante en la Isla del Gallo, cuando trece españoles decidieron permanecer con su capitán, en medio de atroces penurias, y no retornar a Panamá con Juan Tafur.
   Con sus auxiliares indígenas y negros, siguieron hacia el sur. Pronto se realizaría el descubrimiento del Tahuantinsuyo. Tocaron los castellanos en Tumbes, La Chira y  varios puntos del litoral hasta el río Santa. Seguros de la vastedad y riqueza de la tierra descubierta, optaron por regresar a Panamá: no sin antes recoger varios indios para enseñarles la lengua española. Uno de éstos será más tarde personaje esencial de la conquista del Perú, Felipillo el Tallán.
   Aquellos desembarcos fugaces de los españoles en el litoral incaico, demostrando fingida gentileza, en medio de regalos y festines, con pacíficos disparos de arcabuz y airosas pruebas de corceles, fueron los que crearon la leyenda de los Viracochas. Provocaron el renacimiento de aquel mito de seres misteriosos que surgían y desaparecían en el mar. Para los indios, esas visitas fueron mágicas, a todas luces; visitas, además, confusas que solo vieron unos pocos aquí y allá: visitas – cosa extraña para ellos – que de repente dejaron de producirse. Idos los cristianos, la leyenda creció al amparo de los sentimientos míticos de los indígenas. Es por eso que, muchos años después, al retornar los castellanos, su presencia fue considerada como algo sobrenatural por gran parte de la población incaica; y, especialmente, por la dinastía legítima del Cuzco.
   Como los funcionarios reales obstaculizaban la empresa en Panamá, Francisco Pizarro decidió viajar a España. Allí firmó las capitulaciones de Toledo con la Reina el 26 de julio de 1529.  Luego recogió al clan Pizarro: su hermano legítimo Hernando Pizarro, entonces de 26 años; y a los otros bastardos de padre, Gonzalo y Juan, ambos muy jóvenes, y a Martín de Alcántara, hermano de madre. Asimismo vino Pedro Pizarro, niño aún, quien sería su paje y más tarde soldado y cronista de la Conquista del Imperio de los Incas. Luego llegarían al Perú los hermanos de madre de Juan y Gonzalo. Finalmente figuran otros deudos lejanos como Diego Pizarro, Cristóbal Pizarro, Martín Pizarro y Juan Pizarro de Orellana.
EL TERCER VIAJE: 1531

   Fue el definitivo. Tras marchas penosas a lo largo de la costa septentrional, por manglares, cubiertos de pantanos y malezas, y plagados de verrugas, los conquistadores, alentados indesmayablemente por Francisco Pizarro,  llegaron frente a Puná. Esta isla será  el primer punto de contacto con el Tahuantinsuyo. Sin  esperar el arribo de los refuerzos de Don Diego de Almagro, los españoles y sus numerosos indios auxiliares centroamericanos decidieron embarcarse; por propia invitación de los Curacas isleños. Aún  ignoraban la vastedad del Imperio que pronto habría de mostrarse ante sus ojos. No imaginaban su fabulosa riqueza. Mucho menos sabían que desde hacía un buen tiempo se habían declarado guerra a muerte los dos hijos principales del difunto emperador Huaina Capac. Huáscar Inca, sucesor legítimo, dueño del Cuzco, enfrentaba los intentos de usurpación de Atao Huallpa; quien se había posesionado  de Quito. Los Hanan alineaban con la dinastía reinante; Los Hurin, con la sublevada. En el norte, Quito ejerce  indiscutible influencia. En el sur, el Cuzco. Los altos mandos del ejército son partidarios de Atao Atahaullpa. El clero solar prefiere a Huáscar Inca. Muchas confederaciones  tribales conquistadas en épocas recientes por los Incas ven en esa lucha fratricida la oportunidad para recobrar su antigua autonomía. Tantas naciones esparcidas desde Pasto hasta el Maule carecían en muchos casos de lengua común, de religión única, de leyes absolutamente unitarias, de costumbres semejantes, de tradiciones conjuntas. Las viejas aristocracias sojuzgadas por los Incas velaban por una  ocasión  que les devolviese sus grandes privilegios. Muchos lugares apenas si estaban incaizados.
   En la misma Puná, donde están desembarcando los castellanos, se apreciará ya la crisis interna, la agudísima división existente en el seno de la sociedad incásica.

PUNÁ. FIESTAS Y SANGRE

      El Curaca  Cotoir, uno de los siete señores de la isla, recibió a Francisco Pizarro con muchas fiestas. Los españoles pudieron apreciar allí cuán regiamente vivían los nobles, en palacetes muy hermosos y con un harem selecto que custodiaban celosamente unos eunucos. Un templo a Timpal, dios de la guerra, se levantaba en medio de la ciudadela principal.
   Puná no era un lugar del todo asimilado a la vida incaica. Allí sobrevivían costumbres ya desaparecidas en provincias asimiladas desde tiempo atrás al Imperio de los Incas. Dentro del océano de pueblos distintos que conformaban el Tahuantinsuyo, Puná, al igual que otras regiones sojuzgadas por los Incas en tiempos recientes, conservaba bastante el régimen antiguo pre-incaico. Reacios a toda sujeción imperial, los Curacas de Puná, tras resistir tercamente a Huaina Capac, se rebelaron contra Atao Huallpa. Ya vencidos por el usurpador quiteño, su agresividad los llevó a sublevarse por segunda vez; apenas aquél abandonó la costa para ascender a los Andes. Mientras  Atao Huallpa reiniciaba la lucha contra su hermano cuzqueño, los punaeños se alzaron contra la guarnición incaica. Luego pasaron al ataque sobre Tumbes.
   No obstante la rebelión contra Quito y la Dinastía Hurin, los jefes punaeños no devolvieron la libertad a varios orejones cuzqueños. Quizás trataban aquellos curacas de recobrar su autonomía al amparo de la prolongada lucha fraticida entre los hijos de Huaina Capac. Habían combatido contra Quito, pero no parecían dispuestos a retornar bajo la égida cuzqueña. Los caciques lugareños deseaban, sin duda, recuperar- como lo consiguieron- todos sus privilegios; fueros que habían sido disminuidos con la presencia de las autoridades imperiales incaicas.
   Los tumbesinos fueron derrotados por los punaeños en esa  pequeña guerra litoral. Atao Huallpa no había dispuesto de tiempo suficiente para bajar otra vez a la costa y restablecer el orden en estas zonas; pues estaba embebido en la organización de las grandes campañas militares contra el Cuzco. El triunfo punaeño significó que seiscientos tumbesinos fueran llevados como siervos a Puná; con sus mujeres e hijos. Cuando los castellanos desembarcaron en la isla hacía  ya varios meses que sus Curacas gozaban de plena autonomía y celebraban sus victorias.

SE INICIA LA LUCHA

   Fue precisamente a los dos meses del triunfo punaeño sobre Tumbes que llegaron a la isla las fuerzas expedicionarias españolas. Una vez allí instaladas, rodeadas del asombro y desconfianza de los nativos, se leyó el famoso Requerimiento; con lo cual, quedó ese sitio asimilado al Imperio Español sin sospecharlo siquiera los Curacas punaeños.
   Poco antes los españoles habían puesto en libertad a unos cuantos oerjones cuzqueños; despidiéndolos con grandes obsequios. Fueron ellos los primeros en repartir en tierra firme las noticias sobre el inesperado acontecimiento. Puede creerse que esos orejones fueron capturados y muertos por las huestes de Atao Huallpa, pues, que se sepa, no llegaron al Cuzco. Pero alcanzaron sí a propagar extrañas nuevas sobre el retorno de los seres misteriosos que salían del mar emergidos de la espuma de las aguas.
   Los primeros abusos de los castellanos en cuanto a oro y mujeres, así como la visita que les hizo el Curaca de Tumbes Chiri Masa, llevó a los jefes panaeños a tramar la muerte de los extraños.
   Por su  reducido número parece una empresa fácil.
Fue así como una mañana avanzó confiado “mucho número de indios, todos con sus armas y atabales y otros instrumentos que traen en sus guerras”. Otros, con mucha música, desembarcaron desde sus balsas de guerra.
   Una espantosa carnicería pone rápidamente fin al encuentro, cuando los atacantes, gracias a la sorpresa, habían ya tomado parte del campamento español. La infantería simple de formación ligera se deshace ante el ímpetu de la caballería pesada de los castellanos. En varias embarcaciones, igualmente, setecientos flecheros habían intentado asaltar las carabelas. Los desdichados no conocían aún el poder de la pólvora y el acero. Son rociados con las ballestas y los arcabuces mientras los indios auxiliares ayudaban a ponerlos en derrota.
   Tales desastres no desalentaron a los punaeños. Retirados a la maleza prosiguieron una lucha  de guerrillas. Vendrán luego veinte días de expediciones punitivas de los castellanos, amparados en sus indios centroamericanos.
 

LA LIBERACION DE LOS TUMBESINOS

   Para sofocar la resistencia Francisco Pizarro decide liberar a los esclavos tumbesinos. Estos, con su crecido número, y su odio a Puná, serán poderoso auxilio. Cieza de León cuenta cómo “amparados por los españoles saquearon y se vengaron de los de la Puná”. Con su socorro se logra restablecer un orden mínimo en los principales puntos de la isla. Lo último se consigue sobre todo cuando los españoles entregan a los tumbesinos diez Curacas punaeños: se regocijaron torturándolos, decapitándolos y quemándolos; usos comunes todos en las guerras antiguas. No obstante, en el fondo ha sido difícil dominar a los rebeldes. El valiente Hernando Pizarro, joven hermano del jefe de la conquista, está herido en la rodilla y le han matado su caballo.
   Cuatro españoles caen en esos días combatiendo con los punaeños. Varios caballos también mueren a consecuencia de las heridas, sobre todo de las flechas. Francisco Pizarro hace enterrar secretamente a los corceles para que los indios enemigos no se enteren de que pueden ser muertos.
   Ya en Puná aflora la perdición del Tahuantinsuyo: indios combaten fieramente contra indios. Mientras tanto, en los Andes, Atao Huallpa está desorientado. No es religioso y hasta se lo podía considerar un hereje. No cree en mitos. Pero la presencia de los misteriosos seres de ultramar lo desconcierta por completo. No sabía qué actitud adoptar. Se limitó a pedir informes mientras proseguía en su empresa esencial: vencer a su hermano Huáscar Inca. Siguió reclutando gente para enviarla hacia el sur. La guerra recrudecerá en las serranías.


BUENAS NOTICIAS

   Los tumbesinos liberados en Puná serán excelentes informantes, pues Felipillo y los demás intérpretes, oriundos de la costa norte del Perú, conocían su lengua. Se enteraron así los cristianos de los azares de las guerras civiles entre Huáscar Inca y Atao Huallpa. Supieron allí cuán ferozmente se batallaba en los Andes: “cosa que -dicen las crónicas- animó sumamente a Pizarro, quien sabía cuánto le importaron a Hernán Cortés semejantes guerras para ganar, como ganó, el reino de Méjico”.
   El cronista mestizo Santa Clara indica también que con la noticia de las cruentas batallas entre los hijos de Huaina Capac “holgaron mucho (los españoles) y así determinaron todos de pasar adelante con tan buenas nuevas”.
   Los informes de esta guerra civil aliviaron la tensión existente entre los españoles; la cual era resultante de un hecho: la decepción había cundido a causa de la escasez de oro entre los punaeños. A tal situación casi se sumó un motín de las tropas pizarristas. Fue cuando se enteraron de que Francisco Pizarro había silenciado un asunto muy grave: no contaba con autorización real para encomendar indios. Los endurecidos conquistadores que no deseaban sino oro, indios y tierras, se sintieron defraudados. Además, no entendían la nueva orientación jurídica de la Corona Española; Francisco Pizarro tampoco la comprendía. Pero ¿era posible hacer algo contra el Rey? Los sacerdotes juristas habían logrado una legislación protectora de los indígenas americanos.  Mas, ¿quién podía comprender ese esfuerzo cristiano? Al Perú se iba a ser rico; y no había sino un modo de lograrlo. A la postre el Rey de España será desobedecido por sus codiciosos súbditos venidos a la conquista de las nuevas tierras.
 
 
   HERNANDO DE SOTO
 
   La tensión llegó a su punto más alto con el arribo de Hernando de Soto. El audaz capitán trajo consigo refuerzos de gente experimentada; y la primera mujer española: Juana Hernández, amante de este joven jefe o prostituta. Con su conocida audacia Soto aspiró pronto a ser el segundo del ejército; no ocultando su disgusto al ver en tal posición a otro joven e impulsivo capitán, Hernando Pizarro, quien le llevaba la ventaja insuperable de ser hermano del viejo jefe. La hueste de Soto, también, casi se rebeló. Habían dejado esos soldados “el paraíso de Mahoma” que era Nicaragua, con sus bellas indias, en pos de tesoros que hasta el momento no veían. A cambio de soñadas riquezas sufrían guerras e incomodidades. No faltaron hasta fugas, como la del cobarde Tesorero de su Majestad, Riquelme, quien se fue de secreto en uno de los barcos de abastecimientos. Se lo retornó a la fuerza, con orden expresa de Francisco Pizarro.
   Los ánimos al fin se aplacaron y a los tres meses de haber llegado los Pizarro a Puná se da la orden de pasar a Tumbes. Antes dispusieron algunas ejecuciones para calmar los  ímpetus levantiscos de los punaeños. Estos indios no olvidarán los ultrajes sufridos. Habrían de vengarse, años después, comiéndose “coyuntura por coyuntura” al Padre  Vicente Valverde, ya primer Obispo del Cuzco. Lo capturaron tras naufragar en aguas punaeñas, al reconocerlo como el irascible capellán de las primeras mesnadas de la conquista del Perú.
 
 
   TUMBES:  MUERTE DE TRES ESPAÑOLES
 
   Con sus indios auxiliares y sus esclavos negros se embarcó la expedición española  rumbo a Tumbes, cruzando en las grandes balsas punaeñas.
   En Tumbes no reinaba ya la tranquilidad idílica que algunos conquistadores, como Pedro de Candia, habían visto años atrás; durante el segundo viaje. Por el contrario, la guerra Civil Incaica había dividido también esta provincia. Y si bien la mayoría de sus pobladores son partidarios de Atao Huallpa, no falta una facción inclinada a Huáscar Inca.
   Los tumbesinos ataohuallpistas -dirigidos por el Curaca Chiri Masa- deciden atacar las balsas en las cuales los españoles cruzan el mar. Asaltan la que esta más a mano y matan allí tres castellanos. Otra balsa, que conduce el bagaje del gobernador, es saqueada. La noche y la prudencia de Francisco Pizarro impiden peores resultados. Hernando de Soto salva milagrosamente. Francisco Pizarro, antes de embarcarse, asegura su vida capturando en rehenes a uno de los principales nobles de Tumbes. Se consigue así pasar exitosamente a la costa
   Y mientras estos hechos -insignificantes para Atao Huallpa- se desarrollaban en el litoral, en el corazón del Tahuantinsuyo dos gigantescos ejércitos se preparaban para medir sus armas en una nueva batalla.
 
 
   UN ALIADO IMPREVISTO
 
   En efecto, no todos los tumbesinos eran partidarios de Atao Huallpa. Quedaban aún unos cuantos huascaristas, quienes tenían aparentada lealtad a las autoridades impuestas por el usurpador. Esos huascaristas no habían gozado, hasta aquel momento, de ninguna oportunidad de revivir la lucha contra los enemigos de Huáscar Inca. Las sanguinarias represiones impuestas por Atao Huallpa no sólo deshicieron allí la organización de los Hanan, sino que dejaron una huella de pavor que frenó los arrestos subversivos de los sobrevivientes.
   Precisamente, los cristianos irían a aliviar sus propios pesares mediante una entrevista insospechada, cuando el más calificado de esos escasos huascaristas tumbesinos demandó ver a Francisco Pizarro, seguramente conocía los asombrosos relatos de los orejones cuzqueños, que fueron puestos en libertad por los castellanos de Puná y que debieron recorrer una parte de la costa antes de ser capturados por tropas de Atao Huallpa. Dijo ese tumbesino “que había estado en el Cuzco y que le parecía que los españoles eran hombres de guerra y que podían mucho”.
   Este indio, ciertamente, debió narrar a los cristianos las incidencias de la cruenta guerra entre los hijos de Huaina Capac. Frescos estaban aún los recuerdos de las encarnizadas batallas de Ambato, Tumipampa, Mullutuyru y Cusipampa; choques militares que finalizaron con la estabilización del poderío de Atao Huallpa en el extremo norte del Tahuantinsuyo. Vivíase en aquellos días los últimos momentos de la paz de tres años que siguió a la sangrienta campaña de Cusipampa. Lejos, en las serranías, los Hanan y los Hurin alineaban nuevos ejércitos para decidir el destino del Imperio de los Incas.
   El importante tumbesino que contó estos sucesos fue, sin duda, uno de los primeros en creer en la divinidad de los Viracochas: dioses llegados de ultramar para castigar a quienes intentaban usurpar la corona incaica. Fue por esa razón que dio apoyo a los castellanos en la lucha que tuvieron que emprender contra las reducidas huestes de Chiri Masa, el curaca tumbesino partidario de Atao Huallpa.
   Para ese tumbesino huascarista -como para todo el bando de los Hanan Cuzcos-, los españoles no aparecieron allí  como conquistadores del Perú. Todo lo contrario, en medio de los trágicos contornos de la guerra civil, su mente mágico-religiosa vio en ellos a emisarios celestiales, por los cuales habían clamado  en sus preces al Sol y a Pachacamac. Su aspecto extraño, al lado del caballo, la pólvora, el acero y la carabela, concedió calidad sobrenatural a esos seres misteriosos cuyo origen nadie podía conocer y ni siquiera intuir.
   La presencia de los Viracochas atizó aún más el fuego de la lucha. Los Hanan Cuzco al sentirse reconfortados con protección que suponían divina cobraron mayor ánimo; los Hurin Cuzcos, enseñoreados de Quito - recelando del infausto suceso-,trataron de apresurar luego el término del conflicto que consumía todas sus energías. Los de Quito favorecieron así matanzas sin piedad, mientras trataban de estrechar lazos con la mayor parte posible de grupos aristocráticos de todas las comarcas norteñas del Imperio de los Incas. El arribo de los cristianos, pues, no solo distó mucho de unir a los hijos de Huaina Capac sino que, más bien, acentuó la división. Sencillamente porque ni los Hanan ni los Hurin vieron a los castellanos como lo que realmente fueron: los conquistadores del Tahuantinsuyo.
   Fue así como aquel tumbesino huascarista  que se ofreció para apoyar a los cristianos no hizo sino acatar la tradición imperial cuzqueña que lo obligaba a ser fiel a la legítima dinastía de los Hanan Cuzcos que representaba Huáscar Inca. Por ello, con toda decisión volvió a coger las armas contra Quito, poniéndose de lado de quienes veía dueños de tan terribles fuerzas mágicas. Emisarios celestiales que ya iban anunciando una nueva justicia.
 
 
   BATALLA  DE BOMBON
 
   Varios combates en los Andes se realizan mientras los castellanos van imponiendo su política en la costa del Tahuantinsuyo. Fueron de notable mortandad los de Cusipampa –por segunda vez- y Conchahuailas.  Los Chachapoyas -tribus levantiscas incorporadas al Imperio de los Incas pocos años atrás- se retiraron de la contienda en esta época.
   Carácter particularmente violento tuvo el encuentro de los Hanan contra los Hurin en la meseta de Bombon: “allí se embistieron los unos a los otros con tanta furia, y fue tan reñida la batalla que duró hasta la noche sin que se conociese ventaja ninguna de ambas partes. Y otro día, por la mañana, se tornó a ella con nuevo brío y deseo, que los de Huanta Auqui se habían animado viendo la resistencia que el día antes habían hecho al enemigo, tan hecho a vencer, y habiendo peleado todo el día los departió la noche sin vencimiento y con infinitas muertes. Y al  tercero tornaron a pelear, ya como desesperados los unos y los otros.
   La superioridad numérica de los Hurin de Quito permitió este triunfo sobre las fuerzas imperiales. Destrozadas sus filas, estas huestes se retiraron camino de Jauja.
 
 
   BATALLA DE YANAMARCA
 
   En Yanamarca, cerca de Jauja, habría de librarse el próximo encuentro entre las dos dinastías, mientras los castellanos subían por los ríos de Tumbes, predicando que eran emisarios divinos y ofreciendo ayuda tanto a los partidarios de Huáscar Inca como a los de Atao Huallpa.
   Esta batalla fue particularmente recia dado el enorme número de combatientes de cada bando a causa de que por ambas partes se tenían recibidos cuantiosos refuerzos. Soras, chancas, rucanas, aimaraes, quichuas, yauyos y huancas alinearon bajo el comando cuzqueño. La pavorosa mortandad -algunos calcularon hasta setenta mil muertos- es explicable por ser un combate definitivo para la posesión del Mantaro, núcleo central del Tahuantinsuyo.
   Así describe un cronista aquel encuentro militar: “se dieron vista los dos ejércitos y comenzaron las vanguardias a afronterarse con tanta fiereza y brío, que era admiración y sobreviviendo gente, en favor de cada uno de su parte, se trabó una de las más sangrientas batallas que en el Perú se han visto. Eran tantos y tan grandes los montones de los muertos que cayeron a los primeros encuentros que valían ya para reparo de los vivos; y de los rimeros de ellos hacían trincheras. Esta batalla se comenzó con el día y siempre estuvo en peso, hasta hora de vísperas; que comenzó a declinar el valor de los Cuzcos; aunque con pérdida notable de los vencedores: porque de aquellas nuevas gentes de guerra fueron tantos los que cayeron  que embarazaban ya a los que peleaban”.
   El comando Cuzqueño, fiel a sus heroicas tradiciones, sin darse por vencido, se retiró en orden hacia el sur a fin de fortalecerse con sus mermadas filas en la orilla derecha del Mantaro. Jauja quedaba con Atao Huallpa.
   A los pocos meses una vasta rebelión sacudirá a todo el valle del Mantaro; movimiento Jaujino que fue violentamente sofocado a sangre y fuego por Challco Chima el terrible militar ataohuallpista. Mas por el momento volvamos a Tumbes donde están los Viracochas; y donde también bulle la escisión entre los partidarios de los Hanan y los Hurin. Entre los seguidores del Cuzco y los partidarios de Quito.
 
 
   EL DESENCANTO
 
   Tumbes impresionó a los españoles por su calidad artística: palacios y templos suntuosos con muros de adobes esmaltados en muchos colores y techumbres “de paja tan bien labrada que no parecía sino oro”. Pero la mayor parte del pueblo –unas mil casas– estaban quemadas. Los depósitos, igualmente, saqueados. Chiri Masa se había dispuesto a la resistencia, en defensa de su señor Atao Huallpa.
   Pero a los conquistadores no los seduce el arte, ni los atraen los pueblos destruidos. Nada importan las plumerías y los altorrelieves de las murallas cuando no encuentran sino escasos adornos de metales preciosos. Fue entonces que se volvieron contra Pedro de Candia. Creador de la fama legendaria de Tumbes en España y Panamá afrontó allí la ira de sus compañeros de aventura. Algunos quisieron lincharlo; otros apedrearlo. Y no faltaron “maldiciones para el Gobernador”. A Francisco Pizarro se le veía cómplice de las mentiras de Candia. Sufrían como víctimas de un falso señuelo. Se sentían engañados por sus jefes. Les habían hablado en Panamá de grandes tesoros y hasta allí nada habían visto digno de mayor elogio.
   Francisco Pizarro restablece la armonía hablando de las riquezas que aguardan más allá, en los Andes. Pero no todos le creen. En general cunde el desaliento; y muchos se arrepienten de haber abandonado una vida fácil en Nicaragua o Panamá. Muchos añoran aún la dureza de la lejana patria española. Apenas los más miserables se consuelan pensando que ningún feudo indígena han dejado atrás. El  futuro se prevé con mucha sangre y poco oro.
 
 
   SURGEN LOS DIOSES VIRACOCHAS
 
   Con la velocidad del rayo ha llegado al Cuzco la noticia de que misteriosos seres han aparecido en el extremo norte del Imperio. El hecho coincide con nuevas derrotas de las huestes de Huáscar Inca y las oraciones que han sido dirigidas al Sol para que proteja a la dinastía imperial. Los rumores los hacen dueños de fuerzas sobrenaturales. No pueden, por tanto, sino ser los justicieros Viracochas.
   Nadie ha recogido mejor la impresión de mágico respeto a los conquistadores que Titu Cusi Yupanqui, cuando transcribe el mensaje llevado hasta la capital del Imperio de los Incas por veloces postas Tallanas:
   “Es una gente que sin duda no pueden ser menos que Viracochas porque dicen que vienen por el viento y es gente barbuda, muy hermosa y muy blancos, comen en platos de plata y las mismas ovejas que los traen  a cuestas, las cuales son grandes, tienen zapatos de plata; echan illapas (rayos) como el cielo. Mira tú si semejante gente, y que de esta manera se rige y gobierna, serán Viracochas. Y aún nosotros los habemos visto, por nuestros ojos, y a solas hablar con paños blancos y nombrar algunos de nosotros por nuestros nombres sin que se lo diga nadie: no más de por mirar al paño que tienen delante; y más que es gente que no se les aparecen sino las manos y la cara y las ropas que traen son mejores que las tuyas, porque tienen oro y plata; y gente de esta manera y suerte ¿Qué pueden ser sino Viracochas?”.
   Cieza de León precisa que cuando llegaron estas noticias “alegráronse  los Hanancuzcos; tenían tal acontecimiento por milagro, creían que Dios todo Poderoso, a quien llamaban Tra Viracocha envió del cielo aquellos hijos suyos para que libraran a Huáscar Inca y lo restituyesen en el trono”. El erudito jesuita Bernabé Cobo –cronista enciclopédico-, confirmará después estas tesis apuntando que el nombre de Viracochas a los españoles “nos pusieron solos los vecinos del Cuzco y aficionados a Huáscar”.  Joseph  de Acosta cree que la versión se propagó rápidamente por haber aparecido los cristianos poco después de grandes invocaciones a las divinidades imperiales, demandando justicia contra el usurpador quiteño, tesis que comparte Juan Polo de Ondegardo.
   Van y vienen, entonces, mensajeros secretos del Cuzco para observar a los Viracochas. Al poco tiempo, nadie dudará ya en la capital del origen divino de los extraños seres salidos del mar. Renace la esperanza y Huáscar Inca oficializa el nombre de Viracochas. Cunde entonces fuerte optimismo; aguardándose que el rebelde usurpador Atao Huallpa caiga  pronto aniquilado por esos dioses misteriosos.
   Presionado por la rebeldía de sus ejércitos del norte -que alinearon todos con Atao Huallpa-, Huáscar Inca decidió enviar de inmediato una comitiva para rendir pleitesía a los Viracochas y rogar su decisiva intervención.
 
   LAS GUERRAS DE TUMBES
 
   Cuenta Antonio de Zárate que “el gobernador anduvo sin poder hablar con indio ninguno, que todos andaban por los cerros con las armas en las manos”. Francisco Pizarro se asentó entonces en la ciudad, donde sólo había gente menor y de servicio. Envió mensajeros a los Curacas pero no aceptaron tratos. Por el contrario atacaban a los indios centroamericanos auxiliares de los españoles y a los esclavos negros cuando salían a recoger alimento en los alrededores.
   Hizo entonces construir balsas de modo secreto y Hernando de Soto con 50 jinetes, mayor número de peones e indios amigos armados, cruzó el río a fin de sorprender a los enemigos: “dieron cuando amaneció sobre el real de los indios y haciendo cuanto daño pudieron en él, hicieron todos aquellos quince días cruda guerra a fuego y a sangre por los tres españoles que sacrificaron”.
   El Curaca de Tumbes, Chiri Masa, al último, no contaba sino con 600 soldados; pero resistió bastante bien el ímpetu de la caballería aprovechando el terreno de manglares. Cuando Pizarro le intima rendición “recibe sólo burlas”. Finalmente se replegó a un fuerte donde fue cercado. Ofrecida la paz por los españoles –ya casi sin efectivos militares-, aceptó negociar y se entregó.
 
 
   LOS DESENGAÑADOS
 
   No obstante los pequeños triunfos alcanzados en Tumbes, el monto de de las victorias no convence a los españoles. Hernando de Soto sigue inquieto y empieza a tramar un motín con su gente de mayor confianza. Otros dieciséis conquistadores, decepcionados de la poca riqueza hallada en las nuevas tierras, deciden abandonar la expedición. Retornarán a Nicaragua o a Panamá donde gozarán de sus feudos indígenas o de una pobreza sin riesgos.
   Hasta dos sacerdotes, desengañados, se retiran de la empresa, pero  a la tropa que se queda consuela la llegada de refuerzos que arriban atraídos por la fama de las tierras descubiertas.
 
 
   PARTIDA HACIA PIURA
 
   Francisco Pizarro decidió partir de Tumbes hacia el sur en vista de informaciones extremadamente favorables en torno a la división política existente en todas las comarcas yungas de la costa norte y central del Tahuantinsuyo.
   Remontó así el río Tumbes en varias jornadas, cruzando por pequeños pueblos como Huásimo, en todos los cuales encontró escasa resistencia. Finalmente, abandonando esa zona se dirigió más al sur, hacia Pohechos. Esta importante ciudad estaba ubicada sobre el caudaloso río La Chira.  Meses atrás la habían sujetado Hernando Pizarro y Sebastián Belalcazar, desalojando a la reducida guarnición que allí tenía Atao Huallpa.
   Aquí permaneció por espacio de varias semanas, enviando observadores a la redonda. En Cango hallan gente muy belicosa, pero la dominan con facilidad por ser de escaso número. En general, con pocas excepciones, por todas partes encuentran los castellanos sólo decididos enemigos de Atao Huallpa. Las avanzadas hispánicas llegan hasta Paita y hablan de la grandeza del río, del puerto y de sus urbes como Sollana y Tangarara. Decide entonces continuar viaje, alentado por las noticias que recibe sobre la cruenta guerra civil que en las serranías continúan librando los hijos de Huaina Capac.
   Francisco Pizarro siguió así su marcha estimulado por el odio acérrimo de los lugareños hacia Atao Huallpa; odio que los conduce a unirse a los cristianos. En verdad, Atao Huallpa para someter a las regiones piuranas había impuesto un régimen de terror. Curaca hubo que contó a Francisco Pizarro que el quiteño le había matado 4 mil de sus 5 mil indios tributarios. Por ello, como lo cuenta la Relación Francesa, “los indios fueron (son) grandes amigos de los cristianos”; a quienes, ingenuamente, vieron como dioses liberadores. El gobernador, por lo demás, se asesora permanentemente con los nobles parientes de Chiri Masa que van en su cortejo.
   En esta comarca piurana halló Pizarro una excelente base de retaguardia para penetrar hacia Cajamarca: “los señores de allí (Tallanes) le pidieron su amistad los cuales eran enemigos mortales de Atao Huallpa, quien les había usurpado el señorío”. No es posible olvidar que estas poblaciones alinearon con Huáscar Inca al principio de la guerra civil.   Cieza escribe que si Atao Huallpa,  siendo un esforzado guerrero, se quedó en la retaguardia, en Cajamarca, fue para evitar un levantamiento general de los yungas costeños y de las provincias de Tumipampa y Cañari. A tal factor subversivo se sumó pronto la imprevista y fantástica llegada de los españoles.
 
 
   LA PLEITESIA DE HUASCAR INCA
 
   Bajando el río Chira se produce en Tangarara uno de los hechos de mayor trascendencia para la conquista del Tahuantinsuyo: la entrevista del jefe de las mesnadas castellanas con los emisarios cuzqueños enviados por Huáscar Inca desde el Cuzco a fin de rendirles pleitesía.
   Preside esa delegación imperial Huamán Malqui Topa, quien en nombre de la legítima dinastía real y de todos los pueblos del sur del Imperio pide justicia y castigo para el usurpador Atao Huallpa.
   Francisco Pizarro, sin desmentir el engaño, respondió que “ya iba de camino para ayudar con la verdad y justicia a quien la tuviese y favorecer a quien lo mereciese”. Terminó expresando que marchaba con sus huestes “para deshacer aquellos agravios y cualesquiera otros que hallase”.
   Satisfechos con las respuestas logradas de labios de los “Viracochas”, y  asombrados de los caballos, los negros, los arcabuces y los aceros, los emisarios imperiales se retiraron de prisa rumbo al sur, para informar a su rey del término de la gestión y de los favorables ofrecimientos de las divinidades.
   Con tales sucesos Huáscar Inca se sintió cada vez más tentado a sostenerse con ayuda de los sacerdotes que con el esfuerzo de sus Generales. Sin embargo, la aristocracia militar cuzqueña continuaba empeñada en reforzar los ejércitos imperiales. Es así como se consigue enviar un casi simbólico refuerzo de dos mil orejones escogidos.
 
 
   HEROISMO CUZQUEÑO
 
   Los dos mil orejones cuzqueños lograron consolidar una línea de defensa en la margen del Mantaro, bajo el mando del Capitán  Maita Yupanqui: “…los orejones, como valerosos, pasaron adelante a toparse con Apo Quisquis en la puente de Angoyacu. Y allí tuvieron con él un encuentro sangriento, y hicieron detener el ejército sin poder pasar el río, que es caudaloso, más de un mes, estando el ejército de Atao Huallpa de una parte y los orejones de la otra. Y estando de esta suerte, como no les fuese socorro ninguno enviado por Huáscar Inca ni otro de sus capitanes, al fin Apo Quisquis los cargó un día con tanto denuedo que los desbarató”. Fue así como en grueso número los quiteños cruzaron el torrente, aniquilando, en medio de una lucha de indescriptible fiereza, los varios puestos huascaristas allí instalados.
   El comando cuzqueño se retiró a la gran plaza fuerte de Vilcashuaman, a fin de reorganizar sus huestes. Existen fundadas sospechas para creer que Huáscar Inca continuaba prestando más importancia a dioses que a capitanes. Mantúvose así la estructura imperial del ejército cuzqueño; o sea con predominio de naciones conquistadas: collas, chiles, puquinas y antis. Los refuerzos propiamente cuzqueños nunca resultaron suficientes.
   El altivo Huáscar Inca descargaba, eso sí, toda su ira en los generales que conducían las operaciones militares. Hasta llegó al extremo de dudar de la lealtad de Huanta Auqui, su hermano; quien era el comandante general del Ejército Imperial del Sur, el que siempre se batió con singular denuedo.
   Mientras tanto, los cristianos continuaban ganando alianzas en el litoral norte. Francisco Pizarro se revelaba como un extraordinario político frente a la delicada situación que iba afrontando a cada paso. No pudo ser más hábil su táctica para acentuar la división del Tahuantinsuyo. A poco creó la ciudad de San Miguel, el 15 de julio de 1532.
 
 
   DEL CHIRA  AL  PIURA
 
   Afianzada su retaguardia en el Valle de La Chira con la amistad incondicional de los Tallanas, Francisco Pizarro avanzó rumbo al sur para alcanzar otro importante río, el Piura. Es alentado en esta marcha por los señoríos locales, a punto tal que uno de los Curacas llegó a cederle 1,200 de sus hombres para que lo ayudase en el camino en cuanto fuese menester.
   Fundada ya San Miguel y con ella la primera ciudad cristiana en el Tahuantinsuyo, camina “publicando entre los naturales que iba a favorecer y ayudar a Huáscar Inca, el señor natural de estos reinos”.  Gran entusiasmo reina entre las comarcas por las cuales recorre Francisco Pizarro al confirmar de manera tan cierta la adhesión hacia el Cuzco. Mientras tanto, en el extremo sur del Imperio, los Hanan Cuzcos hacen aun desesperados esfuerzos por reunir un último ejército que pueda batir a los experimentados Generales de Atao Huallpa. No se rebelan ya únicamente los Curacazgos costeños. Otra importante confederación dará pronto su apoyo a los cristianos: los Cañaris.
   Antes de partir recibe Francisco Pizarro a los embajadores de esa provincia; importantísima por ser sumamente belicosa. Los Cañaris –desde su capital Tumipampa- ofrecen dar toda clase de socorro a los españoles. Odian a Atao Huallpa. Cuentan que tras la guerra que les hizo ha dejado apenas unos doce mil pobladores de los cincuenta mil que eran; y que hasta sembró corazones para escarmiento de los rebeldes. Hablan, asimismo, de campañas a sangre y fuego que exterminaron aldeas íntegras.
   Francisco Pizarro –astuto como siempre- los recibió con gran cortesanía, ofreciéndoles justicia. Desde entonces serán los cañaris los más eficaces colaboradores de los castellanos. Destacaron siempre por su bravura ante las huestes incaicas. Primero frente a las quiteñas; y, más tarde, cuando la insurrección de Manco Inca, contra los ejércitos cuzqueños. En aquel período de penetración a lo largo de la costa norte del Tahuantinsuyo sirvieron como enlaces, abastecedores y, de seguro, engrosaron en  parte las fuerzas armadas auxiliares de los cristianos. A ellos correspondió, esencialmente, la destrucción del ejército de Rumi Ñahui cuando marchó sobre Quito, al año siguiente, el capitán Sebastián de Belalcázar.
 
 
   LA    MATANZA DE LOS   CURACAS
 
   No todos los Curacas de los Tallanas eran enemigos de Atao Huallpa. En la Chira contaba con un pequeño número de partidarios. Es así como un grupo de españoles que Francisco Pizarro  ha dejado en su retaguardia es atacado en la ciudad. Los cristianos se refugian precipitadamente en un templo, seguidos de sus auxiliares indígenas. Se inicia así un pequeño cerco localizado en aquel lugar. No se extiende por cuanto la odiosidad hacia los quiteños es general en el valle.
   Avisado el gobernador, regresa a La Chira y rompe el cerco. No obstante la fácil victoria, la sublevación requiere de una sanción ejemplar. Son quemados vivos los trece Curacas que han dirigido el movimiento, especialmente los señores de Amotape y La Chira; salvó el principal de todos ellos que no actuó allí. El acontecimiento debió llevar a los castellanos a una política aun más dúctil frente a los huascaristas, quienes debieron alegrarse profundamente al ver que perecían en medio de las  llamas sus encarnizados enemigos.
   El  drástico castigo a los orgullosos  Curacas de Atao Huallpa consolidó asimismo la fama divina que rodeaba a los cristianos.
 
 
 
 
   CAXAS :  INGENUIDAD DE UN COMBATE
 
   Avanzando por la vera del río llegaron a Pavor: aquí también los sobrevivientes de las guerras civiles incaicas se pronuncian contra la dominación quiteña; y muchos Curacas rechazan toda posibilidad de reconciliación con el Cuzco, por cuanto aspiran a recobrar su autonomía local. De todas maneras, los Curacas de Pavor ofrecen socorrer con cuanto sea menester a la guarnición española de San Miguel de Piura, siempre y cuando se combata contra Atao Huallpa.
   Fueron allí recibidos, pues, como liberadores y no como conquistadores. Con tan óptima base de retaguardia, Francisco Pizarro decidió enviar al Capitán Hernando de Soto a una ciudad de la cual mucho se le hablaba: Caxas. Era un punto ocupado militarmente por un destacamento ataohuallpista.
   Mientras Soto avanza de prisa sobre Cajas, Pizarro, lentamente, parte de Pavor, siguiendo a su lugarteniente, para detenerse luego en Sarán, donde acuerda esperar noticias de su vanguardia. Mientras tanto Soto con sus sesenta jinetes ha llegado a Caxas. Allí la breve guarnición adicta a Atao Huallpa intentó resistir a los castellanos; no sin antes juzgarlos como ”locos” por atacar en tan poco número.
   Ingenuamente los soldados de Atao Huallpa ni siquiera se arman de modo debido. Llevan sogas más que armas, como lo cuenta Cieza, con el objeto de atar a las “grandes llamas” que traían los cristianos. Como era de esperarse, la carga de la caballería cubierta de acero, protegida por el fuego, fulmina como un rayo a esas filas de infantería ligera en formación simple. Queda el campo cubierto de cadáveres despedazados; y apenas si un español resulta herido.
 
 
   CASTIGOS  Y PREMIOS  EN CAXAS
 
   La ciudad es ocupada por los españoles y sus indios auxiliares. El Curaca principal sale entonces a recibir en triunfo a Hernando de Soto. El pueblo aclama a los vencedores, pues es muy enemigo de Atao Huallpa: “todos estos pueblos estaban por el Cuzco y le tenían por señor y le daban tributo” dice un viejo soldado castellano.
   Son, otra vez, los Viracochas liberadores. Razones poderosas movían a los de Caxas a ser adictos al Cuzco.  Atao Huallpa “de diez o doce mil indios que tenían, no le había dejado más de tres mil”. La guerra civil ha sido cruenta en esa comarca; y los vencidos pagaron cara su derrota.
   El Curaca principal de Caxas tenía ya noticias de las versiones propaladas por Francisco Pizarro; y creía por tanto que los españoles combatían por Huáscar Inca. Fue así como, siguiendo reglas usuales en el Tahuantinsuyo, abrió el Ajllahuasi. Sacó de allí a doscientas mujeres, cinco de ellas escogidas entre las principales, y se las dio como tributo a Hernando de Soto. Era una prueba de agradecimiento al aliado y de respeto al vencedor. Al fin y al cabo eran enviados por los dioses para socorrer al legítimo heredero del trono incaico.
   Fue entonces cuando intervino un Capitán de Atao Huallpa, quien llegó con su escolta de los cerros de los alrededores de la ciudad. Era el famoso Maica Huillca, a quien, en premio por sus muchas proezas, Atao Huallpa le había donado gran parte del Valle de La Chira. Al verlo enmudeció el Curaca Principal de Caxas y ni siquiera osó estar sentado ante él. En forma arrogante Maica Huillca dijo a todos los presentes: “Cómo  osáis vosotros hacer esto estando Atao Huallpa veinte leguas de aquí. Porque no ha de quedar hombre vivo de vosotros”.
   Los españoles evitaron un incidente. Numerosos cadáveres colgados que había en los alrededores de Caxas -y que todos habían visto-, indicaban a las claras, que la  justicia incaica era inflexible para con quienes se atrevían a violar los derechos imperiales. Por lo demás, se había aconsejado moderación.
   Felizmente para Hernando de Soto, el capitán venía como embajador. Traía un presente de su Rey: patos desollados “que significaba que así había de desollar a los cristianos” y de dos fortalezas de barro o piedra “diciendo que otras había adelante como aquellas”.
   Consultado el caso a Francisco Pizarro por correo urgente de a caballo, llegó orden de actuar con el mayor tino; y además de llevar al cuartel general español al Embajador; tal como éste lo solicitaba. Bajan, pues, todos a Sarán.
 
 
   ENTREVISTA   DE  SARAN
 
   Maica Huillca joven y belicoso capitán era temido en todo el norte del Tahuantinsuyo por sus muchas hazañas y una extremada fuerza física. Notable representante de la aristocracia guerrera creada por los Incas, “presumía de gran corredor, ejercicio de indios nobles y esforzados”. Ya hemos visto cómo el señor de Caxas se turbó con su sola presencia; y también el modo altivo como habló a Hernando de Soto.
   Pues bien, siguiendo el mandato del Inca; y ya de acuerdo con los españoles bajó con ellos hasta Sarán, a fin de entrevistarse con el jefe de la expedición y hacerle entrega de presentes que contenían toda la fiereza de una raza acostumbrada a lucha permanente. Pecaba sin embargo, por jactancioso. Sobreestimó notablemente sus fuerzas; y despreció las del enemigo. En buena medida, a su opinión sobre el ejército español se atribuye el licenciamiento de parte de las tropas incaicas y la rápida caída de Atao Huallpa en Cajamarca.
   Introducido ante Francisco Pizarro, hace entrega de los patos desollados, “y preguntándole qué era aquello, respondió y dijo: dice Atao Huallpa que de esta manera os ha de poner los cueros a todos vosotros si no le volvéis cuanto habéis tomado en la tierra”. No lo amedrentó el número de los allí reunidos, entre los cuales estaban varios soldados que más tarde escribieron crónicas, como Diego Trujillo, Pedro Pizarro, Francisco de Jerez y Miguel de Estete.
   Tras entregar otros presentes, como los vasos fortalezas y dos pectorales de oro y plata, probó fuerzas de español en español. Pidió que sacasen las espadas, por las cuales, intuitivamente, sentía mucha curiosidad. A uno de los conquistadores llegó a arrebatar la espada de su vaina, cogiéndolo fuertemente de la barba, trabándose un pugilato. El incidente acabó con rapidez  a la indicación de Francisco Pizarro para que no se le haga nada. Pizarro, con acertado criterio, no quería demostrar la capacidad de sus hombres ni la de sus armas.
   Pasado esto, Maica Huillca les preguntó quiénes eran, de dónde venían y qué querían. Luego contó caballos y armas, mostrando en todo gran desenvoltura. Permaneció entre los españoles tres días, con boato de gran señor.
   Durante la conferencia, Francisco Pizarro mintió abiertamente al Embajador de Atao Huallpa. Refiriéndose al Inca, le dijo que tenía “intención de servirle en sus guerras cuando de buena gana quisiese aceptar su servicio y amistad”; que “iba caminando a besarle las manos”. Esta aparente sumisión española al rey quiteño ensoberbeció aún más a Maica Huillca.
   Pizarro, finalmente, para probar el valor del indio emisario, hizo disparar un tiro de artillería:
   “Mas él no mudó jamás su semblante,
   antes mostrando el rostro constante
   el indio jamás se turbó”.
   Así lo leemos en la famosa crónica Rimada anónima escrita por un soldado poeta, actor de aquellos hechos.
   Satisfecha su curiosidad emprendió Maica Huillca su  regreso, portando algunos curiosos regalos: vidrios, cuentas, un bonete y cascabeles.
 
 
   LA  VERSION  DE  MAICA  HUILLCA
 
   El informe que Maica Huillca rindió luego a Atao Huallpa no pudo ser más negativo sobre la calidad hispánica: “eran unos hombres ladrones y haraganes y que venían caballeros en unos carneros”. Luego le solicitó “que hiciese aparejar muchas sogas para atarlos”.
   Sostuvo, asimismo, Maica Huillca que los españoles “no se ocupaban todo el día sino en refregar  y sacar lustre a ciertas varillas tableadas, semejantes a los instrumentos que usan las mujeres para tejer, pues eran tan pobres que no tenían otros adornos”.
   Hasta aconsejó en un festín a Atao Huallpa que no convocase tropas, sino que les diesen “cuatro o cinco mil hombres de guerra que él se los traería a todos maniatados”. “Con esto que éste dijo más se alegraron riendo de gana, afirmando que habrían de servir de yanaconas, que es nombre de criado perpetuo o de cautivo”. Especialmente se burlaba Maica Huillca de la debilidad física de los castellanos que fatigados, no podían subir las empinadas cuestas de los cerros sino montados o cogidos a las colas de sus “grandes perros”, o “carneros”.
   Cometió entonces Atao Huallpa el gravísimo error de creer a pie juntillas estas versiones de su fogoso embajador: “con esto Atao Huallpa se aseguró y nos los tuvo en nada, porque si los tuviera en algo enviara gente a la subida de la sierra que es una cuesta de más de tres leguas muy agra, donde hay muchos malos pasos”. Tal afirma Pedro Pizarro, recalcando que allí habrían podido matar a todos los españoles; así como sus fuerzas auxiliares.
   Por el contrario, sabemos que escuchando consejos de los favoritos presuntuosos, Atao Huallpa ordenó “que los dejasen entrar (en las sierras) porque después no se le podrían huir y los aprehendería a todos y sabría qué gente era”. Además, toda su atención estaba puesta en la campaña decisiva que había dispuesto contra el Cuzco.
 
 
   LA  REBELION  CHIMU
 
   Asegurados los señoríos Tallanes, Francisco Pizarro ordenó avanzar de Sarán hacia el sur, rumbo a las comarcas de los chimúes; a quienes se sabía también opuestos a la hegemonía imperial incaica. Se trataba de un antiguo reino muy poderoso, que había sido conquistado medio siglo atrás después de largo batallar de los Incas. La mayor parte de la gente estaba al lado de Huáscar, aunque no faltaron unos pocos Curacas aliados de Atao Huallpa, quienes abandonaron sus pueblos para retirarse a las sierras.
   Francisco Pizarro avanza ya con fastuoso cortejo indígena. El más importante de sus compañeros es el gran régulo de los Tallanes, Huacha Puru; enemigo encarnizado del Inca usurpador. No menor prestancia ostenta el rico Curaca Xancol Chumbi de Reque, quien fue a visitarlo a Piura para darle su apoyo contra Atao Huallpa, y quien, a poco, perecerá asesinado por indios enemigos. En el camino se recibe la adhesión de numerosos Caciques quienes salen al encuentro de los castellanos. Otro aliado de relieve es el Curaca del opulento dominio de Lambayeque, Chestan Xecfuin. Caxu Soli, el principal señor de Jayanca se alista, igualmente, al lado de quienes luchan contra Atao Huallpa. Todos ellos marchan en hamacas, con gran boato, en medio de la caballería española. Es ya un extraño cortejo en el cual se mezclan los jinetes hispánicos a los negros africanos, los cientos de auxiliares nicaraguas y los miles de nuevos amigos de las tierras Tallanas y Chimúes. Todos ellos jugaran un papel decisivo en la primera fase de la conquista del Perú.
   Pero el sostén más importante en esta región lo otorgará el Chimo Capac; fervoroso partidario de Huáscar Inca y Señor de Moche, Virú, Chicaza, Jequetepeque y Collique. No cabe duda que en este apoyo hubo intervención cuzqueña, derivada probablemente del viaje realizado semanas atrás por los emisarios del Cuzco ante Francisco Pizarro. “Por este motivo lejos de resistir la entrada de los españoles sirvió a estos últimos con ánimo de que destruyesen a Atao Huallpa, el cual venía devastando el territorio confinante con sus dominios”.
   Francisco Pizarro, por su lado, no ocultaba su inclinación hacia el monarca legítimo. Su paje y primo Pedro Pizarro cuenta que marchaba “publicando entre los naturales que iba a favorecer y ayudar a Huáscar Inca, el señor natural de este reino, que iba ya de caída”. Por ello se los reciben los pueblos entre fiestas y se hospedan en las mejores residencias.
   En Collique encuentran cuatro nobles enviados por Atao Huallpa. Su misión no es otra que la de espiar. Pizarro lo permite, infundiendo una falsa confianza en esos indios quiteños. Se finge debilidad  y blandura. Estos contarán luego a su rey Atao Huallpa lo que han visto; y enredan nuevamente su mente concentrada  más en la liquidación de la dura guerra contra el Cuzco que ya le iba costando decenas de miles de hombres. Sobre los españoles “andaba jugando su fantasía con los pensamientos que le venían, mas no se concluyó ninguna determinación”.
   “Desde que Atao Huallpa supo la entrada en el Perú de los extranjeros - dice Antonio de Herrera; quien sigue la opinión de Cieza de León-, entendió, que no convenía permitir, que tomasen pie en la tierra, y trató de ello diversas veces en su consejo; pero como el número de ellos era poco, y la guerra del Hermano no le daba lugar para tratar de otra cosa, juzgaba, que siempre sería tiempo de desembarcarse de aquella nueva gente; y cuando se vio vencedor, luego trató de la forma que se había de tener en limpiarla de aquellos hombres, y sobre ello hubo, entre sus capitanes, diferentes pareceres: porque unos querían, que fuese un capitán a ello con Exercito; otros decían, que aunque los extranjeros no eran muchos, eran valientes, y que la ferocidad de sus rostros, y personas, la terribilidad de sus armas, la ligereza y bravura de aquellos sus caballos, pedían mayor fuerza. Otros más valientes, estimando un poco estas razones, aconsejaban que no había para qué hacer tanto caso de aquellos hombres, pues que fácilmente podrían ser tomados para servir de ellos, como esclavos Yanaconas; pero el Inca, que tenía muy en la memoria las relaciones que le habían siempre hecho de la valentía de los castellanos, en su manera de pelear, de sus armas, de sus costumbres, y de sus intentos aunque la guerra del hermano (como se ha dicho) le traía ocupado, nunca dejó de pedir información de sus pasos y proceder estimando, en lo que era justo, su valor. Y así redujo los pareceres de todos a punto, si convenía irlos a buscar, o ya que se entendía que ellos iban en su demanda, aguardarlos. Y considerando la dificultad que había de llevar lejos tan gran ejército, le pareció que era mejor entretenerse allí, porque tampoco le estaba bien apartarse mucho de las cosas del Cuzco. Y con esta resolución se detuvo, juzgando que más a su salvo podría hacer lo que pretendía de ellos mientras más adentro los tuviese en la tierra, que en la (zona) marina, pues que en sus navíos se podrían allí salvar.
 
 
   LA  SUBIDA  A  LOS  ANDES
 
 
   Llegada la hora de la decisión  principal, Francisco Pizarro revesta a sus huestes y a los indios auxiliares. Encarga la retaguardia al capitán Salcedo, de amplia experiencia, y luego, con lo más ligero, toma la delantera. Mientras tanto, Huáscar Inca retrocedía vencido ante Challcu Chima, el jefe del ejército de Atao Huallpa. Fue entonces recién que el quiteño, “con más descansado ánimo oyó las quejas sobre los castellanos”. Ya casi liquidado el problema que creía principal, la guerra por el trono del Cuzco, se dedicó a contemplar con detenimiento lo que hasta entonces juzgaba un hecho sin mayor importancia; una extraña incursión en la costa.
   Entre los españoles no todo era tranquilidad. “Algunos de los cristianos como comenzaron a subir la sierra murmuraban de Pizarro, porque con tan poca gente se iba a meter en las manos de los enemigos, que mejor hubiera sido aguardar en los llanos que no andar en las sierras”.
   Pero el jefe español sabía que si bien era cierto que en los valles de la costa podía actuar mejor la caballería y que la gente era enemiga de Atao Huallpa, en los Andes no faltaban tampoco condiciones favorables para los conquistadores. Nuevas enemistades se descubren pronto entre los aristócratas comarcanos. Un cacique cuenta a Francisco Pizarro que Atao Huallpa ha matado cuatro mil de sus vasallos y que se llevó seiscientas mujeres, además de otros tantos muchachos que se repartieron entre sus capitanes.
   Al otro lado de la cordillera Atao Huallpa seguía confundido. Cree en la versión optimista de Maica Huillca, pero también escucha otras opiniones, las costeñas: “venían caballeros en unas ovejas grandísimas que en su corrida y velocidad parecían guanacos, que traían unas pucunas o cerbatanas con que soplaban fuego, con más espantable ruido que el Inti Illapa, y que traían unas macanas o cuchillos tan largos como casi una braza, con que  cortaban un hombre por medio”. Pero su orgullo se niega a reconocerles carácter divino. Era el Inca usurpador poco afecto a la religión; y además dicha tesis coincidía con la esgrimida por los partidarios de Huáscar Inca. Por lo demás, despreciaba a las tribus de la costa por ser sus enemigos mortales y por estimarlas flojas para la guerra. Tal vez supuso que las versiones costeñas agigantaban los poderes de las armas europeas.
 
 
   NUEVAS  EMBAJADAS
 
 
   Estando en una fortaleza  de lo alto de los Andes, Francisco Pizarro despacha hacia Cajamarca a su importante aliado Guacha Puru, Gran Curaca de los Tallanes. Este, en el camino, con uno de los hombres de su cortejo, hace avisar al ejército español que no hay tropas indias en los alrededores y sigue hacia el valle.
   Francisco Pizarro recibe a poco algunos enviados de Atao Huallpa y luego, nuevamente, a Maica Huillca, quien llega en fastuosa compañía, con vajilla de oro y muchos presentes, “hablando desenvueltamente, ensalzando el gran estado del Inca y el poder de su ejército”. Informa allí que Atao Huallpa, vencedor ya de los ejércitos de Huáscar Inca ha retrocedido de Huamachuco hacia Cajamarca, a fin de solucionar el problema surgido con la presencia de los cristianos. No niega que Atao Huallpa cuenta  con muy poca gente de guerra, a causa de que los ejércitos se hallan en el sur ocupando ciudades cuzqueñistas y aniquilando los últimos restos de la resistencia huascarista; pero se muestra confiado en extremo.
   Francisco Pizarro, actuando con la doblez que lo caracterizó durante toda la conquista del Perú, ofrece aviesamente a Maica Huallpa sus fuerzas militares para servir a Atao Huallpa. Es decir se ofrece como vasallo del Inca; “como amigo leal”. Se pone “a sus pies”.
   Se sabe bien que Atao Huallpa quiso al principio interceptar en los Andes a las fuerzas castellanas y a sus aliados indígenas. Pero no lo hizo. Quizás en parte por curiosidad de ver a tan extraños seres de los cuales se contaban tantas cosas. Pero esencialmente por cuanto Maica Huillca le dijo que le tenían mucho miedo y que se los entregaría atados a todos. Informó igualmente que “los cristianos son pocos y los caballos no traen armas, que luego los matarán con sus lanzas”.
   El optimismo más increíble reinaba en la corte Imperial; tal vez derivado de las derrotas de Huáscar Inca. A las muchas referencias del poderío de las armas occidentales, no se les daba mayor crédito. Se estimaba que bastaban para apresarlos unos cuantos cientos de hombres escogidos. A esos orejones no los atemorizaba ni la pólvora: “los tiros de fuego no llevaban más de dos”, decían presuntuosamente  los capitanes de Atao Huallpa; muy seguros de su valor.
   Parece increíble, pero lo que mas preocupaba al comando de Atao Huallpa era la posibilidad de fuga de los españoles. Tal vez temían que se uniesen a Huáscar Inca, como algunas veces lo había pregonado Francisco Pizarro. Esto de seguro contribuyó a que Atao huallpa decretara “que los dejasen entrar, porque después no se les podrían huir y los aprehendería a todos y sabría qué gente era”.
   Por esos días chasquis le llevaron mensajes de que sus fuerzas estaban ya sobre el río Apurimac. Parecía inminente la caída del Cuzco; pero sabía que Huáscar Inca aún conservaba considerables contingentes armados, los cuales, bien utilizados, podrían cambiar la suerte de la guerra. La atención de Atao Huallpa estaba fija en las noticias que le venían de las lejanas comarcas del sur. Iba pendiente de cada uno de los movimientos de sus generales.
 
 
   EL INCIDENTE  ENTRE  MAICA  HUILLCA  Y  HUACHU  PURU
 
   Reiniciada la marcha sobre Cajamarca, acompañados de Maica Huillca, avanzaron a lo largo de la cordillera. Unas jornadas adelante retornó el embajador tallán de Francisco Pizarro, Huachu Puru. Venía indignado, pues no había sido recibido por el Inca; y ni siquiera por gente de la corte Imperial.
   Refirió que había explicado a algunos de los partidarios de Atao Huallpa el increíble poder mortífero de las armas españolas; sin que se le hiciese mayor caso. Nadie prestó crédito a tales versiones en el campamento del Inca usurpador. En realidad, cuanto contribuía a la eventual divinización de los invasores coincidía con la tesis huascarista. Y era, por tanto, rechazado  de inmediato en la corte quiteña. Sobre todo por cuanto arrojados capitanes de la escolta incaica no hacían sino burlarse de los españoles.
   Cuando, más tarde, Huachu Puru vio a Maica Huillca no vaciló en agredirlo vengando en un golpe la reciente derrota de su pueblo ante Atao Huallpa. Un recio pugilato  siguió entre los dos grandes señores indios, el tallán y el quiteño; y solo fueron separados por intervención de los soldados españoles. Dijo el tallán –como explicación– que Atao Huallpa lo había querido matar en Cajamarca y luego acusó de espía al emisario quiteño.
   Francisco Pizarro sonrió para sus adentros. No podía ser mejor su suerte. El destino lo favorecía sembrando cada vez más cizaña entre la raza a conquistar. Sabía que el incidente que veía desarrollarse ante sus ojos no era sino el símbolo de las feroces campañas que libraban en el sur. Mientras avanzaban los españoles hacia Cajamarca, corrían rumores de que en algún lugar del sur del Imperio se habría de jugar, una vez más, y quizás definitivamente, la historia de la raza de los Incas. El Cuzco se aprestaba para librar la última campaña contra los usurpadores quiteños y sus aliados indios del norte.
   Poco después Maica Huillca se despidió de Francisco Pizarro a fin de dirigirse a Cajamarca.
 
 
   BATALLA  DE  TAHUARAY
 
   Así, pues, mientras Francisco Pizarro descendía desde las cumbres de los Andes sobre Cajamarca, muy lejos hacia el sur, a orillas del río Apurimac, se estaba decidiendo en los campos de batalla el nombre del sucesor de la corona incaica.
   Los refuerzos llevados personalmente por Huáscar Inca al encuentro de los triunfantes quiteños otorgaron una clara victoria al Cuzco. En Tahuaray vencieron a las fuerzas del usurpador. “Murieron más de diez mil hombres de la parte de Atao Huallpa: y entre muchos varones señalados que allí murieron fue uno Tumac Rimay, capitán valeroso de los de Quito”. El capitán general cuzqueño, el temido Rampa Yupanqui, “mandó cortar las cabezas de los capitanes muertos y de otros particulares y las envió de presente a Huáscar Inca, de que recibió sumo contentamiento”. El rey cuzqueño convocó a la vieja nobleza para decir que los dioses estaban de su parte.
   Una suerte aún mejor esperaba a las huestes cuzqueñas que habían recobrado vigor con los refuerzos recibidos. Huáscar Inca, al fin, reaccionando con brío, pasó a conducir personalmente las operaciones. Ganada la batalla de Tahuaray creyó conveniente contraatacar a sus enemigos, a fin de evitar una gran maniobra envolvente en torno al Cuzco. Se puso rumbo a Cotabambas.
 
 
   BATALLA DE COTABAMBAS
 
    A poco del desastre de Taruaray, los generales de Atao Huallpa también reorganizaron sus fuerzas y prosiguieron el avance.
Lo mismo había hecho el comando cuzqueño, enfrentándose así, otra vez, los dos ejércitos en las alturas de Cotabambas.
“Conociéndose los de Quito por inferiores comenzaron a procurar su retirada, sin más daño que el recibido, que no pareció ser poco”.  Fue entonces que ordenó una hábil maniobra el comando del Cuzco.  Cuando las desordenadas mesnadas quiteñas huían por unos secos pajonales, se dio la orden de prender fuego.  Había buen aire:
“Fueron muchos los que se quemaron y pocos los que escaparon, porque los que escapaban de las llamas venían a dar en las armas.  Gustando de esta sangrienta caza dejaron los del Huáscar Inca pasar lo que les quedaba del día”.
Al parecer la victoria había sido total.  Sin embargo, no se reparó en que algunos de los mejores contingentes quiteños se habían posesionado de varios cerros de la vecindad.  La suerte del trono aún no estaba decidida.  Se avecinaba recién la batalla definitiva.
 
   CATASTROFE  DE  HUASCAR  INCA
 
   Los dos triunfos alcanzados por los cuzqueños sobre los ejércitos usurpadores del norte concedieron una aparente tregua a Huáscar Inca. Pero éste se durmió en sus laureles. En vez  de acometer a los quiteños, a fin de exterminarlos de modo definitivo, cayó en el error de quedarse  a la defensiva. Al no perseguirlos, permitió la reorganización de los fugitivos.
   Fue así como, cuando los cuzqueños celebraban entusiastamente sus victorias, les cayó sorpresivamente el ejército unido de Apo Quizquiz y Challco Chima, deseoso de vengar las derrotas. La violencia de aquel encuentro fue tal, que preferimos ceder el paso a un cronista que con indudable aliento épico narra el trágico fin de la hegemonía cuzqueña.
   “Al amanecer del día siguiente mostraron a los ojos de los descuidados Cuzcos un espantoso espectáculo, de que ellos estaban bien descuidados: que fue un escuadrón tan entero y bien formado, como si el día pasado fuera el vencedor: turbados y sin aliento, ni color acudieron a tomar las armas, los que ya entendían no ser menester: y el Ynga, (con prisa más que atropellada) se mandó armar de unas bruñidas láminas de oro: y juntando sus gentes comenzó a responder el enemigo, con la misma reseña que él había hecho: y mostróse de lejos una cantidad casi infinita de guerreros: y como salió el Sol y tocó en las armas de Guascar Inca, dieron de si tal resplandor que pudo herir en los ojos de Quizquiz, y como era mañoso y pronto en lo que convenía dijo a sus soldados de esta manera: atended con cuidado soldados animosos, en aquella luz que con la del sol reberbera, y a ella apuntad con vuestras armas, porque aquella oscurecida la victoria nuestra es clara: no gastéis el día en otra cosa que en buscar el cuello de aquella cabeza”.
   Agrega nuestro cronista que “dicho aquesto, hicieron la señal de arremeter, y lo mismo hizo Huáscar  y sus capitanes en su ejército, que aunque en cantidad excedía a el de Quiz Quiz , la prisa y  sobresalto  con que armó y ordenó, le hizo venir con menos orden de la que conviniera; mas confiados en su muchedumbre, vinieron de prisa contra el enemigo: y comenzose la sangrienta batalla en unas laderas llamadas Chontacaxas: donde no se podrá encarecer  el encendido coraje con que los unos a los otros se mataban, ya los vivos morían contentos con morir matando, y nadie se acordaba de la defensa suya con la memoria, y ansia de ofender a el contrario: los montes y valles resonaban voces, las lomas y laderas destilaban sangre, las nubes estaban ya gruesas, con el polvo y aliento de los combatientes: todo nadaba en armas, todo ardía en ira, ya no había orden en el matar, ni hacían caudal de solo el herir, y con tales estragos, se sostuvieron hasta la hora de vísperas, que la mucha porfía de los de Quiz Quiz, bastó para echar las manos en las andas de Guascar y lo derribaron en tierra donde (a costa de muchas vidas) fue preso: y luego comenzó a aflojar el combate, y se declaró la victoria por los de Quito”.
   Los vencedores de Huáscar Inca ignoraban la suerte que habría de correr Atao Huallpa ese mismo día. Por ironía de la historia, esta sangrienta batalla se libró casi al mismo tiempo en que Atao Huallpa era capturado por los Viracochas en Cajamarca. Volvamos a este lugar cerca del cual hemos dejado a Francisco Pizarro; y contemplemos allí las incidencias de la captura del usurpador.
 
 
   LLEGADA   A  CAJAMARCA
 
   El jueves 15 de noviembre de 1532, en la tarde, llegaron los españoles a las alturas que rodean el valle de Cajamarca. A lo lejos se divisaban las innumerables tiendas de las fuerzas de Atao Huallpa, al lado de los baños Termales del Cunoc y al pie de los cerros contemplaron una ciudad llena de templos y de palacios.
   Podría tener unos dos mil vecinos. Destacaba su rara plaza triangular y una fortalecilla. Nutrido Ajllahuasi adornaba la gran urbe. Cuatrocientos o quinientos hombres, parte de ellos eunucos, custodiaban las puertas del serrallo. Al acercarse la caballería cunde la curiosidad. Los pastores de los alrededores los rodean asombrados. Se vieron todos cercados de “gente popular y (hasta) algunos de la gente de guerra de Atao Huallpa, que se desmandaban por venir a vernos”, cuenta uno de los conquistadores.
   Dentro de la ciudad “no hallaron gente de lustre ninguna sino fueron algunas mujeres”. Había sí, multitud de plebeyos, atraídos por el insólito espectáculo; y éstos “llamábanlos locos por su atrevimiento”. Mientras tanto, “los indios e indias del servicio -que conocían la furia del Inca -, lloraban diciendo que presto los había de matar los que estaban con Atao Huallpa”. Caía fuerte granizada y nadie tenía una idea determinada. La situación era poco menos que desesperada. Pero el viejo jefe se mostraba sereno y maduraba un plan.
 
 
   LA ENTREVISTA DE LOS BAÑOS   DE  CUNOC
 
   Francisco Pizarro pensó atacar a Atao Huallpa en los Baños de Cunoc, donde se hallaba aposentado el cortejo imperial. Para estudiar ese proyecto y para invitar al Inca a que concurriese a la plaza al día siguiente, se envió una avanzada de veinte jinetes al mando de Hernando de Soto. Con él van doscientos indios nobles a fin de reforzar la posición de las mesnadas castellanas ante el gran monarca quiteño.
   Atao Huallpa, cuando supo el arribo de Soto, no se dignó hablar con él. Finalmente lo habría de recibir, tras larga espera del español, mas no le dirigió palabra; mostrándole por el contrario, irritante menosprecio. Cumpliendo con el plan trazado de antemano, el capitán le expresó que no traía otro encargo que el de besarle las manos e invitarlo a comer en nombre de Francisco Pizarro.
   Rodeado de mujeres y eunucos, así como de altos cortesanos, Atao Huallpa continuó mostrando mucha gravedad pese a la fingida humildad de Soto. A la invitación a comer respondió secamente y sólo por intermedio de uno de los nobles incas allí presentes. Mucho era su linaje para hablar directamente con tan poca cosa.
   Mientras estos hechos se desarrollaban en Los Baños, Hernando Pizarro ha empezado a inquietarse en Cajamarca por la suerte que podría haber sufrido la escuadra de caballería ida con tan difícil comisión ante Atao Haullpa. Haciendo uso del dominio que siempre tuvo sobre su hermano mayor, pero bastardo, consiguió entonces que se mandara un nuevo grupo bajo su mando con rumbo a Los Baños.
   Al llegar Hernando Pizarro, cambia la actitud de Atao Huallpa; dado que se le avisa que es hermano del jefe de los sungasapas o barbudos. Lo recibió en su recámara mostrando notable majestad. Levantando algo el manto que lo cubría desde la cabeza le manifestó que su capitán Maica Huillca ha contado que los españoles son flojos en cosas de guerra; y que, además, ha matado a tres de ellos en la costa.
   Hernando Pizarro se burló  de las afirmaciones de Maica Huillca. En respuesta, como para demostrar su poderío, le ofreció sus soldados para cualquier empresa guerrera, con lo cual violaba la línea de acción recomendada por su hermano Francisco. Impetuoso, Hernando no se contiene en demostrar su bravura y decisión. Pero lo hizo con tal exceso que no fue creído por Atao Huallpa.
   En efecto Atao Huallpa, aparentando aceptar la oferta militar de Hernando de Pizarro, le expresó que a cuatro jornadas de Cajamarca había unos “indios muy recios, que no se le quieren rendir y que vayan a dominarlos”.
   Hernando Pizarro, jactanciosamente, le respondió que no tenían por qué ir todos los españoles. Que bastará apenas con diez y que las tropas incaicas “no serán menester sino para buscar a los que se escondiesen”.
   Atao Huallpa, entonces, (y lo cuenta el propio Hernando Pizarro en su relación, como extraordinario testimonio), “sonríese como hombre que no nos tenía en tanto”. No podía, en efecto, dentro de su mentalidad primitiva, comprender que pudiera ser cierta semejante bravuconada. Otros testigos dicen que hasta “se rió” de la frase de Hernando Pizarro; ignorando  el poderío del acero y de la pólvora.
   Rota la tensión, hermosas mujeres -algunas de las cinco mil favoritas que el Inca tenía en su serrallo- trajeron chicha en vasos de oro. Los visitantes, Hernando Pizarro y Hernando de Soto, brindaron mal de su grado, temiendo algún brebaje. Finalmente, el rey dio permiso a los castellanos para que con sus hombres se aposentasen en los barrios marginales de Cajamarca. Luego cambió otra vez su tono y dijo amenazante que al día siguiente averiguaría en Cajamarca sobre ciertos saqueos de prendas de su padre Huaina Capac, que los cristianos habían efectuado junto al mar.
   Antes de partir, Hernando de Soto se propone impresionar a la corte Imperial. Llevando a grupas a Felipillo, caracolea en su brioso corcel. Luego, tras separarse un trecho, arremete contra el Inca, deteniéndose tan cerca del trono que la espuma del caballo salpicó las reales insignias de Atao Huallpa. Este, sin embargo, ni siquiera levantó la vista: “ni en el rostro se le notó novedad, antes estuvo con tanta  serenidad y buen semblante como si su vida toda hubiera gastado en domar potros”.
   Unos cuarenta de sus cortesanos, no obstante, retrocedieron temerosos al cargar la bestia. Atao Huallpa ordenó de inmediato que los decapitaran, con sus mujeres e hijos: “¿De que habían miedo: que huían de una oveja?”. “No quiero medroso el vasallo” gritó aquel monarca, representante auténtico de una aristocracia guerrera. Al día siguiente los españoles encontrarían en Cunoc las cabezas cercenadas de aquellos funcionarios imperiales.
 
 
   LOS  PLANES  DEL   INCA
 
   Atao Huallpa quedó sumamente satisfecho del resultado de la entrevista de Los Baños, a causa de la aparente sumisión de los jefes españoles; quienes se habían ofrecido como servidores. Se fortaleció su convicción en la debilidad de los ciento noventa aventureros; y ya sabemos que menospreciaba a los refinados indios costeños que respaldaban a los castellanos. Impresión semejante le debieron causar los indios nicaraguas a través de las referencias que de ellos tendría. En cuanto a los negros, no los tenía en nada
   Fue entonces al finalizar dicha entrevista que vino el error fatal de Atao Huallpa: “Aquella misma noche despachó veinte mil indios con un capitán suyo que se llamaba Rumi Ñahui, con muchas sogas, que tomasen las espaldas a los españoles, y secretamente estuviesen para cuando huyesen diesen en ellos y los atasen, creyendo que al otro día, vista la mucha gente que llevaría, todos se habrían de huir”. Tal cuenta el propio primo de Francisco Pizarro, el soldado cronista Pedro Pizarro, joven actor de aquellos hechos. Rumi Ñahui recibió, pues, una orden concreta: “que guardase las espaldas a los españoles y matasen a todos los que volvieran huyendo”. En tal sentido este general debía rodear Cajamarca con sus tropas, ubicándose en las afueras de la ciudad. Especialmente sobre el camino hacia la costa.
   Esas huestes eran realmente temibles. El secretario de Francisco Pizarro, Francisco de Jerez, describe así a los soldados incaicos: “muy diestros y ejercitados en la guerra y son mancebos e grandes de cuerpo que sólo mil de ellos basta para asolar una población de aquella tierra aunque tenga veinte mil hombres”. Poseían, además un ciego optimismo, fruto de sus muchas victorias cuando las campañas de Huaina Capac y más tarde con motivo de la guerra civil contra Huáscar Inca. Nadie creía entre ellos que los españoles pudieran intentar alguna resistencia. Tal cosa no era concebible.
   Los jefes militares de Atao Huallpa discutían más bien, alegremente, sobre la muerte que habrían de sufrir los españoles. Algunos pidieron que se les adjudicase un número de ellos como ciervos yanaconas personales: “para servirse de ellos como esclavos”. Varios castellanos serían reservados como eunucos para el serrallo imperial. Por otra parte, decidieron que casi todos los caballos fuesen sacrificados al Sol.
   La confianza era tan grande que uno de los adalides de la Guardia del Inca aseguró que “con doscientos indios que le diese se los ataría a todos”. Esos veteranos de cien combates, ufanamente, creían que “los cristianos no eran hombres de guerra”. Aún más, Maica Huillca, vano como siempre, llegó al extremo de sostenerle a Atao Huallpa: “no envíes (que) vengan, porque a mi sólo me han (tienen) miedo”. Se atrevió a rogar al Inca por la vida de tres españoles: “no has de matar a tres de ellos…. El herrador, el barbero que hacía mozos a los hombres y a Hernando Sánchez Morillo, que era gran volteador (domador)”. Reflejaba allí Maica Huillca el asombro de la sociedad indígena ante el Occidente: el hierro, los afeites y la doma de potros.
   Con semejante estado de ánimo no es de extrañar que de inmediato partiera Rumi Ñahui –el fogoso plebeyo que había alcanzado el Generalato con sus hazañas– para lograr un  fácil lauro más. Marcharon sus soldados virtualmente desarmados, “con ayllus (boleadoras) que es un arma para prender con cierta arte de nudos y cuerdas, para ponerse por el camino que entraron, para que no escapase ninguno”. Este testimonio de Cieza de León es confirmado por varias otras relaciones de la Conquista del Perú; las cuales inciden, también en la confianza ciega de Atao Huallpa en su señorío y fuerza. Quería capturar vivos a los castellanos.
   Por otra parte, sus preocupaciones estaban centradas en lugares muy distantes de Cajamarca. Aquel puñado de aventureros barbudos, y de origen desconocido, poco le importaba en realidad. Sus ansias estaban puestas en la suerte que andarían corriendo sus ejércitos en el sur del Tahuantinsuyo. Sabía Atao Huallpa que en esas horas estaba jugándose en algún lugar  próximo al Cuzco la suerte del trono incaico. La ofensiva lanzada por sus generales contra los huestes de Huáscar Inca debía estar llegando a su fin. Aguardaba los chasquis que le trajeran noticias de un triunfo definitivo o de una aplastante derrota.
 
 
   LA  NOCHE
 
   Mientras los capitanes de Atao Huallpa discutían apasionadamente sobre la forma en la cual se habrían de repartir a los españoles una vez que se les capturase, Hernando Pizarro y Hernando de Soto regresaron a Cajamarca.
   En primer término confirmaron a Francisco Pizarro la dificultad que revestía un ataque a los Baños de Cunoc; a causa de ser sitio muy cercado, con canales y estanques; donde no podía cargar la caballería. Luego hablaron del esplendor de la Corte Imperial y la calidad de las tropas quiteñas y de sus fuerzas aliadas. Por último informaron que el Inca había aceptado la invitación a comer formulada por el Gobernador.
   Contra lo indicado por Atao Huallpa, el Gobernador decidió instalarse en la Plaza Principal de Cajamarca -o sea en los aposentos reales-, y aguardar allí el día siguiente; de lo cual Atao Huallpa “se enojó bravamente contra ellos”. Esa noche los castellanos velaron en pie temerosos de un sorpresivo ataque incaico. Aún ignoraban que en el antiguo Perú jamás se combatía de noche; costumbre que, a la postre, habría de ser funesta para las armas incaicas.
   Los cristianos pasaron con bastante incomodidad aquellas horas. Todos velaban en armas, con rondas montadas permanentes. Nadie se atrevió a dormir; listos los caballos ensillados y alerta la más de la gente. De toda esta audacia inaudita estaban espantados los indios auxiliares de los españoles. Las mujeres indias lloraban a gritos prediciendo el fin de todos. El temible Atao Huallpa llegaría al día siguiente. Así amaneció en medio de la zozobra general.
 
 
 
 
 
 
   LAS  HORAS  DECISIVAS
 
   Atao Huallpa al alba habría podido todavía  variar el rumbo de la historia cambiando su decisión. Pero no lo hizo. Acontecimientos fortuitos vinieron a fortalecer aún más su convicción de la absoluta debilidad de los castellanos.
   Había ofrecido ir temprano, pero no cumplió la oferta, como buen señor acostumbrado a disponer del tiempo a su placer. Recién adentrado el día se iniciaron los preparativos para cubrir los pocos kilómetros que separan los Baños de Cunoc de la ciudad de Cajamarca. Envió varios mensajeros a observar a los españoles, especialmente sus caballos y perros. Parece que bromeaba. Algunas veces anuncia que irá con armas; otras que concurrirá sin ellas. Cieza de León dice que “estaba muy orgulloso (porque) parecíale que por ninguna manera podría suceder cosa que bastase a estorbar el que no matase o prendiese a los cristianos”.
   Fue impresionante el cortejo que partió de Los Baños: muchos miles de personas. Había de todo. Nobles, cortesanos, favoritas, eunucos, curacas y todavía buena parte  de su ejército. Iba también mucho pueblo, atraído de todos los alrededores por la rara fama de los extraños visitantes.
   Camino de la ciudad, Atao Huallpa se detuvo y levantó tienda; no se sabe bien por qué razones. Tal acontecimiento, imprevisto, causó pánico entre los españoles; quienes veían frustrada la trampa que se había tendido (capturar al Inca en cuanto se sentara a la mesa con Francisco Pizarro). Fue entonces cuando éste pidió un voluntario para que fuese a rogar al Inca que cumpliera con su ofrecimiento y fuese al ágape.
   El valiente que tomó la comisión fue Hernando de Aldana; quizás porque sabía algo de quechua. Llegado ante el monarca indio, se le acercó con mucha cortesanía, pero Atao Huallpa  “no le contestó nada, mas levantose con mucha ira y quiso tomarle la espada”. Varios curacas cogieron al español; pero Aldana con mucho ánimo, no dejó que se la desenvainaran. Luego  el Inca, recuperando su postura, sonrió diciendo que no se le hiciese ningún daño; y confirmó allí su promesa de concurrir a la comida.
   Aldana, solo, ante tantos indios hostiles, debió sentirse poco menos que aterrorizado: “no las tenía todas consigo, hizo su acatamiento y a paso largo volvió donde estaba Pizarro”. Los cortesanos incaicos, seguramente, rieron de la mal disimulada prisa del español; tomando así cada vez menos en serio a los cristianos.
   Aldana, por su parte, dijo a los suyos, sofocado por el apuro, que “le parecía que (Atao Huallpa) venía de mal arte y con gran soberbia”. No se equivocaba. Francisco Pizarro dictó, entonces sus últimas disposiciones.
   Atao Huallpa creía ciegamente que nada tenía que temer. Verdaderamente, las apariencias engañaban: altos jefes españoles se habían postrado ante él en los Baños de Cunoc y sus capitanes afirmaban que de poco servían en cosas de guerra. Emisarios enviados para observar el campamento castellano confirmaron que existía gran pavor entre indios auxiliares de los conquistadores. En cuanto a los españoles, ya hemos visto que Francisco Pizarro trató siempre de ocultar la real potencialidad de las armas occidentales y la moral de la mayor parte de sus hombres; que como aventureros experimentados era muy alta para peligros y emergencias. No faltaban, sin embargo, entre tanto hombre templado por mil riesgos anteriores, los que vacilaban: “algunos hasta se les soltaba el vientre de ver tan cerca tantos indios de guerra.”.
   “Pues estando así los españoles –cuenta Pedro Pizarro-, fue la nueva  a Atao Huallpa de indios que tenía espiando, que los españoles estaban todos metidos en un galpón, llenos de miedo, y que ninguno aparecía por la plaza; y a la verdad el indio se la decía, porque yo ví a muchos españoles que sin sentirlo se orinaban de puro temor”.
   “De rato en rato –escribe Cieza-, llegaba un indio para reconocer el estado que tenían los españoles. Volvía con mucha alegría diciendo que de miedo se habían todos escondido por las casas, sin aparecer más que su capitán con muy poquitos. Con esto que Atao Huallpa oyó le crecía más el orgullo mostrándose más brioso”. Se recuerda, asimismo, que “los más de los suyos le daban prisa que anduviesen o licencia les diesen para que ellos pudieran ir a atar a los cristianos, que no aparecían ya de temor de ver su potencia”.
 
 
   LA  FATALIDAD  DEL  USURPADOR
 
   Lleno de confianza, tras ver correr como un galgo a Hernando de Aldana, y ante tanta sumisión de los cristianos, Atao Huallpa cometió el error que lo perdió: confirmó allí el plan de cercar a los cristianos con las fuerzas de Rumi Ñahui. Aún más –y esto fue el principio del fin del usurpador quiteño-, dejó en ese lugar a las tropas que lo acompañaban hasta ese momento.
   Algunos de sus jefes más belicosos, compartiendo el optimismo reinante, volvieron a solicitarle “licencia para que fuesen a llevarle atados a los cristianos, pues estaban escondidos”. Más el Inca no quiso dar esa orden, prefiriendo tomar en sus propias manos la grata tarea de hacer fugar a los conquistadores de la plaza para luego presenciar su captura y muerte en los alrededores de la ciudad.
   Para cumplir ese objetivo –juzgaba el Inca-, bastaban  su temible fama,  su presencia altiva y el séquito que lo acompañaría.  Y repartió  allí las numerosas y lucidas tropas que hasta ese momento lo acompañaban. Hernando  Pizarro –capitán general de los españoles y  hermano de Francisco-, es quien cuenta lo siguiente en su famosa crónica sobre estos sucesos: “dejó allí la gente con las armas e llevó  consigo hasta cinco o seis mil indios sin armas, salvo que debajo de las camisetas traían unas porras pequeñas,  e hondas e bolsas con piedras”. Dentro  de ese número figuraban mil barredores que iban limpiando el camino por donde habría de pasar Atao Huallpa, tres grandes comparsas de bailarines y cantores y turnos de cargadores de andas.
   Dos de los más antiguos documentos sobre la conquista española confirman esta decisión desastrada del inca. La relación francesa señala que “a estas gentes que estaban sobre los campos,  según se supo después, les había encomendado que una parte de ellos  fuese a ponerse en emboscada en una parte de la ciudad de Cajamarca y la otra en la otra,  a fin de que  cuando él  se acercara a la ciudad , si los cristianos quisiesen huir, fuesen encerrados por todos los lados; y le parecía que los tenía  ya en la mano”.  La antiquísima crónica rimada, escrita por un soldado de esa empresa, apunta que allí Atao Huallpa “ordena una celada, detrás de Cajamarca”.  La suerte ya estaba echada.
 
 
   EL DESPRECIO
 
   Así  continuó Atao Huallpa avanzado hacía la plaza  de Cajamarca, seguido muy de cerca por el Señor  de Chincha y del de Cajamarca, ambos también en andas, y otros Curacas en hamacas; todos con gran cortesanía y música. Al ingresar por una de las dos puertas a la Plaza, (que más que tal era un gigantesco patio triangular), no vio a ninguno de los conquistadores. Todos se encontraban agazapados, listos para entrar en acción. Pero el Inca creyó confirmar con la desolación del sitio la cobardía que atribuía a los españoles.
   Veamos las versiones de cuatro actores de estos acontecimientos sobre esos minutos, en los cuales resaltó más que en ningún otro momento el desprecio del monarca indio. Diego de Trujillo escribe que se volvió hacia Maica Huillca preguntando: “¿Qué es de estos de las barbas?”. Su capitán contestó: estarán escondidos”. Pedro Pizarro apunta que “vieron que no aparecía español ninguno, preguntó a sus capitanes dónde están estos cristianos que no aparecen: ellos le dijeron: Señor estarán escondidos de miedo”. Cristóbal de Mena dice que los cortesanos contestaron “ya están todos escondidos”. Según Miguel de Estete la pregunta fue: “¿Dónde están estos?”.
   Testimonios muy frescos, como el de Agustín de Zárate indican que ante esa situación el Inca exclamó: “Estos rendidos están”. Para Santa Clara sus palabras fueron “ya están rendidos estos salteadores de puro miedo y ya son nuestros, pues están escondidos”. Ruiz Naharro creía que la frase fue “Estos ya se dan por vencidos”. Parece que, sea cual fuere, la última frase, la pronunció volviéndose hacia su gente y con ademanes de furia; gente toda que con sus lazos no hacía sino esperar una orden para lanzarse a buscar y atar a los cristianos.
 
 
   VALVERDE  APARECE
 
   En ese momento un silencio sepulcral ha caído sobre la ciudad, cesando los cánticos de guerra de los indios, algo “nada gracioso para los que lo oíamos, antes espantoso, por que parecía cosa infernal”. A los himnos triunfales ha sucedido el silencio; y luego las palabras airadas que el Inca dirige a la multitud que sigue entrando a la Plaza.
   Fue entonces que apareció Valverde “pensando aplacarlo” y con el encargo de llevar al Inca a la mesa donde estaba tendida la celada. Se dirigió hacia Atao Huallpa, seguido de Felipillo, el Tallán. Llevaba el Capellán una cota de malla sobre el pecho y ceñido un espadín. Una vez cerca le leyó el Requerimiento; actitud que debió desconcertar al Inca; quien poco podía entender de esa suma de conceptos teológicos y jurídicos. Su respuesta fue acusar a todos de asaltantes, en tono muy duro. Se coincide en señalar que tenía el rostro congestionado por la ira.
   Valverde siguió hablando de la fe de Jesucristo, mientras los cañones de Pedro de Candia apuntaban sobre las dos únicas puertas del patio; donde ya se apiñaba la gente; especialmente mucha poblada. La Biblia que Valverde entregó al Inca la arrojó muy lejos; con furioso desdén: “Que se yo lo que me dáis allí. Anda vete”. Le habría dicho al capellán. Felipillo corrió a recoger la Biblia mientras Valverde, levantándose la sotana para correr mejor, retornó donde Pizarro, fue cuando Atao Huallpa dirigiéndose a sus hombres los arengó. Según Titu  Cusi Yupanqui “se levantó enojado y algo (gritó) a guisa de querer matar a los españoles”.
 
 
   LAS  PALABRAS  DE  VALVERDE
 
   Lo que excitado gritó Valverde no se sabe con precisión porque existen numerosas versiones distintas de sus palabras, aunque todas son idénticas en su contenido. Llamó al Inca “perro rabioso” “lleno de soberbia”, demandó “venganza” y dio la orden de atacar. Mientras tanto Atao Huallpa, parándose en las andas, se dirigía a su cortejo expresando órdenes en alta voz; disponiendo que no dejaran escapar a ninguno: Ea, ea, que no escape ninguno”. Un alarido atronador de los indios respondió al pedido del monarca.
   Hernando Pizarro declara que se procedió a atacar de inmediato porque “fue necesario antes que se acabasen de juntar”. Habían ingresado entre cinco o seis mil personas y afuera quedaba mucho del cortejo, y sobre todo, la fuerza armada. El momento era sumamente tenso.
 
 
   LA  CELADA
 
   Los cañones apuntaban hacia las dos únicas puertas estrechas del gran patio y los arcabuces sobre la multitud. Los ballesteros tenían templadas sus cuerdas, listos para rociar a los de adelante. Un silencio sepulcral reinaba en las grandes salas de piedra donde se encontraban en acecho las fuerzas de Francisco Pizarro; observando atentamente lo que el Inca hacía. Solo se esperaba la orden de atacar.
   Al regresar Valverde, el Gobernador agitó una toalla. Tal era la señal convenida. Al  grito de “Santiago y a ellos” cargó la caballería mientras tronaban los cañones de Pedro de Candia. Se tocaron las trompetas y dispararon unas 20 arcabuces y mosquetes. Mientras tanto una lluvia de penetrantes saetas barría el campo. Los jinetes cargaron reciamente tajando y cuchillando sin tregua en esa muchedumbre desconcertada. “Fue tan de repente este acontecimiento” que al principio los indios se quedaron parados, alelados. La violencia de la caballería sobre esa multitud asombrada de cortesanos, mujeres, ancianos, niños y unos pocos escuadrones de infantería ligera fue terrible. Al principio “quedaron los desarmados indios atónicos y sobresaltados”; afirman los cronistas. Cundió loco desorden. Nada pudieron hacer unos cuantos soldados con sus hondas en un lugar cerrado como aquel; confundidos entre una multitud que, con ensordecedor  griterío, presa de pánico, los arrastraba y envolvía. De esa muchedumbre, quienes tomaron primero las pequeñas puertas, trataron de salir bajo el fuego de los cañones; arremolinándose allí. Todos pugnaban desesperadamente por abrirse paso: “se ahogaban unos a los otros”. Fue entonces cuando cedió una de las cercas de la Plaza con la presión de la masa humana.
   El ataque español resultó una espantosa carnicería. En esa gente acorralada los mandobles españoles partían por mitad. Volaban manos, cabezas y brazos. Los indios jamás habían visto semejante cosa. Era, para ellos, furia del demonio. La sangre, rápido, cubrió el suelo. Allí los cascos de los corceles pisoteaban a los caídos. Algunos orejones, hendidos en el vientre, corrían hasta caer enredados en sus intestinos. Atrás de la caballería, cientos de indios nicaraguas ultimaban a los moribundos, ayudados por unos cuantos esclavos negros, mientras los jinetes cargaban y volvían a cargar. Así, tasajeados sin piedad, se revolvían  unos contra otros, mientras las armas de fuego seguían abriendo brecha en la empavorecida multitud. Los arcabuces repetían incesantemente sus tiros allí donde la caballería no abría caminos de muerte a botes de lanza y golpes de espada. Los pechos de los caballos con las arremetidas  empujaban a los más y sólo se volvía grupas para volver a cargar, tajando y cortando aquí y allá.
 
 
 
 
   EL  HEROISMO  EN  LAS  ANDAS
 
   Francisco Pizarro, “como persona que por más de veinte años había militado en las indias, sabía que la victoria consistía  en apoderarse de las personas de los señores”. Así, “con un sayo de armas y una espada y una adarga y una celada y con los 24 que estábamos con él salimos a la Plaza y fuimos derecho a las andas de Atao Huallpa, haciendo calle por la gente”. Sobre las otras andas y hamacas cargaron los demás jefes allí presentes – Hernando Pizarro, Hernando de Soto y Sebastián de Benalcazar-.
   Los señores desarmados que tenían el honor de conducir en litera imperial a Atao Huallpa no abandonaron a su Rey. Todos los testimonios coinciden en rendir homenaje a su ciega bravura. “El Gobernador llegó a sus andas -recordaba Cristóbal de Mena-, aunque no le dejaban llegar: que muchos indios tenían cortadas las manos y con los hombros tenían las andas de su señor”. Extraño combate aquel el cual los orejones apenas si pusieron sus cuerpos como toda arma contra los tajantes aceros castellanos, “con tan poco temor de la muerte aunque se estuviera matando dos días se juzgó que no faltara quien entrara a tomar las andas”. No podían derribarle de las andas, que aunque mataban a los indios que las tenían, se metían luego otros de refresco a sustentarlas”. “Apenas era muerto uno cuando en lugar de él se ponían otros muchos a mucha porfía”. Pugnaban, pues, por morir en defensa de su monarca.
   Cieza de León señala que no había cuchillada que no llevase brazo o mano de los que tenían las andas; luego, con grande ánimo asían con las otras, deseando guardar a su Inca de muerte o prisión. Llegó Miguel de Estete, soldado de a pie, que fue el primero que echó mano a Atao Huallpa  para le prender. Luego llegó Alonso de Mesa. Pizarro echando voces que no le matasen se puso junto a las andas. Los indios como eran muchos, unos a otros se hacían mayor daño, derribándose por una y otra parte, los caballos entre ellos”.
   Atao Huallpa, estupefacto y sin armas, se defendía a golpes en las andas. Sus ropas se destrozaron pues algunos españoles trataron de derribarlo en medio del desorden. La litera estuvo a punto de caer más de una vez, hasta que al fin, uno de los españoles cogió al Inca de los cabellos, que los tenía muy largos, mientras otros  a la fuerza inclinaban hacia un lado las andas imperiales. Caído en el suelo los últimos restos de su Guardia aun  trataron de defenderlo con sus cuerpos. Pero fue inútil.
   Simultáneamente había muerto acuchillados en la Plaza de Cajamarca el Gran Señor del Chinchaysuyo, el gran Señor de Cajamarca, Maica Huillca y otro jefe quiteño más, aparte de muchos Curacas.
   Hernando Pizarro reconoció en su crónica que “como los indios estaban sin armas fueron desbaratados sin peligro de ningún cristiano”. El número de muertos no es posible  fijarlo concretamente, a causa de la disparidad de las informaciones. Los cálculos varían entre dos mil y siete mil. Parece que a hierro murieron tres mil “y los demás fueron viejos inútiles, mujeres, muchachas y niños, porque de todas partes, grandes y pequeños habían venido”. No se descuenta la posibilidad de que confundidos en la multitud estuviesen en la Plaza de Cajamarca algunos partidarios secretos de Huáscar Inca, quienes fueron a esperar el encuentro de los dioses con el usurpador. Esos huascaristas hubieron de recibir  con alborozo la captura de Atao Huallpa; si es que lograron salvar de la violencia cristiana.
 
 
   LA  DESERCION  DE  RUMI  ÑAHUI
 
   “Atónito con los lazos, de ver tan impensado acontecimiento” quedó el General Rumi Ñahui, a quien Atao Huallpa  había encargado que se colocara en las afueras para capturar a los españoles que pudiesen fugar de la plaza principal de Cajamarca.
   El tronar del cañón y las trompetas le avisaron el infausto suceso. Estupefacto vio como arrojaban, desde lo alto de la torre de la plaza, al indio que habría de hacerle una señal para el ataque. Y luego oyó a la multitud despavorida. Todo fue tan rápido que posiblemente no animó a tomar una decisión inmediata. Por lo demás estaba algo lejos, en los cerros de la cordillera que separa Cajamarca de la costa. Quizás el pánico se contagió a parte de sus tropas, y de todos modos queda claro que desertaron muchos batallones de naciones septentrionales sujetas a Quito por fuerza de armas. Rumi Ñahui quedó allí solo con cinco o seis mil soldados quiteños, equipados de sogas y armas muy ligeras. Los cañones españoles se dirigieron luego sobre ellos para atemorizarlos con el ruido y con el humo. Mientras tanto “muchos que llevaban los brazos cortados”, y otras terribles huellas del acero o la pólvora, llegaron al campamento de Rumi Ñauhui portando el tremendo testimonio de la ferocidad de sus enemigos. Ya caía la noche, pues el sol se había puesto aun antes de la entrada del Inca  en la Plaza. Un fortísimo aguacero cubrió entonces el valle, dificultando una acción instantánea.
   No es fácil deducir las razones por las cuales Rumi Ñahui no atacó Cajamarca para rescatar al Inca. Quizás lo creyó muerto, en vista del encarnizado combate alrededor de las andas imperiales. Se estima que “nunca había sido de parecer que recibiesen de paz a los españoles y se fiasen de ellos” y, que  “sintiendo lo que dentro de Cajamarca pasaba, desdeñado de que no le hubiesen creído, se fue huyendo con toda su gente al Reino de Quito, para apercibir lo necesario contra los españoles”. Datos hay de que había llorado de rabia en los Baños de Cunoc al permitir Atao Huallpa que se retiraran vivos Hernando Pizarro y Hernando de Soto.
   Rumi Ñahui era el único general plebeyo que figuraba en el Imperio de los Incas. Pertenecía  a la poderosa casta militar  que tanto se desarrolló en las postrimerías del Tahuantinsuyo es probable que indignado por el culpable orgullo de Atao Huallpa, decidiera abandonar la causa de la dinastía Hurin.  Esta tesis se vería reforzada por el hecho de que asesinó, al poco tiempo, al principal de los hermanos quiteños de Atao Huallpa y se posesionó de Quito. De hecho, se convirtió en el rey de ese señorío; y más tarde, como tal, libró varias batallas contra los castellanos. Mucho le costó a España vencerlo; y antes que rendirse prefirió perderse en la inmensidad  de la selva tras matar a sus 300 mujeres; a las cuales jamás se resignó entregar a la lascivia de los cristianos.
 
 
 
   EL  RESCATE
 
   Capturado, el Inca fue conducido a una de las piezas de los pétreos palacetes que rodeaban el gran patio de la tragedia; donde tuvo que aguardar hasta el final de la matanza. La persecución siguió en las afueras de la ciudad; y las avanzadas  españolas, acuchillando sin tregua, llegaron  al galope hasta los mismos Baños de Cunoc.
   Atao Huallpa conocía las leyes de la guerra. Pensó, en un primer momento, en que lo matarían sus captores. Luego, al verse prisionero, ofreció el fabuloso rescate de los cuartos de oro y plata. La oferta fue aceptada por Francisco Pizarro: el oro a cambio de la vida y de la libertad.
   Para pagar el rescate ofrecido Atao Huallpa tuvo que ordenar el despojo de los principales templos del Imperio; pero no le importó. En materia religiosa era un verdadero hereje y hasta sentía  encono contra ciertas huacas a causa de falsas profecías. Sabemos  que se burlaba de sus dioses; y  que –más tarde-,  rechazó las prédicas cristianas.  Por esas razones de impiedad el clero incaico jamás lo había visto con buenos  ojos.
   Pactado el rescate, al día siguiente de la captura los castellanos comprobaron,  con alivio,   que las tropas de Rumi Ñahui se habían retirado: “fueron a la vuelta de Quito,  robando mucho tesoro de los templos y de los palacios reales”.  Atao Huallpa, entonces,  no tendrá más camino que mandar a la desordenada masa que deambula por los alrededores que no se ataque a ningún cristiano. La vida le iba en ello.
   Amparados en la orden de Atao Huallpa,  y bajo la protección que los propios Curacas quiteños proporcionan,  se avanzó  entonces hasta Los Baños,  a fin de extraer de allí la primera parte del rescate: una vajilla cuzqueña de oro, que valía sesenta mil pesos; la cual se remitió al cuartel general, al lado de mucha riqueza en joyas y armas. También encontraron los cristianos  en Cunoc el famoso cráneo humano, enchapado en oro y plata, en el cual bebía  Atao Huallpa. Era la cabeza de su hermano cuzqueño  Atoc; uno de los primeros generales vencidos cuando la  iniciación de la guerra civil.
   Algunos españoles pidieron que los restos del ejército de Atao Huallpa fuesen exterminados, o se les cortase la mano derecha; a lo cual se opuso Francisco Pizarro. En cambio  amenazó al Inca con matarlo al menor intento de sublevación. Simultáneamente  se dispuso que los grupos  de indios partidarios de Atao Huallpa llevasen cruces para identificarlos. A los que no las esgrimiesen se los mataría como  a enemigos.
 
 
LAS MATANZAS DEL USURPADOR

      Mientras tanto, muy al sur, ignorantes de estos gravísimos sucesos, Apo Quizquis, Challco Chima, Yurac Huallpa y Cusi Yupanqui, vencedores en Chontataxas, ingresaron triunfalmente  al Cuzco, al frente de su ejército; llevando cautivo a Huáscar Inca.
      Violentas representaciones de los Hurin contras los Hanan se ordenaron de inmediato. Los jefes del ejército del norte masacraron a la flor y crema de la nobleza cuzqueña, ensañándose con la familia imperial. Los ochentitantos hijos del joven rey depuesto fueron ahorcados en su presencia. Ancianos de abolengo también fueron ejecutados al lado de los principales orejones.
      Así describe Gracilazo las venganzas del usurpador:
       “Mayor y más sedienta de su propia sangre que la de los otomanos fue la crueldad de Atao Huallpa, que, no hartándose con la de doscientos hermanos suyos, hijos del gran Huaina Capac, pasó adelante a beber la de sus sobrinos, tíos y parientes, dentro y fuera del cuarto grado, que, como fuese de la sangre real, no escapó ninguno, legitimo ni bastardo. Todos los mandó a matar con diversas muertes: a unos degollados; a otros ahorcaron; a otros echaron en ríos y lagos, con grandes pesas al cuello, por que se ahogasen sin que el nadar les valiese; otros fueron despeñados de altos riscos y peñascos”.
      Varios nobles lograron escapar de estas bárbaras medidas punitivas. Unos de ellos fue un joven hijo cuzqueño de Huaina Capac, al cual la historia le reservaba una inmortal epopeya, Manco Inca. No contaba aún veinte años y, siguiendo consejos de sus mayores, se protegió en la espesura de las altas selvas del Cuzco.
      Las matanzas ahondaron más el odio entre Cuzco y Quito, pronto los vencidos recibirían una noticia extraordinaria: el usurpador Atao Huallpa había sido capturado por los Viracochas en Cajamarca.


LA ALEGRIA DEL CUZCO

        La captura de Atao Huallpa causó en el Cuzco extraordinario regocijo. Los curacas que habían logrado sobrevivir a los implacables generales de aquel Inca confirmaron íntimamente su convicción en la divinidad de los cristianos. En cambio quedaron desconcertados los jefes militares Quiteños; quienes optaron solo por imponer mayores medidas de seguridad en la capital ocupada.
      Burlando a las guarniciones de Atao Huallpa a lo largo de los Andes, los orejones cuzqueños hicieron llegar su piadoso agradecimiento a los Viracochas. No obstante, esa dicha tenía una condición: la ejecución de Atao Huallpa. La mentalidad cuzqueña no podía concebir que los dioses dejaran en libertad al usurpador que tantas muertes había causado en la familia imperial; y que tanto debía a la sangre de los Hanan Cuzcos. Muchos españoles, que en Cajamarca deseaban la muerte del Inca, vieron siempre favorecidos sus planes con esta creciente demanda cuzqueña por la cabeza de Atao Huallpa. Los castellanos no hicieron sino atizar violentos enconos y rencores.
      Dos de aquellos enviados cuzqueños, hermanos de Huáscar Inca, cayeron poco más tarde asesinados al retornar de Cajamarca al sur: Guaman Tito y Maita Yupanqui. Con ellos seguramente, se exterminó a todos los integrantes de sus comitivas. Fue orden terminante del usurpador cautivo.
      La secreta alegría causada en el Cuzco por la captura del Inca contrastaba con la ira que tal suceso provocó en Apo Quizquiz; quien con sus fuerzas Atahuallpistas siguió ocupando la capital del Tahuantinsuyo; mientras guardaba ordenes o proyectaba un plan para enfrentar tan impensada y difícil situación. Se ahondó entonces aún más la crisis entre las tropas extranjeras norteñas y la población civil cuzqueña. Se fortalecieron mientras tanto, los intentos conspirativos que buscaban ya en Manco Inca un elemento de unidad. En el entreacto, Huáscar Inca fue alejado del Cuzco; conduciéndosele hacia el Norte; bajo fuerte custodia atahuallpista.
      También en la distante Cajamarca se vivian momentos de extraordinaria tensión.


LA LIBERACION DE LOS YANACUNAS: REBELION SOCIAL

      La medida más disolvente que dictaron los españoles en Cajamarca fue la liberación temporal de los Yanacunas.  Estos eran los siervos que habían surgido en el seno de la sociedad incaica como fruto de las constantes guerras imperiales.
      Constituían, según opinión de Garcilaso de la Vega, y de todos los demás cronistas, una suerte de servidores perpetuos de la familia imperial y de las noblezas menores. Pertenecían, por lo general, a las tribus reacias a aceptar la dominación incaica.
      Alentados por los indios costeños de servicio, que en buen número habían acompañado a los españoles hasta ese lugar, los yanacunas –varios miles en Cajamarca– decidieron dar su adhesión a quienes no sabían como ver: si como dioses o vencedores. Francisco Pizarro haciendo gala de extraordinaria habilidad, decretó en Cajamarca que se liberara a todos esos indios de servicio: “y que se fuesen a sus casas, porque eran de diversas provincias, los que traía Ato Huallpa para sostener sus guerras y para servicio de su ejército”. Al fin y al cabo hasta ese momento, los españoles no requerían mayor ayuda: les bastaba con la multitud de indios nicaragua de su propiedad y de sus muchos negros. Por otro lado, ya hemos visto que, por creerlos Viracochas, los jefes castellanos habían recibido considerable socorro de auxiliares en los señoríos Yungas de la costa. Para esclavizar al país nada mejor que aparecer como liberadores, ante una parte de los indios. Era un viejo juego político. Por eso se soltó a los Yanacunas.
      Muchos de estos siervos regresaron entonces a las más distantes comarcas del Tahuantinsuyo, apareciendo voces generosas sobre los recién venidos; confirmando así, aparentemente, la versión de la divinidad de los Viracochas, que el Cuzco sostenía. La mayor parte de esos indios, no obstante, ansiosa también de botín, se quedó a servir a los españoles. A la larga fueron inmejorables aliados en las guerras de la Conquista. Rebelados contra el régimen que los sujetaba, lucharon violentamente por España. Primero contra Quito; y luego contra el Cuzco. Cuando trataron de reaccionar ante los Viracochas -muchos años después– seria ya demasiado tarde.
      La rebelión de los Yanacunas cumplió, pues, un papel esencial en la desintegración del estado Incásico. Un cronista indio como Guamán Poma concedió enorme importancia a la actitud negativa adoptada por aquellos siervos indígenas frente a la sociedad imperial; y lo mismo ocurre con Titu Cusi Yupanqui. Entre los españoles, hasta el ecuánime Cieza de León se expresa con apasionado interés de tal asunto. Siguiendo sus conceptos, Antonio de Herrera afirma que los Yanacunas “con la revuelta de las cosas y confusión (con) que andaba aquel gobierno se habían hecho muy libres, soberbios y ricos, con lo que habían hurtado”.
      Los castellanos, en efecto, les dieron mano suelta para toda suerte de fechorías. Era esa una gente sin ubicación regional, desarraigada, sin noción estatal y sin apego por el sistema incaico. Fácil les fue colaborar con los invasores, a cambio de botín. Eran esos ex–siervos incaicos los primeros en saquear los almacenes reales. Los primeros en atacar a las huestes cuzqueñas o quiteñas. Los primeros en violar a las Acllas. Sacerdote cristiano hubo que, horrorizado, decía de estas mujeres “que de los españoles o de sus Yanacunas era maravilla si se escaparan”. Guamán Poma se indignaba cada vez que hablaba de ellos y los califica, constantemente de bandidos y ladrones.
      Pero hubo también otras quejas; y de mayor transcendencia aun. Las emitidas por la aristocracia incaica. Sostenían los señores de linaje que los yanacunas en Cajamarca se comportaban “con toda desenvoltura y sin respeto de los orejones y demás de la nobleza”. Los “Indios de servicio” se lanzaron, pues, contra sus antiguos amos; y estos protestaban por el caos social que se había desencadenado. Así se agravó la descomposición interna del Tahuantinsuyu. A la pugna dinástica entre los Hanan y los Hurin, a la lucha de Cuzco contra Quito, a la revolución de los yungas costeños contra los quechuas andinos, se sumaba la rebelión de la más baja de las clases sociales. Este proceso disolvente llegó a tal extremo que, años mas tarde, Manco Inca durante su gloriosa revolución tuvo que decretar la pena capital contra todos los yanacunas que caían en manos de las fuerzas incaicas a causa de los invalorables servicio que estos siervos prestaban a los conquistadores castellanos.
      Los cristianos, así utilizaron perversamente las tensiones internas de la sociedad imperial; y encumbraron cuanto pudieron a los plebeyos yanacunas. En premio por su apoyo, estos recibieron mercedes y mujeres, sobre todo cuando se los utilizó para acelerar la ejecución de Atao Huallpa. Intrigaron permanentemente a favor de la muerte del Inca usurpador; lo cual coincidía con los rapaces planes de la mayor parte de los conquistadores.

UNA PARTE DEL BOTIN

      Los conquistadores fingieron asombrarse ante la vasta poligamia señorial existente en el Tahuantinsuyu pero lo cierto es que se repartieron a más y mejor a las mujeres indias. Fingida hipocresía rodeó siempre las críticas lanzadas a los Curacas por los serrallos indígenas.
      Atao huallpa tenia en Cajamarca nada menos que cinco mil mujeres, a las cuales se puso en libertad, viniendo entonces, en su mayor parte, donde los españoles. Eran –para esas acllas- leyes usuales en la guerra que el vencedor tomase siempre del vencido todos sus bienes, incluyendo a las mujeres; principalísimo símbolo de riqueza y deleite. Los cristianos se las repartieron, pues, sin mayor fuerza, especialmente a las plebeyas, que abundaban. Bellas jóvenes recogidas en tierna edad, como tributo al Inca de todas las comarcas del Imperio; que quizás ansiaban una vida suelta, lejos de la reclusión. Muchísimas de ellas, además, debieron ser parte del botín tomado a los ejércitos cuzqueños; recientemente vencidos. Fueron las primeras en entregarse a los bárbaros conquistadores, postrándose ante aquellos que suponían dioses. Los cristianos  tomaron con ávida lujuria lo que se les ofrecía. Amor puramente físico; lujo fácil en el cual germinaba ya una nueva nación. “Las vírgenes de los templos –precisa Cieza-, se salían y andaban hechas placeras”.
      Casos hubo de fuerza entre las señoras principales, que gozaban en el Imperio de otro régimen social muy distinto. Conquistadores envilecidos, no contentos con cuanto se les ofrecía, prefirieron deshonrar a familias señoriales. Parece que hubo hasta suicidios de madres humilladas y de esposos vejados. En otros casos, Atao Huallpa concedió determinadas mujeres, y hasta hermanas, como muestra de amistad; ley mortal para los indios. Fue así como Francisco Pizarro, el viejo capitán, tuvo varias mujeres y entre ellas a dos de las hermanas del Inca; una de las cuales apenas contaba con catorce años de edad.
      El ajllahuasi fue, pues, una de las primeras instituciones que destrozó la Conquista Española. Esa poligamia regimentada incaica fue reemplazada con una desordenada poligamia española, que llegaría más tarde a su apogeo cuando en el Cuzco los cristianos llegaron a poseer pequeños harenes dentro de una tolerancia que sacerdotes observantes llamaron “la ley de Mahoma”. Un fecundo mestizaje crecía sin cesar al conjuro de la fuerza y de la ley del vencedor.


EXPEDICION  DE  HERNANDO  PIZARRO

      Corriendo rumores de existencia de tropas en las vecindades de Cajamarca salió Hernando Pizarro hacia Huamachuco. Saqueó allí cuanto pudo para llevar al rescate del Inca y retornó.
      Luego Atao Huallpa indicó la conveniencia de que Hernando Pizarro fuera a Pachacamac para recoger  los tesoros de ese templo yunga cuyos sacerdotes no parecían muy dispuestos a entregarlos para el rescate. El Inca, para ello, encadenó en Cajamarca al Sumo Pontífice de Pachacamac y con terribles amenazas envió a otros sacerdotes importantes, protegidos por su escolta, en compañía de Hernando Pizarro. Además, varios nobles iqueños acompañaron esta expedición española de 21  jinetes.
      Hernando Pizarro llegó a Pachacamac y retiró de allí unos noventa mil castellanos de oro, aunque mucho tesoro se había escondido. Recibió entonces correo de Francisco Pizarro sobre la conveniencia de subir a Jauja para traer a Challco Chima.
      Era éste uno de los mejores Generales de Atao Huallpa. En un primer momento había avanzado desde el Cuzco vencido hacia el norte para rescatar por la fuerza a su rey;  pero se había detenido en Jauja con órdenes precisas del Inca. Una rebelión de los Huancas contra el ejército de ocupación que comandaba Challco Chima fue aplastada a sangre y fuego, sobre todo por haberse quizás enterado de que los Curacas de Jauja habían manifestado a Francisco Pizarro su beneplácito por la captura del Inca Atao Huallpa, al cual también odiaban.
      Dominar a Challco Chima no parecía tarea fácil. El temible guerrero tenía una fama que helaba la sangre de cuantos oían de sus hazañas. Al acercarse Hernando  Pizarro al valle de Jauja rechazaba entregarse, pese a las órdenes concretas de Atao Huallpa.
      Challco Chima “tenía en la Plaza de Jauja muchas lanzas hincadas y en las puntas puestas cabezas de indios y en otras lenguas y en otras manos, y pues que era  cosa de espanto ver las crueldades que tenía hechas”. No es de extrañar, por tanto, que los jaujinos dieran entusiasta apoyo a Hernando Pizarro; jefe de Viracochas. Ni tampoco que un elevado Curaca Cuzqueño, Antamarca Maita, en presencia de los Viracochas se dirigiera así al odiado General, recordando sin duda las matanzas quiteñas.
      “Hasta cuando Challco Chima han de tener fin tus crueldades. Cuando será el día que tu y aquella bestia fiera de tu capitán Quizquiz os habéis de ver hartos de humana sangre. Dime rabioso tigre”. Y luego el orejón cuzqueño agregó: “Pues de una cosa me huelgo y lo mismo creo que hacen tus soldados. Que ha enviado el Hacedor del Mundo los ejecutores de su justicia, para castigo tuyo y de aquel de quien aprendiste a ser cruel”. Challco Chima responde con ferocidad al insulto, trabándose en un recio pugilato el Gran General de Atao Huallpa y el linajudo orejón cuzqueño.
      Fue necesaria allí la mediación de los altos nobles quiteños, uno de ellos hermano del Inca para convencer al General que se trasladase a Cajamarca.
      Challco Chima, ante el mandato categórico de su señor, y sin ningún respaldo popular en Jauja, no tuvo entonces más remedio que entregarse a los castellanos para ir a Cajamarca, obedeciendo los dictados de su Rey. Su ejército continuará, eso sí, ocupando el valle del Mantaro en nombre de Atao Huallpa.
      Ni si quiera él podía osar la desobediencia a su monarca. Ordena cargar treinta arrobas de oro para el rescate y partió montado en un caballo, bajo fuerte vigilancia de los Viracochas y del gozoso orejón Hanan Cuzco. Pero retornemos ahora a Cajamarca desde donde han partido tres cristianos hacia el Cuzco, en pos de oro y plata; y  a donde ha llegado también don Diego de Almagro con su gente.




HUASCAR  INCA  Y  LOS  ESPAÑOLES

      Preocupado por el retraso en la remisión de los tesoros del Cuzco, Atao Huallpa sugirió  a Francisco Pizarro que se enviara a la capital a fin de acelerar la remisión del oro.
      Fue así como un numeroso cortejo quiteño partió hacia el Cuzco en compañía de tres cristianos: Pedro de Moguer, Martín Bueno y un tal Zárate. Fueron tratados como dioses en todo el trayecto. Reverenciados en Huamachuco siguieron adelante. Y luego tuvieron un sorpresivo encuentro: se cruzaron con Huáscar Inca en Taparaco, altas serranías de Huánuco.
      Allí vieron a Huáscar Inca vejado sin misericordia. Marchaba descalzo y semidesnudo, con claras huellas de golpes en el cuerpo; y lo arrastraban con unas sogas que le habían perforado las clavículas; atadas sus manos a la espalda. Los españoles, con ser hombres endurecidos, no dejaron de conmoverse de la suerte de quien, poco tiempo atrás, había sido señor del mundo. Hablaron con él, y el destronado monarca les ofreció cubrir la Plaza del Aucaypata del Cuzco con oro y plata. Los españoles de esa embajada, sin embargo, no adoptaron ninguna decisión. En parte por ser hombres de muy escaso criterio; y también, de seguro, por la vigilante mirada de la escolta iqueña que los conducía. Además, el botín del Cuzco se les ofrecía muy a la mano y sin riesgos.
      Huáscar Inca maldijo a Atao Huallpa ante los españoles e imploró la ayuda de los Viracochas para castigar al usurpador. Acusó, además, de ladrón a su hermano bastardo por saquear los templos y palacios imperiales. Asimismo, todos los cautivos de Taparaco reverenciaron, igualmente, a los Viracochas. Estos, sin embargo, a los tres días siguieron su camino rodeados de sus negros esclavos y su cortejo atahualpista. Obtuvieron, eso sí, mejor trato para el Inca prisionero, a quien ofrecieron inmediata justicia.
      Continuaron los cristianos su marcha hacia el Cuzco, pasando por Jauja y Vilcashuaman; donde los adoraron como dioses. Mientras tanto, veloces chasquis se habían enviado desde Taparaco a Cajamarca para informar a Atao Huallpa de los ofrecimientos de Huáscar Inca a los españoles. Posiblemente los capitanes que conducían prisioneros a Huáscar Inca aconsejaron a Atao Huallpa que dispusiese la muerte del regio cautivo. El prisionero de Cajamarca –se sabe-, muchísimo se preocupó con esas novedades, pues sabía que la unión de los cristianos con su hermano Huáscar Inca sería su definitiva perdición.
      Mientras Atao Huallpa meditaba en Cajamarca sobre la suerte de su infausto hermano, los tres españoles se acercan al Cuzco donde quedan asombrados de la riqueza del Coricancha  todo recubierto de oro. Más, aun, los asombra el regocijo popular. Las multitudes salen a recibir a los cristianos en los cuales ven a los representantes de la voluntad divina que han venido para castigar al maldito usurpador. Los sobrevivientes de la nobleza Cuzqueña, en sus refugios, se estremecen de esperanza. Piensan que quizás se acerque la hora de expulsar del Cuzco a Apo Quizquiz, el Gran General de Atao Huallpa, quien continúa ocupando militarmente la capital con sus fuerzas norteñas. Los orejones conspiran mientras los tres Viracochas se llevan los mejores tesoros de Coricancha.


EL  JUEGO   DE  LAS  INTRIGAS

      Diego de Almagro y su gente habían llegado a Cajamarca bastante después de la captura de Atao Huallpa y por esa tardanza, según lo acordado por los pizarristas, nada les habría de tocar del oro y la plata del rescate. Tal situación preocupaba muchísimo a los almagristas, ya que creían que si los tesoros llegaban a cubrir los cuartos hasta la altura de la raya no quedaría ya para ellos nada en el Tahuantinsuyu.
      En tales circunstancias, para Almagro no cabía sino una solución: matar al Inca, para que el rescate no se satisficiera en su integridad. Encontró como eficaz colaborador en las intrigas contra Atao Huallpa al intérprete Felipillo. No pudo tener mejor aliado ya que este personaje también deseaba la muerte del monarca indio a causa de haber extraído del serrallo imperial a Inti Palla, una de las favoritas del Inca.  Felipillo sabía que cruel muerte aguardaba a quienes adulteraban con mujer de un Inca, y desde entonces no hizo sino tramar su ejecución.
      Los oficiales reales presionaron también mucho sobre Francisco Pizarro para que matara al Inca, arguyendo esencialmente que, si se lo soltaba, se unirían los ejércitos de los indios Hurin bajo su mando único. Paralelamente, apoyaban la inmediata ejecución del usurpador los principales cuzqueños presentes en Cajamarca creyendo en la justiciera presencia de los Viracochas. Demandas semejantes plantearon ante Francisco Pizarro numerosos curacas de otras naciones, especialmente los Jaujas y Yungas.
      A estos factores se sumó el viaje a España de Hernando Pizarro, quien había cogido cierto aprecio por el cautivo. Partió a Europa llevando los fabulosos tesoros del quinto del Rey; y al momento de despedirse el propio Atao Huallpa predijo su muerte, acusando directamente a Almagro y a los Oficiales Reales. Los yanaconas, mientras tanto, tramaban por igual la ejecución de su antiguo amo mientras cargaban las piezas doradas del botín destinado a Carlos V y llamado a revolucionar Europa.


LA ALIANZA DE LOS JAUJAS

      Jauja sufrió, como pocas comarcas, los estragos de la Guerra Civil entre los hijos de Huaina Capac. Población levantisca, nunca había llegado a aceptar del todo la dominación incaica. Luego al ocupar militarmente Challco Chima el Valle del Mantaro, sobrevino una rebelión que los capitanes quiteños de Atao Huallpa aplastaron sin contemplaciones.
      Al producirse la captura de Atao Huallpa, el mayor regocijo cubrió toda la región huanca; y de inmediato enviaron mensajeros a Cajamarca solicitando la intervención de los cristianos en Jauja. Cuando los tres emisarios españoles fueron al Cuzco a traer el oro y la plata del rescate, fueron tratados como dioses en el Mantaro viajando en regias hamacas señoriales.
      Desde un primer momento los Jaujas enviaron oro a Cajamarca, pero no para pagar el rescate, sino para tributar a Francisco Pizarro. Aún más el gran curaca Ñaupari le remitió trescientos servidores escogidos para halago de los llegados. El curaca Cusi Chaca mandó diversos presentes y víveres  en cantidad. Buenos rebaños también fueron obsequiados por los jefes Jaujas a los Viracochas de Cajamarca.
      Tal adhesión fortaleció notoriamente la posición española en el Tahuantinsuyu. Por un lado concedía  a los conquistadores el dominio de la rica región central del Imperio. Por otro desde el ángulo político, el imperio de los Incas continuaba resquebrajándose. A las varias rebeliones se sumaba ahora ésta, que era de extraordinaria importancia tanto por la combatividad de los Jauja como por su número. Cuzco y Quito iban quedando solos frente a los castellanos y sus aliados indígenas.
      El odio recrudeció al final del cautiverio. Las versiones de que avanzaban fuerzas quiteñas sobre Cajamarca -falsas o no-, también fueron difundidas por los Jaujas. Un soldado cronista, como Diego de Trujillo, llega a expresarlo nítidamente: “como los indios Xauxas eran enemigos de Atao Huallpa, le levantaron esto.”


LA MASACRE DE ANDAMARCA

      Vista la gravedad del desarrollo de los acontecimientos, Atao Huallpa dispuso la muerte de Huáscar Inca; temiendo, sobre todo, un acercamiento del monarca depuesto a los cristianos. Sus capitanes procedieron de inmediato a cumplir con la orden; y eliminaron conjuntamente a los principales sobrevivientes de la alta nobleza imperial huascarista quienes marchaban también hacia el norte en calidad de prisioneros.
      Son los cronistas indios los que más triste recuerdo guardaron de estos infaustos sucesos que tanto contribuyeron a escindir más todavía a los Hanan y los Hurin. Santa Cruz Pachacuti escribe que Atao Huallpa “estando preso despacha mensajeros a Antamarca, para que acabase de matar a Guáscar Inga en Antamarca, y asimismo a su hijo, mujer y madre, con gran crueldad”. Guaman Poma confiesa que murió en Andamarca “por mandato de su hermano bastardo Atao Huallpa”; tras las más espantosas injurias y humillaciones. Los Quipucamayos en una Relación declararon  que de la matanza no se salvaron ni las mujeres de linaje, y que todos murieron “usando grandes crueldades con ellos”. El mestizo Garcilaso no procesa bien si lo quemaron o arrojaron a un río; aunque no parece negar la posibilidad de que antes lo descuartizaran vivo. Así acabó quien por un momento fue el señor del Tahuantinsuyu.
      Muchos de los del séquito de Huáscar Inca, quienes en forma voluntaria habían aceptado acompañar en su calvario al Rey, se suicidaron. En cuanto a la escolta militar que conducía a los prisioneros, optó por unirse a Rumi Ñahui  en Quito. (Allí ese General plebeyo estaba decidido a continuar la resistencia contra los españoles al margen de la voluntad del Inca cautivo. Rumi Ñahui no solo se había ya negado a contribuir al rescate de Atao Huallpa, sino que  inclusive llegó a matar a los emisarios incaicos que viajaron a Quito con esa misión. Había organizado, pues, una revolución, triunfando en su intento). De otro lado, demás está decir que las ejecuciones de Huascar Inca, de su madre, esposa y parientes, así como del General Huanca Auqui echaron aun más ponzoña al odio entre los grupos aristocráticos que habían combatido por el trono del Cuzco. Por otra parte, a la rivalidad entre cuzqueños y quiteños, pronto habría de sumarse un nuevo factor. La anarquía entre los hijos cuzqueños de Huaina Capac que aún quedaban con vida, especialmente la rivalidad entre Manco Inca, refugiado en las selvas del Cuzco, y Paulo Inca, en acecho desde su escondite del lago Titicaca. Ambos estaban fugados. Los buscaban sin tregua los soldados de Apo Quizquiz. Los quiteños tenían orden de matarlos donde los hallasen.


EL  SUPLICIO  DE  CHALLCO  CHIMA

      Challco Chima era uno de los principales personajes de la Corte de Atao Huallpa, pero no fue respetado por los españoles. Cuando el oro del Cuzco no llegaba bastante de prisa para el rescate, lo apresaron en la ciudad –en la cual estaba cautivo tras de su llegada con Hernando Pizarro-, y lo sometieron inútilmente a tortura del fuego.
      Challco Chima nunca se repuso del todo de las quemaduras sufridas. Y jamás perdonó a Atao Huallpa su impasibilidad. Desde entonces se distanció del Inca y empezó a tramar una rebelión puramente militar contra los españoles, con cuyo objeto entró en contacto con Apo Quizquiz. Tal hecho fue muy importante. Los cristianos desde entonces “pusieron diligentemente guarda sobre él, porque así convenía que se pusiese: porque más obedecía la mayor parte de la gente al mando de este capitán que al mismo cacique Atao Huallpa, su señor, porque era muy valiente hombre en la guerra y había hecho mucho mal por toda aquella tierra”.
      El autor de las torturas de Challco Chima no fue otro que Francisco Pizarro. El Genaral indio se salvó por la enérgica intervención de Hernando Pizarro, su captor. Hizo que lo volvieran a su residencia, el cual “vino quemadas las piernas y brazos y encogidos los nervios”.
   

FELIPILLO

      Felipillo era un indio tallán llevado a España por los cristianos tras las incursiones efectuadas durante el segundo viaje de Francisco Pizarro; o sea el del descubrimiento del Perú. Pertenecía a una nación que era enemiga encarnizada de Atao Huallpa. Odiaba al Inca usurpador, como todos los de su pueblo. Y fue, por ello, hábilmente utilizado por los cristianos en Cajamarca.
      Atao Huallpa –como buen señor antiguo– nada sintió más durante su cautiverio que el ultraje que le infirió ese plebeyo, al arrebatarle a Inti Palla, una de sus mejores mujeres. Amenazó con matar a Felipillo en medio de atroces torturas si llegaba a conquistar la libertad con el rescate. Uno de los cronistas llega a decir que Atao Huallpa cierta vez expresó que, más que por la pérdida del reino, sentíase humillado por la afrenta que le hacía aquel vasallo yunga.
      Temiendo la ira del Inca, más tarde, cuando se trató de las traducciones del prisionero el intérprete tallán las deformó adrede. Conocía éste bastante bien el castellano, pues había pasado varios años entre españoles y, por tanto, fue de mala fe que alteró las versiones de Atao Huallpa. Aún más, contribuyó a cundir el pánico esparciendo falsas noticias en el sentido de que permanentemente marchaban ejércitos incaicos sobre la ciudad. Algunos españoles, que no podían entender a los Curacas de varias naciones, allí reunidos, no tenían otro remedio que valerse de Felipillo y los demás intérpretes. Por momentos cundió verdadero pánico en la ciudad. Los menos engañaron a los más.
      Felipillo fue también uno de los dirigentes principales de la insurrección de los Yanaconas, de esos siervos alzados. Cieza de León nos dice que estando el campamento “lleno de ladrones, a quien llamamos yanaconas, nombre diverso de siervo perpetuo, tuvo con ellos pláticas e con otros indios naturales de los que entendía, como era lengua, que estaban mal con Atao Huallpa, para que le echasen nueva echadiza que de todas partes venía gente de guerra”.
      Antonio de Herrera resume así aquel momento: “tuvo sus pláticas con los yanaconas que estaban en el ejército castellano, y con los indios enemigos de Atao Huallpa, del bando de Huáscar Inca”.


.EL  “PROCESO”

      Muchos rumores corrían en Cajamarca sobre la presencia de fuerzas enemigas en los alrededores. Una rara trama unía a Felipillo y su amante con las ambiciones de Almagro, el odio de los Jaujas, la codicia de los Oficiales Reales, el afán justiciero de venganza de los orejones cuzqueños y el destino fatal del usurpador quiteño. Los yanaconas, indios siervos de los españoles, enemigos de los nobles incaicos, esparcían toda suerte de noticias sobre la existencia de tropas en las cercanías de la ciudad.
      Los castellanos se aprovecharon muy bien de la ciega creencia en su carácter divino. Como Viracochas podían decidir libremente el porvenir del Imperio de los Incas; y la presencia en Cajamarca de hijos cuzqueños de Huaina Capac así lo acreditaba. Dividiendo sin cesar a los indios lograron desarrollar el brevísimo proceso. Pero antes fue necesario alejar al más decidido defensor de la vida del inca: Hernando de Soto.
      Hábilmente se le encomendó una incursión por los alrededores a fin de observar la situación y avisar si había o no tropas de Atao Huallpa. Una vez partido con breve grupo, coincidieron sospechosamente la intensificación de los rumores con el aceleramiento de un intento de proceso. Felipillo pasó todo su tiempo en repartir intrigas y dar versiones sobre la marcha de ejércitos incaicos. Los Jaujas, especialmente,  declararon contra Atao Huallpa, en su afán de vengarse de sus tropelías. Finalmente los castellanos “después de haberse disputado y discurrido mucho sobre el daño o provecho que podría requerirse de la vida o muerte de Atao Huallpa, se resolvió que se hiciese justicia de él”.
      Se discutió, pues al margen de la justicia, sobre “daño o provecho”. Imposible, soltándole, poder ganar la tierra” dijo también Pedro Pizarro. Y fue así como se armó una farsa, una burda información sumaria, la cual codujo a la inmediata sentencia de muerte en la hoguera. A Fray Vicente de Valverde cupo allí mucha culpa, como instigador de la pena capital contra el Inca. Los que defendían a Atao Huallpa, que eran bastantes soldados comunes, pedían que se lo enviara a España. Pero dicha tesis no primó. A la larga, hasta el propio  Carlos V habría de censurar la indigna muerte dada al monarca de Quito.


EL  REPARTO  DEL  BOTIN

      El rescate de Cajamarca se repartió como botín. Considerándose, según los casos, los aportes económicos de cada uno a la empresa conquistadora y el valor personal demostrado en tales o cuales hechos. Eran las utilidades comunes de una  empresa comercial cualquiera. Por ello recibieron los jinetes el doble de oro, pues eran quienes más habían arriesgado capital al contribuir con sus caballos, arreos y armas. Una mitad  recibieron  los peones, los que a veces vinieron tan pobres que los capitanes prestaron cascos y espadas. Hubo también otras valoraciones; y, naturalmente, muchísimas quejas de los que, con justicia o no, creían recibir menos de lo que se les debía.
      No ha sido posible calcular el monto exacto del rescate, precisamente a causa de las numerosas  sustracciones y de las irregularidades en la tasación. Pudo muy bien acercarse al millón y medio de pesos de oro y a unos cincuenta mil marcos de plata. Es sumamente difícil establecer una comparación con moneda moderna pero se ha dicho que podría sobrepasar los diez millones de dólares.
      Los jefes de las mesnadas no se contentaron con las abultadas sumas que les tocó. Es Cieza quien afirma: “oí decir que se hurtó mucha cantidad de oro y los que más metieron la mano en ello fueron los capitanes”. Otros cronistas coinciden en que fue muy frecuente la burla o el soborno a los oficiales reales que debían velar por el quinto del Rey.
      El reparto ocasionó una locura económica. Los precios se fueron a los cielos y a poco se pagaría miles de pesos de oro por un caballo cualquiera. Veinticinco conquistadores, satisfechos con el botín, decidieron regresar a España con sus tesoros. Diego de Almagro y su gente fueron los más empeñosos en proseguir la conquista, ya que a ellos no les tocó sino las migajas del botín; y un poco como de lástima. Los almagristas querían resarcirse con los tesoros de Jauja, Cuzco y Collao; cuyas famas habían volada hasta Cajamarca. Pero, eso sí demandaban garantías que no se repitiera otra vez la jugarreta del clan Pizarro en el reparto del rescate de Atao Huallpa.


LA EJECUCION

      El 26 de Julio Atao Huallpa era conducido al patíbulo en medio de impresionante cortejo fúnebre. Predicándole Valverde en el camino, el Inca usurpador se convirtió al cristianismo, a fin de recibir una muerte menos infamante; ya que la hoguera en el Tahuantinsuyo se reservaba a los más vulgares delincuentes.
      Bautizado, siguieron adelante tratando de negociar un segundo rescate con Francisco Pizarro; pero a éste le pareció muy largo el lapso señalado por Atao Huallpa para traer nuevos tesoros a Cajamarca por cumplir con la sentencia le quemaron con unas pajas los cabellos; y luego lo ataron al poste donde se ejecutó la pena del garrote. Lo estrangularon unos moros o negros esclavos que acompañaban a los españoles. Era sábado en hora de anochecer. Su cadáver quedó expuesto hasta el día siguiente. Fue entonces cuando al divulgarse la noticia se suicidaron muchos de sus servidores y mujeres más fieles. Varias de ellas trataron de enterrarse en la misma fosa con Atao Huallpa; promoviendo macabra algazara en la pequeña iglesia cristiana de la hueste conquistadora.
      Francisco Pizarro vistió riguroso luto. Poco después tendría que sufrir los improperios de Hernando de Soto y Rodrigo Orgoñez, quienes, retornando de los alrededores de Cajamarca, informaron que no existía tropa enemiga alguna; y que, por tanto había sido injusta la sentencia de muerte.


TUPAC HUALLPA Y EL CAOS

      La ejecución del Inca y la necesidad de proseguir la conquista del Tahuantinsuyo obligaron a los castellanos a buscar un sucesor: lo hallaron en Tupac Huallpa, (más conocido, erróneamente, como Toparpa) casi un niño; de casta de orejones hijo principalísimo de Huaina Capac.
      Tupac Huallpa, por su infancia, y por debilidad de carácter, jamás mostró actitudes que la historia se dignara registrar. Su ascenso al trono en Cajamarca, antes de partir los españoles hacia al sur, se caracterizó por el fortalecimiento del poderío del General Challco Chima y la agudización del caos político en el antiguo imperio de los incas.
      Ya hemos visto que la mayor parte de las naciones integrantes del imperio no ayudaron a Atao Huallpa, el usurpador. Más bien, como anota Huamán Poma, “estando preso… todos su vasallos e indios y capitanes y señores grandes de su reino le desampararon y no le sirvieron”. La muerte del Inca –en líneas generales-, fue festejada en todo el centro y sur del Tahuantinsuyo y particularmente en el Cuzco; aunque aquí de modo secreto a causa de la ocupación militar quiteña. Es Cieza quien al respecto nos dice que “quedó todo el Perú revuelto porque muchos que estaban mal con Atao Huallpa se holgaron con su muerte”. Los odios de la Guerra civil entre Cuzco y Quito siguieron predominando. Según Gracilazo, la crisis interna prosigue, pues, tras la ejecución del rey usurpador en Cajamarca “quedaron enemistados los de Huáscar con los de Atao Huallpa y por prevalecer los unos contra los otros procuró cada unos de los bandos servir y agradar a los españoles, por hacerlos de su parte contra la contraria”. Algunas regiones, como Chincha y Jauja, apenas “tuvieron noticias de la muerte de dicho Atao Huallpa fueron delante del gobernador con gran cantidad de oro y plata para hacerle un presente porque ellos estaban muy gozosos de la muerte de Atao Huallpa porque le deseaban gran mal”.
      El Tahuantinsuyo está, pues, sumido en el caos. El rey legitimo, Tupac Huallpa, no gobierna; y Challco Chima proyecta ya envenenarlo para asumir el control de la resistencia a la penetración hispánica. De otro lado la pugna entre el norte y el sur, entre los Hanan y los Hurin, entre Cuzco y Quito, es más fuerte que nunca; pese a que ya han muerto Huáscar Inca y Atao Huallpa. Las guerras, matanzas y represiones entre los dos bandos que han sido tan cruentas que solo han quedado con vida una veintena de los quinientos hijos de Huayna Capac; pero ellos continúan enconadamente la lucha. En el sur, dos jóvenes reales aspiran a restaurar  la hegemonía de la dinastía cuzqueña: Paulo Inca en el Callao y Manco Inca en la ceja de la selva. Igualmente, todas les regiones meridionales del Imperio consideran –ahora más que nunca-, dioses Viracochas a los conquistadores. Apo  Quizquiz, jefe del ejército quiteño de ocupación del sur del Tahuantinsuyo, sufre por ello una enorme presión en su retaguardia, que le es marcadamente hostil; y hasta muchos de sus batallones no quiteños vacilan en  guardarle lealtad. En el extremo norte del Imperio el belicoso General Rumi Ñahui, desconociendo todo otro poder, tras liquidar a los principales parientes de Atao Huallpa, se mantiene como Rey de Quito. Asimismo, destacados Curacas se han levantado contra el orden Imperial: Tallanas, Chimúes, Chachapoyas, etc. Los Cañaris sostienen su apoyo decidido a los cristianos, mientras los Jaujas anuncian secretamente que recibirán en triunfo a los Viracochas. Los Chinchas conspiran ya para derrocar a Apo Ucachi, General de Atao Huallpa que controla dicha región. Los siervos yanacunas desertan en todas partes y se niegan a servir a la nobleza imperial. Es, en realidad, una espantosa anarquía la que reina en aquel momento; y los castellanos la utilizaron con suma habilidad. Pocos como ellos aplicaron la máxima conquistadora de “divide et impera”.
   
   
      MUERTE  DE  HUARI  TICO
   
      Fue numerosísimo  el cortejo que partió de Cajamarca en pos del lejano Cuzco. Se entremezclaban los peones y jinetes castellanos con grueso número de esclavos negros, los indios nicaraguas con los tallanas, los yanaconas indígenas con linajudos orejones cuzqueños. Varias eran las andas que destacaban en tan abigarrado conjunto .La principal, naturalmente, la del mozuelo Tupac Huallpa .Otra litera tenía Challco Chima .Y algunos  los propios peninsulares.
      Dificultades hubo en Huamachuco para el abastecimiento y servicio de tantos millares de personas; y fue Challco Chima quien con violenta energía, solucionó los problemas actuando frente a los caciques del  lugar. A la verdad, el fiero General “era más temido en la tierra que el nuevo señor (Tupac Huallpa)”. El alto jefe militar, observando la debilidad del niño rey, conspiraba ya abiertamente entre los indios del bando quiteño: “no obedecían a Tupac Huallpa  por miedo de él “.
      Apenas se retiraron los cristianos de Cajamarca cayeron los seguidores de la dinastía Huri, principalmente quiteños, y extrayendo el cuerpo  de Atao Huallpa  de su sepulcro se lo llevaron para colocarlo en sitio que jamás se supo. Antes de irse incendiaron la ciudad y la demolieron  no dejando de ella casi piedra sobre piedra. No obstante este ataque los indios en el sur no ofrecían  mayor resistencia al avance de la expedición, decididos seguramente  de la  actitud que debían adoptar hallándose cautivos Tupac Huallpa y Challco Chima.  Se limitaron a gritar desde las montañas. Estos alaridos de guerra, sumados a los rumores conspirativos hicieron que Francisco Pizarro ordenase que se pusiese en cadenas al temido General. Los Hanan Cuzcos allí presentes acusaban continuamente a Challco Chima  de hallarse en estrecho contacto con  Apo Quizquis , General de jefe  los ejércitos Quiteños del sur.
      En ese primer tramo  fue el príncipe imperial  Huari Tico quien mejores servicios prestó  a los  Viracochas, empeñado en dirigirlos prontamente al Cuzco: “era persona muy principal… había sido mandado por el Gobernador desde Cajamarca para aderezar los puentes y malos pasos del camino”. El, como todos los de su estirpe, estaba empeñado en conducir  cuanto antes a los justicieros Viracochas al sur, al fin de castigar a los usurpadores. Pronto caería en  una refriega con indios  de guerra de las fuerzas de Apo Quzquis.
      Luego siguieron todos por las orillas del Santa  o Angashmayo, subiendo después a las cordilleras que separan esas regiones de las tierras de Huánuco  Viejo. Más tarde vino Bombón. En vista de la agresividad creciente de los enemigos se decide formar una vanguardia faltando pocas jornadas  para Jauja.
   
   
      BATALLA  DE  JAUJA

Al acercarse la vanguardia a Jauja se notan dos posiciones radicalmente distintas entre los indios. Reparan los capitanes de la avanzada, Almagro, Soto y Candia, en el odio e insultos de los soldados de Yurac Huallpa e Ihua Paru, Generales de Atao Huallpa, quienes injurian desde los cerros a los españoles. Reciben también la plena adhesión de los pobladores del valle. Estos salieron a recibir gozosamente a los peninsulares, “celebrando mucho su venida...”  “porque con ella pensaban que saldrían de la esclavitud en que les tenía aquella gente”. Jauja continuaba odiando a Quito.
Los españoles, pues, siguen apareciendo como libertadores a los jaujas. Con semejante base de operaciones era imposible una resistencia eficaz de las tropas de Yurac Huallpa. La primera medida del comando quiteño es quemar los grandes depósitos imperiales, para lo cual se envía unos mil soldados, mas una carga española, protegida por batallones auxiliares, frustra dicha empresa.
No obstante siempre los soldados llegan a incendiar parte de la ciudad. Mientras tanto, el grueso de las fuerzas de Yurac Huallpa seguía insultando a los españoles al otro lado del Mantaro. Los castellanos decidieron cruzarlo y atacar a los indios de guerra, apoyados ya por la población del valle. La acometida cristiana divide a las tropas quiteñas en dos sectores. Un contingente se refugia en las alturas y otro se retira hacia el sur para unirse con el Comandante General, Apo Quizquiz. La masacre de quiteños es de tal grado que “cansados los castellanos de matar gente, volvieron al valle”. Eficazmente ayudaron los lugareños a exterminar a los soldados de la guarnición de Yurac Huallpa.


DEFENSA  DE  YURAC  HUALLPA

Se intenta entonces batir a los que se retiran y para ello se envía a Hernando de Soto con 60 jinetes e indios auxiliares. No obstante, los de Yurac Huallpa se atrincheran bien, en posiciones ubicadas hacia el extremo sur del valle. Soto ya no se atreve a avanzar más y demanda refuerzos a Francisco Pizarro. Solicita especialmente que se envíe a ese lugar a Tupac Huallpa. Cree que el joven Inca quiteño con su sola presencia, convencerá a los soldados para que abandonen las posiciones que han ocupado.
Tal gestión será ya imposible, porque, en el intervalo, el rey ha muerto.


EL  ASESINATO  DE  TUPAC  HUALLPA

A todas luces Tupac Huallpa fue asesinado por  Challco  Chima, sobre lo cual hay casi criterio unánime en los informantes.
El General quiteño comprendió, sin duda,  que el joven monarca títere era incapaz de organizar la lucha de resistencia contra el enemigo; y procedió por la más común de las vías de las luchas políticas en todos los pueblos antiguos. Eliminado Tupac  Huallpa fue ya Challco Chima el indio más poderoso del Tahuantinsuyo. Sin embargo, como se encontraba prisionero y presa de terribles dolores por las quemaduras de que había sido victima en Cajamarca, se dedicó únicamente a conspirar desde su cautiverio. Actuó  como agente de enlace con las fuerzas que comandaba Apo Quizquiz lejos en el sur dando detalles de los planes castellanos.


LA  CONVENCION  DE  JAUJA

Muerto Tupac Huallpa se presentó  a los cristianos un complejo problema: la sujeción incaica. Asunto verdaderamente inesperado. Fue entonces cuando Francisco Pizarro apeló, otra vez, a toda su trapacería a fin de mantener, a cualquier precio, la división entre Cuzco y Quito.
Convocó la “Convención de Jauja” para tocar tan delicado asunto. La reunión, que debía solucionar la disputa entre las dinastías Hanan y Hurin en torno a la herencia del trono imperial, se efectuó,  esencialmente, sobre la base de los señores indios que marchaban en el cortejo de los conquistadores. Tomaron así asiento todos los Curacas principales que estaban al lado de Francisco Pizarro; ya fuese como amigos declarados o como enemigos encubiertos.
Challco Chima propuso ante la junta de Curacas a otro hijo de Huaina Capac, también de origen quiteño. Pero ciertos jefes indígenas allí presentes se opusieron con firmeza exigiendo que el nuevo Inca fuera Cuzqueño.
Ante una situación tan compleja, Francisco Pizarro, con su típica mendacidad, ofreció secretamente, a ambos bandos, el trono incaico, sin definirse abiertamente por ninguno. Fue así como terminó la cita de caciques, tras la cual los Hanan y los Hurin, vale decir, cuzqueños y quiteños, se retiraron confiados en las ofertas recibidas.
Fue un perfecto doble juego, como lo cuenta el mismo secretario de la expedición, el viejo jefe, Francisco Pizarro “a Challco Chima trataba de dar palabra para que hiciera venir a las gentes que estaban en el Cuzco con las armas a dejarlas (o sea  que obtuviese la rendición de las guarniciones quiteñas del sur, especialmente la de Apo Quizquiz que ocupaba militarmente el Cuzco), para que no hiciesen daño en la gente del país”.  Simultáneamente, hablaba “a los del Cuzco para que fueran amigos verdaderos de los cristianos”.
Challco  Chima  creyó o fingió creer en el ofrecimiento secreto de los Pizarro. Pidiendo que les sacasen las cadenas que aún llevaba, optó por enviar embajadores a Quito a solicitar que le mandasen a uno de los hijos de Huaina  Capac. Al mismo tiempo, con mucha discreción, seguía enviando mensajes a Apo Quizquiz; anunciando los proyectos de los cristianos; e indicando, de paso, la mejor manera de deshacer a los conquistadores. Por su parte los príncipes cuzqueños –segurísimos de la divinidad de los Viracochas-, enviaron también mensajes secretos a nobles cuzqueños ocultos en las vecindades de la capital, recalcando la magnífica disposición de los cristianos para reconocer a la legítima dinastía imperial.




BATALLA  DE  VILCASHUAMAN

      La anarquía política en el sur del Tahuantinsuyo obliga a Apo Quizquiz a decidir el repliegue de sus fuerzas militares. Se abandona virtualmente todo el centro del Imperio, poniéndose una primera línea de defensa en Vilcashuaman.
      Hernando de Soto, quien en Jauja ha recibido órdenes  de continuar avanzando con la vanguardia hacia el sur, llega así sorpresivamente a la ciudadela de Vilcashuaman y al encontrarla desguarnecida la captura. El ejército indio había salido poco antes en un gran chaco o cacería.
      Enterado de lo sucedido el jefe de la plaza, Apo Maila, retorna apresuradamente. Insultos a los españoles se entremezclan a los gritos bélicos conforme se acercan las fuerzas quiteñas. Hernando de Soto midió a su enemigo, observando la fragilidad de las armas que esgrimían los quechuas. Muy experimentado en guerras  contra indios dispuso lo más conveniente en estos casos: una impetuosa carga de caballería. Al frente de sus jinetes, y seguido de los auxiliares indios se lanzó sobre los atacantes, seguro de arrollar a las columnas de Apo Maila.
      Los indios, sin embargo, con su infantería ligera de formación simple “aguardaron muy animosamente” a su rival. La batalla se prolonga cuando los indios, aunque abatidos por todos lados, no dejan el campo a los españoles. Nuevas hileras de soldados reemplazan, animosamente, a las que caen.
      El ímpetu indio da sus frutos: “fuimos forzados de nos retirar a la Plaza de Vilcashuaman”, dirá años más tarde uno de los soldados de Hernando de Soto. Las huestes quiteñas han triunfado, pese a un costo elevadísimo. Los españoles han sufrido numerosos heridos. Perdieron también un hermoso caballo blanco, que los indios destrozaron de inmediato para hacer con cola y crines un estandarte de guerra.
      Apo Maila junta a los dispersos, forma filas con los restos de sus huestes y arenga a sus hombres: “Volvamos atrás y peleemos con éstos hasta que no quede uno a vida, que son pocos”. La noche, no obstante, detiene el ataque y el comando decide cercar a los cristianos. Estos velarán hasta el alba, esperando socorro y listos para rechazar un ataque. Este se produce al amanecer.
      Apo Maila con sus más vistosas galas dirige la carga. Ya no son muchos, pero su “gran ímpetu” obliga a Soto a jugarse el todo por el todo. Lanza a sus fuerzas sobre el enemigo, produciéndose un cruento choque. Con lanza jineta los cristianos atacan y vuelven a cargar. Los aceros causan horrible estrago. En la furia de la lucha cae el arrojado Apo Maila. Seiscientos de sus valientes mueren allí con él, tasajeados por los aceros españoles.
      Cunde el desaliento entre los quiteños y se retiran del campo alanceados por la caballería. No obstante se rehicieron y con un nuevo jefe vuelven a cercar a Hernando de Soto. Para calmar a los sitiadores, el capitán castellano abrió entonces negociaciones y soltó a las mujeres que había capturado en la ciudadela.
      No mucho después llegó la orden de Apo Quizquiz de retirarse más hacia el sur. La situación es difícil para los quiteños. Se habla de que Manco Inca, joven príncipe hijo de Huina Capac, ha reaparecido. Por otro lado, se acerca a Vilcashuaman el grueso de las fuerzas españolas, seguidas de poderosos contingentes de aliados indígenas.
   
   
      LA  CONSPIRACION   DE  VILCASHUAMAN
   
      Hernando de Soto no es sólo uno de los más audaces conquistadores, sino, a la par, hombre de ambición ilimitada. Retiradas hacia el sur las tropas quiteñas, Soto trama una confabulación: desobedeciendo las órdenes del comando español decidió con su gente seguir rumbo al Cuzco a fin de tener la gloria de capturar la capital del Imperio de los Incas. Y también de ser el primero en el saqueo.
      Tras corta discusión sus hombres lo apoyaron. Están con él los más jóvenes y los más fogosos. Destaca entre ellos el futuro Mariscal judío del Perú: Rodrigo Orgoños.
   
   
      LA  PERSECUCION
   
      Uno de los hombres de Hernando de Soto alcanzó a delatar a Francisco Pizarro estos planes de su capitán con el correo.
      Pizarro –quien conocía la audacia de Soto- comprende que es necesario detenerlo a cualquier precio. Siempre astuto, ordena que sea Almagro quien salga a perseguirlo y darle alcance a uña de caballo. Nadie en efecto podía correr más para alcanzar a la impetuosa vanguardia.
      El viejo Almagro no esperó dos veces oír la orden. Nada casi le había tocado del oro de Cajamarca; y sabía que si Soto entraba primero en el Cuzco, poco habría de dejar del botín para los demás. Escogiendo así sus jinetes e indios auxiliares, Almagro partió veloz a atraparlo. Esa carrera valía millones de pesos para él más que para nadie.
      Parece que Soto tuvo informe de esta persecución de Almagro, y, como buen aventurero, picó espuelas rumbo al Cuzco, sin que le importase en absoluto.
   
   
      EL  VEJAMEN   DE  LIMATAMBO
   
      Avanzando a marchas forzadas cruza Hernando de Soto el río Apurímac, dejando atrás Andahuaylas, Airamba y Curahuasi. Llega a Limatambo donde se producirá una importante entrevista con los jefes militares de los contingentes Tarmas del ejército de Apo Quizquiz.
      Estos grupos no deseaban ya seguir respaldando al gran jefe quiteño. En principio parece que solidarizaban con la actitud de los Jaujas, quienes habían dado su plena adhesión a los Viracochas. Hernando de Soto, sin embargo, no es hombre de métodos diplomáticos. Recelando alguna emboscada, coge a los emisarios Tarmas y los castra. Así vejados los enviados vuelven a su cuartel donde desaparecerán las vacilaciones y surgirá un odio mortal hacia los castellanos. Los Tarmas se reafirman en su apoyo a Apo Quizquiz.
   
   
   
   
      FORTALECIMIENTO  DE  MANCO  INCA
   
      Mientras estos hechos ocurren en el frente de guerra, en la retaguardia los cuzqueños han empezado aceleradamente a reorganizarse. Los restos de la nobleza cuzqueña cierran entonces filas en torno a Manco Inca, uno de los principales hijos de Huaina  Capac
      Manco  Inca, como legítimo sucesor de la corona, no tiene sino una idea: recuperar el trono. La aproximación de los Viracochas alienta a todos los cuzqueños.
   
   
      BATALLA  DE  VILCACONGA
   
      Fue Yurac Huallpa quien en la espinada cuesta de Vilcaconga detuvo los ímpetus de Hernando de Soto, Apo Quizquiz no se halló presente por cuanto le era virtualmente imposible abandonar el Cuzco en ese momento a causa de la resistencia civil cuzqueña y la actuación clandestina de Manco Inca.
      Soto marchaba adelante, como siempre, dando el ejemplo en ese momento difícil cuando se preveía un ataque en cualquier lugar. Fue así como, de buenas a primeras, aparecieron los tres mil indios de Yurac Huallpa. La carga fue tan furiosa que de encuentro se llevaron cinco españoles que murieron en el acto. Uno fallecería luego a consecuencia de las heridas. Los castellanos habrían emprendido desordenada fuga de no haber mediado la serenidad y coraje de Soto. Este, en circunstancias tan difíciles, reorganizó sus fuerzas: 40 jinetes e indios auxiliares.
      “La grita de los indios era temerosa y su porfía y rabia en pelear” los más carniceros fueron allí los Tarmas; quienes habían sufrido el grave ultraje que Soto infirió a sus embajadores. El capitán español comprendió rápidamente que de no encontrar un sitio llano los matarían a todos. Pronto descubrió una llanada entre los montes y hacia allí enfiló. En tal terreno ya podría batirse la caballería. Los indios lo siguieron creyendo aniquilarlos; y cuando volvieron grupas los caballos, fueron deshechos. Tomaron entonces los cerros por orden de Yurac Huallpa y se dieron nuevas órdenes. Unos tras otros atacan los batallones indígenas: “peleamos hasta que la noche nos partió”, afirmaría después uno de los participantes en este encuentro.
      Llegada la noche fueron cercados, Yurac Huallpa y sus capitanes se entretuvieron en amenazar a gritos a los españoles con espantosas muertes. Soto, sin embargo, no desmaya, y pasó esas terribles horas “con pláticas animosas”, alentando a sus soldados. Anuncia para el día siguiente una victoria en la cual, seguramente, no cree. Once cristianos heridos, cinco muertos y catorce caballos lesionados son un resultado que nada bueno permite prever. Fuertes pérdidas se ha sufrido, asimismo, entre los indios aliados.
      Lo que no sabía Soto, alejada la esperanza de todo auxilio, era que Almagro ya había cruzado el Apurímac. Guiado por dos Chasquis, que Soto envió en pos de auxilio, se acerca Vilcaconga; y casi a tientas empiezan sus refuerzos a subir la cuesta sin hallar a los cristianos. Fue entonces cuando Pedro de Alconchel, un trompeta de Almagro, hizo conocer la presencia de los auxilios. Oído el toque, se reanimaron los de Soto y rompiendo el cerco se juntaron con los de Almagro. Mientras tanto, cundía el desconcierto entre las fuerzas de Yurac Huallpa que no conocían la magnitud del socorro llegado.
      El comando quiteño se enteró, simultáneamente, de dos hechos gravísimos. Manco Inca marchaba rumbo a Vilcaconga con  buen número de orejones cuzqueños de guerra decidido  a cruzar armas con los de Quito y rendir pleitesía a los Viracochas. Asimismo los temibles cañaris, ejes de la defensa militar del Cuzco, han desertado de las filas quiteñas, por enemistades con Apo Quizquiz.
   
   
      NUEVO  COMBATE   DE  VILCACONGA
   
      Yurac Huallpa dio orden de retirada, ante la gravedad de estos sucesos, pero al parecer no todos los escuadrones indios acataron dicho mandato; o sencillamente perdieron contacto a causa de la oscuridad. Al alba amaneció nubladísimo el lugar; y poco se podía ver.
      Los españoles contaron unos ochocientos cadáveres enemigos y un número parecido de heridos. Mientras tanto, se reanudó la lucha con un batallón aislado de Yurac Huallpa. Otra vez atraen  los españoles al llano a sus rivales y luego cargan sobre ellos con ímpetu.  Una nueva matanza pone fin a la lucha, persiguiendo en los cerros a los sobrevivientes.
      Ya vencidos los indios y retirados camino al Cuzco, Diego de Almagro y Hernando de Soto acordaron aguardar la llegada de Francisco Pizarro. Lo difícil de la situación exigía que todos los españoles formasen un solo conjunto. Francisco Pizarro, por esta misma razón, pasó por alto al llegar al campamento, la conducta indisciplinada de su impulsivo capitán. No era hora para castigos; y, además, Soto contaba con mucha fuerza propia entre las mesnadas.
   
      ENTREVISTA  DE  JAQUIJAGUANA
   
      Reiniciado el avance sobre el Cuzco, las huestes castellanas, unidas ya, siguieron su acenso por la cordillera. Fue en esas circunstancias que, cerca de Jaquijaguana, ocurrió un hecho de trascendental importancia: la adhesión de los Cañaris.
      Chillche, principal Curaca de los Cañaris -belicosísima tribu del Tahuantinsuyo- salió con un grupo de nobles de su nación a rendir pleitesía a los Viracochas. Francisco Pizarro los aceptó de inmediato, sabiendo cuanto disminuían con tal actitud las posibilidades de resistencia de Apo Quizquiz
       Es muy probable que a estas alturas llegaran ya rumores  de la aparición inminente de Manco Inca en el campo castellano. La vastedad del movimiento rebelde cuzqueño contra Apo Quizquiz no pudo pasar inadvertida a los españoles, o cuando menos a sus numerosísimos indios auxiliares. La llegada del príncipe cuzqueño, sin embargo, se retrasa, porque un pequeño, sector de la aristocracia orejona, acaudillada  por el  Vila  Uma, se resiste a creer en al divinidad de los extraños seres. Aún más, el Vila Uma demanda que Manco Inca le entregue algunos miles de sus hombres para liquidar a la expedición española. Pero al fin se impone el criterio de la mayoría. Manco Inca mismo es un decidido partidario de los Viracochas. Los viejos oráculos, las profecías y todos los hechos parecen demostrarlo.
      Fue así  como Manco Inca  “con algún numero de orejones” fue hasta el campamento de los Viracochas. Francisco Pizarro, avisado de la calidad de quien se acercaba, salió a darle bienvenida. “Lo recibió con mucha alegría y mandó  que de todos fuese honrado y respetado” .Gran alborozo  debió cundir en el campamento español: la farsa había dado frutos y las puertas del Cuzco  se abrían generosamente para  acogerlos como a dioses.
      A las palabras de Manco Inca  respondió el  viejo jefe de las huestes conquistadoras como un redomado hipócrita: “Mucho me place lo que me dices y hallarte con tan buena disposición para echar fuera  esta gente de Quito; y  has de saber que yo no he venido de Jauja por otro efecto sino para impedir que ellos te hicieran daño  y librarte de su esclavitud”.
      Cuentan las versiones de la época que Manco Inca “quedó maravillosamente satisfecho”. Los presagios se cumplían. Efectivamente, parecían emisarios  de los dioses que lo conducirían al  trono.
   
   
      CHALLCO  CHIMA  EN  LA  HOGUERA
   
      Francisco Pizarro deseaba cimentar el apoyo que le concedía la legítima dinastía imperial y para ello no encontró mejor expediente que ofrecer  a Manco Inca al General Challco Chima, mortal enemigo del Cuzco.
      “Veis aquí señor Manco Inca os traigo preso a vuestro enemigo capital Challco Chima. Veis lo que mandáis lo que se haga de él” le dijo el jefe de los conquistadores cumpliendo a las maravillas el papel que el destino  le hacía jugar.
      Manco Inca, entonces, más seguro que nunca de la justiciera intervención  de los Viracochas, que le permitían castigar al cruel General, “como lo vio mandó  que fuese quemado, a vista de todos porque fuese la nueva  al Quizquiz  su compañero y fuese para éste castigo  y a los demás  ejemplo”.
      Allí no más se levantó la hoguera entre el entusiasmo  de los Curacas  cuzqueños. Llevaron rápidamente leña al fuego donde pereció abrasado Challco Chima. Sucumbió invocando a Pachacamac, reacio a toda conversión cristiana.”Toda la gente de la tierra se alegró  infinito de su muerte, porque era muy  aborrecido de todos por conocer lo cruel que era”, escribió uno de los que  lo vieron morir”.
   
   
      LA  GLORIA
   
      “Y es de saber que la gente de toda la tierra salía de  paz  a los españoles y les favorecía contra aquella gente de guerra del inca Atao Huallpa porque los tenían en gran odio, porque los había desposeído de otro señor principal que había en el Cuzco, que se  llamaba Huáscar “.
      Esas muchedumbres salían a los cerros para aclamar a Manco Inca y a los Viracochas: “favorecían a los españoles con cuanto podían”. En todas esas comarcas de la tierra del Cuzco” no hallaron hombre que la defendiese, y así entraron pacíficamente”. “Era tanta la gente que venía a vernos que los campos estaban cubiertos” contaba años después, uno de los integrantes de la expedición. Manco Inca, desde sus andas imperiales, saludaba a la multitud delirante. Un poco atrás debía sonreír el viejo Pizarro. Su astucia  estaba siendo premiada con creces.
   
   
      BATALLA  DE  ANTA .
   
      Reconocido como rey, Manco Inca inició  su ataque sobre el Cuzco llevando como apoyo a los Viracochas, “y en junto  al pueblo de  Anta toparon  con Apo Quizquiz capitán tirano del dicho  Atao Huallpa Inca. Al fin les dio batalla (Manco Inca) con todos los  orejones y con los españoles”.
      La batalla empezó, como era costumbre con la carnicería que seguía siempre a las cargas de los jinetes; agravada esta vez la mortandad entre los contingentes cuzqueños y quiteños. Los soldados de Apo Quizquiz, no obstante, lograron rehacer sus filas, y contraatacaron  a la vanguardia de las huestes hispano- cuzqueñas. Asaltando varios grupos pequeños de jinetes, lograron matar tres caballos y herir muchos más. Asimismo, sufrieron muchos cristianos,  a los que salvaba siempre la coraza o el casco. La batalla se mantuvo indecisa por un buen rato y hubo momentos  en que las cargas de la infantería de Apo Quizquiz hicieron retroceder a los jinetes  más de una legua. Tales resultados eran la consecuencia de la experiencia que iban adquiriendo los indios en la lucha contra el equipo militar occidental.
      Perdida toda posibilidad de ganar el combate y salvar así la capital del Imperio, Apo Quizquiz se replegó en buen orden. Cayendo la noche, Manco Inca y los castellanos prefirieron esperar al día siguiente para ingresar al Cuzco.
   
   
      ASESINATO  FRUSTRADO  DE  MANCO  INCA
   
      Para Apo Quizquiz el enemigo principal es Manco Inca y no Francisco Pizarro. Viendo inminente la pérdida del Cuzco se decide a intentar un último esfuerzo: asaltar el campamento hispano-cuzqueño y liquidar al legítimo sucesor de la corona imperial.
      Simultáneamente, ordenó al grupo que acometió dicha empresa que tratara de robar los caballos, para disminuir el poderío enemigo. La sorpresa se realizó a horas de la noche, provocando una confusión en el campamento. No consiguieron, sin embargo, su objetivo. Esencialmente porque los españoles velaban armados.
      Apo Quizquiz, fracasado este intento, no esperó el amanecer para retirarse. Un combate en las calles del Cuzco era imposible por cuanto contaba con la decidida enemistad de la población civil. Esta, más bien, aguardaba ansiosa el ingreso de Manco Inca a la capital del Tahuantinsuyo, acompañado por los temibles Viracochas que venían haciendo justicia sobre los usurpadores del norte.
   
   
      INGRESO  TRIUNFAL  AL  CUZCO
   
      Al alba del día siguiente se aprestaron todos para entrar en la ciudad que significaba la culminación de una prolongada lucha. Para Manco Inca era la recuperación de la Corona a favor de la legítima dinastía cuzqueña. Para Francisco Pizarro la captura de la capital del Imperio de los Incas.
      Incas y Viracochas fueron aclamados estruendosamente desde muy lejos de la capital. Enormes muchedumbres se apiñaban para contemplar el paso del joven rey y de su Corte. Todos marcharon “con gran aparato real y pompa de gran majestad”. Manco Inca lucía “con sus andas de plumerías, con el vestido más rico, con su Suntur Paucar en la mano”. La multitud de indios aliados de los cristianos venía atrás; y pronto empezaron algunos desórdenes de los Yanaconas que fueron contenidos por los Viracochas.
      Los españoles, comprendiendo lo ventajoso de su situación, pero también sus dificultades, actuaron con suma prudencia y sagacidad para no romper el encanto. Solo el Sumo Sacerdote, el Vila Uma, seguía desconfiando.  Cuando los castellanos  trataron de ingresar al Coricancha, salió y airado les dijo: “¡Cómo entráis aquí!”.Todos los demás festejaban el éxito y agradecían a los Viracochas su divina intervención. Era el 15 de noviembre de 1533. Al día siguiente, con todo el ceremonial incaico sería coronado Manco Inca por el propio Francisco Pizarro ante las aclamaciones frenéticas de la multitud. El nuevo rey repartió tierras, rebaños, mujeres y siervos entre los Viracochas. Por su lado, “los quechuas dispuestos a recibir a los vengadores de Huáscar no solamente les abrieron las puertas sino que también les entregaron todo el oro y plata y piedras de valor que en la dicha ciudad se hallaron y pudieron recoger así de guacas y mezquitas e casas del Sol como de otras partes”, según consta en documento inédito hallado por J. A. del Busto.
      La prisa de Francisco Pizarro en consolidar en el trono al nuevo Rey la explica su Secretario: “e hízolo presto para que los señores e caciques se fueran a sus tierras que eran de diversas provincias y muy lejos unas de otras y para que los naturales no se juntaran con los de Quito, sino que tuvieran un señor separado al que debían reverenciar y obedecer”.
   
   
      BATALLA  DE CAPI
   
      A los  pocos días de la entrada al Cuzco vinieron noticias de que Apo Quizquiz había sido ubicado en agrestes montañas de Paruro, hacia Capi.
      Francisco Pizarro no estaba dispuesto ya a abandonar la plaza del Cuzco y por tanto decidió que el grueso de su ejército permaneciera allí. Simultáneamente, Manco Inca, enterado de las mismas noticias de Apo Quizquiz se presentó ante los Viracochas para afirmar que había decidido marchar sobre su mortal enemigo y no regresar hasta matarlo. Es su hijo, el cronista  Titu Cusi Yupanqui, quien señala que antes de partir el joven rey cuzqueño encargó a los suyos que proveyesen a los Viracochas de todo lo necesario, “hasta que él volviese, diciendo que quería ir a matar a aquel bellaco del Quizquiz y destruir toda su generación, pues tanto se le desvergonzaba”. En cuatro días juntó Manco Inca cinco mil hombres de guerra y buen número de servidores de campaña.
      Solicitó  luego comandar las fuerzas hispano-cuzqueñas que marcharan hacia Capi, al concedérsele cincuenta jinetes para la expedición. Poco antes Manco Inca había rechazado el deseo formulado por Francisco Pizarro para ir contra Apo Quizquiz.
      Se vence a Quizquiz a escasas leguas del Cuzco. Este se repliega entonces más allá del río Apurimac. Consulta con sus lugartenientes la posibilidad de una retirada hacia Quito, a marchas forzadas a lo largo de los Andes. Pero sus oficiales no aceptan; y especialmente se oponen los sacerdotes. Todos desean recuperar el Cuzco. Es entonces que partiendo de Tambobamba se inicia una contraofensiva de Apo Quizquiz.
      Esta campaña de reconquista  será detenida en el sangriento combate de Capi. Allí las huestes cuzqueñas, reorganizadas y con bríos incontenibles, reforzadas con orejones aguerridos, batieron a las tropas quiteñas. Estas no tuvieron más que retirarse en desorden, perdiendo ya toda esperanza de tomar el Cuzco.
      Apo Quizquiz, sin embargo, se fijó pronto otro objetivo: Jauja. Se ha enterado de que allí quedó el oro del rescate de Atao Huallpa. Ordena entonces el avance sobre Vilcashuaman para poder, desde allí, proyectar el asalto a Jauja. Esta ciudad estaba defendida por una guarnición castellana y muchos miles de aliados indígenas, naturales del valle del Mantaro.
      Estos son los tiempos en los cuales Apo Quizquiz, llegó a maldecir tanto a Huáscar Inca como a su propio señor, ya muerto, Atao Huallpa, por las disenciones que habían sumido al Imperio en un caos. Parece que hasta envió mensajeros a un príncipe cuzqueño, Paulo Inca, hermano de Manco Inca –y su rival-, a fin de ofrecerle apoyo como elemento de unidad entre el norte y el sur, entre los Hanan y los Hurin, entre Cuzco y Quito.
   
   
      LAS  GRANDES  CELEBRACIONES
   
      Expulsado ya Apo Quizquiz de las comarcas cuzqueñas retornaron a la capital imperial Manco Inca y Diego de Almagro, donde se habría de festejar ese acontecimiento con inusitado regocijo.
      Se acordó “hacer grandes fiestas en la plaza de la ciudad de bailes y danzas, ayuntando cada día tanta cantidad de gente que con mucho trabajo cabía en la plaza, trayendo a las dichas fiestas todos sus abuelos y deudos muertos”.
      En esas festividades, al lado de Francisco Pizarro y el resto de los Viracochas estaba la respetada momia de Huaina Capac y de los demás grandes Incas. El entusiasmo fue de tal magnitud que los festejos se extendieron a lo largo de treinta días. Había llegado la hora de la venganza contra quienes masacraron sin piedad a la  crema de la nobleza cuzqueña. Los jóvenes orejones Hanan pugnarán pronto por marchar sobre Apo Quizquiz a quien se sabe en Condesuyos. Querían vengar el asesinato de sus padres y madres. El odio está aún encendido y tardará mucho en apagarse. Los castellanos no harán luego sino azuzarlo, mientras siguen asentando su dominio sobre el Tahuantinsuyu. Fingían a la perfección como omnipotentes deidades.
   
   
PERSECUSIÓN DE  APO QUIZQUIZ

Para exterminar al ejército de Apo Quizquiz, reunió Manco Inca diez mil nuevos combatientes.
Con ellos emprendió campaña hacia el norte, aunque sin alcanzar a su odiado enemigo.  Se detuvo en Vincho, pero no halló ni noticia de su rival en todos sus alrededores.  Pero como había ofrecido no volver “hasta que matase al traidor de Quizquiz” siguió en campaña más hacia el norte.  Probablemente las huestes cuzqueñas de Manco Inca tuvieron choques con las de Inca Ruallo, lugarteniente del general quiteño; quien quedó  acantonado en Vilcashuamán;  retirándose luego en seguimiento de su jefe máximo.


SEGUNDA BATALLA DE JAUJA

Enfrentó esa cruenta batalla al Capitán Gabriel de Rojas y al tenaz General Apo Quizquiz.  Bajo el mando  del primero lucharon cuarenta castellanos -veinte montados – y el mínimo de tres mil guerreros indígenas, especialmente jaujinos; enemigos mortales de los quiteños.  Cabe señalar que ya aquí, en este encuentro, se armó a los siervos yanaconas para que lucharan en el campo de batalla contra Apo Quizquiz.
Antonio de Herrera, siguiendo a Cieza de León, nos ha descrito así aquel encuentro:
Los españoles “determinaron de aguardar el acontecimiento en el campo, por aprovecharse mejor de los caballos, que como temerosos y espantables a los indios, , era su total remedio; y llevando consigo a los indios amigos y a los Yanaconas, llegaron a las manos, y no turbándose Quizquiz por hallarlos apercibidos, contra lo que había imaginado, acometió animosamente y los suyos peleaban con sus dardos, hondas y armas ordinarias, y en el primer ímpetu mataron a muchos indios de los que llevaban los castellanos y prendieron sesenta yanaconas y más prendieran y muchos más mataran, si el socorro de los caballos, contra los cuales no hallaban reparo, no los hiciese estar en freno, los cuales acudiendo con presteza a todas partes, bien cerrados y apretados, en una tropa, rompían, alanceaban y mataban”.
“Finalmente, conociendo el Quizquiz que su fortuna era contraria, dejó la batalla y tomó en camino de Quito, y luego hizo matar a los sesenta Yanaconas presos.  Los castellanos hicieron gran mortandad en los indios, pero todos quedaron heridos y uno solo muerto, que así le hallaron debajo de su caballo; y también mataron tres caballos; cosa de gran pérdida, pues ya llegaba el precio de un caballo a cuatro y cinco mil pesos”.
Otra importantísima versión de esta batalla de las fuerzas indo-españolas, acaudilladas por Gabriel de Rojas, contra las tropas de Apo Quizquiz, es la que nos proporciona el Secretario de Francisco Pizarro:
“… después de oír misa tomó el Tesorero (Riquelme) veinte caballos y veinte peones con dos mil indios amigos, dejando en la ciudad otros tantos españoles de a caballo y de a pie, previniéndoles que cuando los enemigos los acometieran por la otra parte hicieran una señal que ellos la pudieran ver para que vinieran a socorrerlos.
Salidos de la ciudad los españoles con el lugarteniente vieron que los Indios de Quito habían cruzado el río pequeño con sus escuadrones en los que podría haber hasta seis mil de ellos, que viendo a los españoles que se retiraron y volvieron a pasar de la otra banda.  Pues viendo los españoles que si ellos no acometían a los enemigos aquel día,  la noche siguiente  vendrían a saquear y poner fuego a la ciudad determinó de pasar el río y pelear con los enemigos, donde se tuvo una brava escaramuza así de tiros de ballesta y arcos como de piedras, y al tesorero que iba delante de todos por el río abajo le acertaron una en la coronilla de la cabeza que lo echó del caballo en medio del río y atarantado se lo llevó el agua un buen tiro de piedra, de suerte que se hubiera ahogado si no lo hubieran socorrido unos ballesteros españoles, que lo sacaron con mucho trabajo.
Dieron asimismo a su caballo una pedrada en la pierna que se la rompieron y murió luego.  En esto cobraron grande ánimo los españoles y apretaron para pasar el río,  y viendo los indios su determinación se retiraron a un monte agro, donde murieron unos cientos.  Los caballos lo  siguieron legua y media por el monte;  y porque se habían recogido en lo más fuerte del monte en donde los caballos no podían subir,  se retiraron a la ciudad.   Y visto luego que los enemigos no salían de aquella fortaleza del monte se determinaron de volver de nuevo contra ellos y salieron la vuelta dellos veinte españoles con más de tres mil indios amigos, que los acometieron en aquel monte donde estaban fortalecidos, y mataron a muchos echándolos de aquella fortaleza y persiguiéndolos más de tres leguas, con muerte,  de cuya victoria quedaron tan contentos los Indios amigos como si ellos solos la hubieran alcanzado”.
Mucho debieron festejar los jaujas y los yanaconas esa victoria sobre el general Apo Quizquiz.  Este no tuvo otro remedio que apresurar su retirada hacia el norte.  Pasó a Tarma, pero también fue arrojado de allí por los lugareños.



NUEVA   PERSECUCION

Las noticias de la victoria de Jauja causaron gran alegría en la capital imperial, tanto entre los cuzqueños como a los Viracochas.  Pero como desde allá se pedían refuerzos para continuar la persecución a Apo Quizquiz, quien se había fortalecido en las comarcas huanuqueñas, se procedió nuevamente a reclutar gente.


FUNDACION  ESPAÑOLA  DEL  CUZCO

El  23 de marzo de 1534 se fundó la Ciudad del Cuzco, repartiendo solares y encomiendas.  Oro y plata habían sido ya derramados abundantemente entre los Viracochas.  Los indios debían mirar con mucho asombro todas estas raras ceremonias; del mismo modo como habían contemplado el Requerimiento a principios de enero.


PARTEN MANCO INCA Y FRANCISCO PIZARRO

Manco Inca y el jefe de los Viracochas partieron rumbo a Jauja.  En el camino se enteraron de que Apo Quizquiz se había rehecho.  Fue entonces cuando Manco Inca solicitó a sus lugartenientes en el Cuzco la remisión de otros dos mil hombres escogidos.  Así llegaron a Jauja, el rey indio y aquel a quien se creía enviado por los dioses.




OTRO COMBATE

Hernando de Soto y cuatro mil indios aliados comandados por un hermano de Manco Inca batieron a Apo Quizquiz desalojándolo de muy buenas posiciones al norte de Jauja.  Mientras tanto Diego de Almagro se dedicaba a pacificar las comarcas del Valle del Mantaro.


UN GRAVE RIESGO

La alegría de los Viracochas por la forma como iban imponiéndose en el Tahuantisuyu se rompió de pronto.  Llegaron noticias de que naves del famoso capitán Pedro de Alvarado habían sido vistas en la costa.  Francisco Pizarro temió la competencia del aguerrido compañero de armas de Hernán Cortés.
Fue entonces cuando despachó con celeridad a Diego de Almagro hacia el norte para consolidar la guarnición de Sebastián de Belalcázar, acantonada en San Miguel de Piura.   Pero cuando llegó a esa ciudad, ya no encontró a aquel capitán.  En efecto, Belalcázar había partido para conquistar Quito; pero muchos rumoreaban que estaba coludido con Pedro de Alvarado.


MANCO  INCA  Y  HERNANDO DE  SOTO

Con pequeña tropa española y tres mil indios de linaje partieron de Jauja Manco Inca y Hernando de Soto para liquidar a Apo Quizquiz; quien había vuelto a tomar fuerza.
Así entre los Viracochas y esos guerreros cuzqueños selectos destrozaron la línea de defensa de Apo Quizquiz; quien, sin embargo, alcanzó a retirarse en buen orden hacia el norte.
Mientras tanto, Diego de Almagro, desesperado al no haber hallado a Sebastián de Belalcázar en Piura se lanzó a la aventura del segundo a través de las desconocidas serranías del norte del Tahuantisuyu.  Rumbo a Quito lo encontraremos luego donde lo aguardarían increíbles aventuras.  Pero antes veamos cuales fueron los hechos de armas de aquel a quién ahora perseguía desesperadamente y cuantos fueron los sufrimientos de Belalcázar para dominar a Rumi Ñahui.


CAMPAÑA DE RUMI  ÑAHUI

El General Rumi Ñahui, dueño de Quito, una vez muerto Atao Huallpa, había decidido romper definitivamente sus lazos con la dinastía norteña.  Liquidó a sus más calificados representantes, especialmente a los que podrían tener alguna posibilidad a la sucesión en el dominio de esas regiones.
Cuando Francisco Pizarro partió a Cajamarca, rumbo al Cuzco, ya había encomendado a Sebastián de Belalcázar que reforzase la guarnición española en San Miguel de Piura.  No mucho tiempo después de su arribo, se presentaron ante Belalcázar embajadores de los Cañaris con el fin de solicitarle que los ayudara en la guerra de independencia contra Rumi Nahui; quien había cometido numerosos abusos contra esa poderosa confederación.  Sebastián de Belalcázar no pudo hallar mejor ocasión para dirigir sus huestes sobre Quito.
Así fue como, con unos doscientos Viracochas partió “a defender a los Cañaris, que se le habían dado por amigos”; y simultáneamente salió a defender esa parte del Imperio de los Incas de un nuevo conquistador, de ese intruso verdaderamente temible que era Pedro de Alvarado.  Aquel veterano de las guerras contra los aztecas ahora estaba en el Perú en pos de nuevas glorias y tesoros.
Las tropas quiteñas comandadas por Chaqui Tinta, tuvieron un primer desastre ante Belalcázar en Zoropalta.  Allí puso espanto la caballería y no se atinó a hacer frente a los españoles que venían ya con buenos auxilios indígenas.  A poco se formará la alianza definitiva entre españoles y cañaris. En frente unido irán entonces los europeos y los indios amigos contra Rumi Ñahui.


BATALLA  DE  TEOXACAS

Poco después se libró la furiosa batalla de Teoxacas, tan encarnizada que no hubo vencedores ni vencidos: “los unos y los otros se apartaron sin quedar la batalla sin ninguno”.  Destacaron, con sus ancestrales virtudes guerreras, los Cañaris; eficaces aliados de los conquistadores.

El encuentro se realizó con una sorpresa sobre una vanguardia de diez jinetes.  Luego el choque se generalizó.  Los quiteños lograron matar varios caballos de sus enemigos, pese a su inexperiencia.  Unas trampas que Rumi Ñahui había puesto para los caballos son denunciadas por gente que abandona su cuartel para pasarse al campo español.  Terminado el combate mataron los indios cuatro castellanos.  La reacción se debió a que un Capitán indígena  detuvo la retirada de su gente para contraatacar a las huestes hispano-cañaris.  Llega la noche y resultan virtualmente cercados por sus enemigos.
Decididos a romper el sitio atacaron sorpresivamente a las pocas horas por un solo lugar.  Destrozado el cerco maniobran con la caballería y atacan por la retaguardia.  Deshacen la resistencia india y capturan entonces muy buen botín de bastimentos y tesoros.


BATALLA  DE  RIOBAMBA

Tras el desastre de Teoxacas, las fuerzas de Rumi Ñahui se volvieron a fortalecer en Riobamba.  Allí volvieron a encontrarse con los Viracochas y sus Cañaris.  Una emboscada que se preparó contra la caballería es otra vez delatada por gente que deserta de sus filas.  Pero siempre alcanzan a matar a cinco españoles.
Al ser sorprendido un destacamento de su ejército, Belalcázar se retiró precipitadamente.  Pero dando un rodeo, cayó de sorpresa sobre la ciudad; poniéndola así bajo su dominio.
En las cercanías de Ambato en Pancallo, se librará una nueva batalla que buscó Sebastián de Belalcázar; empeñado en liquidar todo vestigio de resistencia.  Pero los quiteños lograron salvar buena parte de sus efectivos, retirándose más hacia el norte.  En esas campañas han destacado al lado de Rumi Ñahui, los Generales Inca Rabayu y Rupay Yupanqui.


TOMA  DE  QUITO

Rumi Ñahui encuentra imposible la defensa de la gran ciudad y decide abandonarla a su suerte. De todos modos, Sebastián de Balalcázar encontraría resistencia en sus alrededores pero no de magnitud.  Antes de partir, el jefe indio se llevó sus riquezas y mató a sus trescientas mujeres para impedir que cayeran en manos de los conquistadores.  Decidió guarnecerse en un lugar agreste.  Se realizaría a poco un intento sorpresivo de los quiteños para recuperar su capital.  Fracasó por cuanto los castellanos estaban prevenidos para cualquier emergencia.


COMBATE  DE  YURBO

Los últimos intentos de resistencia los realizará Rumi Ñahui en Yurbo.  Aquí los Cañaris inician el combate contra ya muy reducidos efectivos quiteños.  La caballería acabará de aplastar los postreros vestigios de esta lucha.  Rumi Ñahui, fiel a su vida heroica, se hundió en las selvas; sin entregarse a los cristianos.  Aquí se pierde ya su huella y los datos aparecen sumamente confusos y hasta contradictorios.


ALMAGRO  Y  BELALCAZAR

Tras la definitiva derrota de Rumi Ñahui se encontraron Diego de Almagro y Sebastián Belalcázar en Quito.
El primero ha venido a marchas forzadas desde Jauja, advertido ya por Francisco Pizarro de la posibilidad de un desembarco de Pedro de Alvarado en el extremo norte de la costa del Tahuantinsuyu y,  además, dudando de la lealtad de Belalcázar; quien tras abandonar San Miguel de Piura inició, por su cuenta y riesgo, una expedición al norte, hacia Quito.  Aclaradas las cosas, los dos capitanes peninsulares se pusieron de acuerdo para eliminar a competidor tan peligroso como el lugarteniente de Hernán Cortés.


LA  MARCHA  DE  LA  MUERTE

Sin que Almagro y Belalcázar supieran donde, Pedro de Alvarado había desembarcado en las tropicales playas septentrionales del Imperio de los Incas; región pantanosa, hostil y poco poblada por gente primitiva.
Venía con formidable ejército de quinientos hombres muy bien equipados, dos mil indios centroamericanos y considerable número de negros.  Fue, sin embargo, una de las más desgraciadas expediciones de la historia.
El infierno de los pantanos y la maleza quedó regado de cadáveres.  Pero luego vendría lo peor; los hielos de las cordilleras.  Ignorando los pasos, trató de cruzar por donde juzgó más rápida la marcha.  Pueblo indígena que hallaban lo destruían para llevar como esclavos a sus pobladores.  Indios y negros perecieron en forma inverosímil por el hambre y el frío.  Se comió de todo; hasta cueros y ratas.  Finalmente, no hubo más remedio que establecer el canibalismo entre los indios auxiliares como único medio de supervivencia.  Con perros furiosos y a golpes de espada se aguijaba a los lerdos en las marchas; mientras se defendían de ataques de tribus hostiles.  Finalmente perderían la vida en esta odisea ochenta y cinco españoles y seis mujeres castellanas.  De los indios y negros que murieron, nadie llevó cuenta jamás.  Se dice que los jefes arrebataban a las madres de sus hijos para que cargaran bultos y bagajes.  Muchos dejaron allí dedos y manos y hasta la vista por efecto de la nieve.  Sufrieron por último, la espantosa erupción del volcán Cotopaxi, cuya ceniza llovió sobre la expedición.  Pero Alvarado, tenaz, no torció el rumbo.  Iba sobre Quito, en donde estaban dos de sus importantes compatriotas: Almagro y Belalcázar, quienes tramaban la mejor forma de eliminarlos.


BATALLA  DE  LIRIBAMBA

Como se ha visto, tras los reproches de Almagro a Belalcázar por haber abandonado sin aviso San Miguel de Piura vino la unión de esos dos jefes.  El pacto había sido motivado por los rumores de presencia de Pedro de Alvarado en la costa  y por la reorganización de las huestes de Apo Quizquiz.
Dejando de gobernador de Quito a Belalcázar partió Almagro rumbo al sur, pero no muy lejos  tuvo ya un encuentro con indios rebeldes.  Fue en Liribamba, y “venció con gran dificultad”.  Cabe recalcar que pelearon allí escuadrones de mujeres contra los españoles y contra crecido número de aliados Cañaris.
Un general indígena capturado informó a Almagro de que Pedro de Alvarado estaba no lejos de allí, cercado por los indios en Sicho.  Cundió entonces la alarma entre Almagro y los suyos.


PACTO  DE  RIOBAMBA

Almagro partió aceleradamente en esa dirección, hallándose con que Alvarado había ya roto un breve cerco puesto por el Curaca Rupay Yupanqui.  Ambos ejércitos españoles se acercaron y estuvieron a punto de entrar en armas.  Todos estaban dispuestos a luchar por el botín y por la nueva tierra.  Felizmente para ellos, hubo intermediarios que calmaron los ánimos y lograron un entendimiento.
La situación había sido tan tensa que Almagro se atrincheró, sabiendo del mayor número y mejor armamento de Alvarado.  Para compensar esas deficiencias contaba diez mil indios cañaris y de otras naciones indígenas listos para entrar en acción a su favor.  Pero las deserciones de los de Alvarado al campo almagrista favorecieron, pronto, un arreglo pacífico.




LA  AMBICION  DE  FELIPILLO

Antes de iniciarse las negociaciones, Felipillo se pasó al bando de Pedro de Alvarado, abandonando a su protector Almagro.
El ladino intérprete poseía –de hecho- , notable influencia entre los indios de guerra que ayudaban a los españoles.  Logró que un Curaca lo acompañase en dicha aventura; y una vez en el campo de Alvarado se lo vio en varias reuniones con los jefes indios que respaldaban a aquel.  Muchos creyeron que tramaba una revuelta para dar sobre los sobrevivientes de la feroz batalla entre españoles que parecía avecinarse.
Como resultado de las negociaciones de Riobamba, Pedro de Alvarado acordó vender toda su escuadra y ejército en cien mil pesos de oro.  Precio elevadísimo que Almagro se comprometió a pagar para salvar la paz entre los cristianos.
Tal venta quedó en secreto hasta mucho después; y fue bastante criticada como poco honorable.


LA VENTA SECRETA

Como resultado de las negociaciones de Riobamba, Pedro de Alvarado acordó vender toda su escuadra y ejército en cien mil pesos de oro.  Precio elevadísimo que Almagro se comprometió a pagar para salvar la paz entre los cristianos.
Tal venta quedó en secreto hasta mucho después y fue bastante criticada como poco honorable.


NUEVAS CAMPAÑAS CONTRA APO QUIZQUIZ

Fundado oficialmente San Francisco de Quito el 28 de agosto de 1534, y quedando allí Sebastián de Belalcázar, iniciaron su marcha hacia el sur Pedro de Alvarado y Diego de Almagro.
No mucho después de la partida, el jefe de los Cañaris le advirtió que Apo Quizquiz contaba con nuevo ejército y que estaba por el sur de Tumebamba.  Manco Inca y Hernando de Soto no habían logrado aniquilarlo del todo.  Fue entonces cuando el belicoso jefe de los Cañaris dijo a Diego de Almagro que “se lo pondría en sus manos si lo quería aguardar”.  Pero los españoles prefirieron tomar a su propia cuenta la campaña contra Apo Quizquiz.
El tenaz General partía mientras tanto de sus refugios en Huancabamba y tras reclutar nuevos escuadrones en las serranías piuranas continuó bregando por su plan inicial: recuperar Quito.  Fue así como cayó sobre Pedro de Alvarado.


COMBATE  DE  CHAPARRA

Por dominar algunos pequeños grupos rebeldes, Almagro se rezagó.  Fue en esas circunstancias que sobrevino el combate entre los jefes indios y Pedro de Alvarado, hombre sin piedad como veterano de las guerras mejicanas.
En Chaparra se impuso Alvarado y logró capturar al jefe de la vanguardia de Apo Quizquiz, el General Socta Urco, a quien “lo prendieron peleando”.  El grueso del ejército de Apo Quizquiz, no obstante, no había participado en Chaparra y estaba intacto.


BATALLA ENTRE ALVARDO Y APO QUIZQUIZ

Alentado por el éxito, Alvarado prosiguió avanzando hacia el sur sin aguardar a Almagro.  Fue entonces que chocó con Apo Quizquiz.  Catorce españoles muertos fue el saldo de ese encuentro.


BATALLA ENTRE ALMAGRO Y HUAINA PALCON

Mientras Alvarado se batía adelante con Apo Quizquiz, Almagro en la retaguardia tuvo que hacer frente a las tropas del lugarteniente de aquel, Huaina Palcon.
Este encuentro constituyó un fracaso para los españoles, pues no consiguieron desalojar a los indios de las magníficas posiciones en que se habían atrincherado.


CATASTROFE  ESPAÑOLA

Empeñados en abrirse paso hacia el norte, Apo Quizquiz y Huaina Palcon, unidos, continuaron batallando.
Defendiéndose de la implacable persecución española, tras cruzar un río, aprovechando una cuesta que seguía, Apo Quizquiz consiguió matar 53 españoles y buen número de caballos.  Pero perdió cuatro mil de sus hombres; quienes desertaron se fueron al campamento español.  Fueron posiblemente los siervos portadores del bagaje, llevados por la fuerza en regiones adversas a Quito.


DESASTRE   INDIO :  SEGUNDA  BATALLA  DE  RIOBAMBA

Ese resonante triunfo fue seguido de una terrible derrota de Apo Quizquiz.  Sus ya escasas legiones fueron deshechas por un lugarteniente de Balalcázar en Riobamba.


ASESINATO  DE  APO  QUIZQUIZ

Discutiendo en su refugio de las montañas la estrategia a asumirse en el futuro, Apo Quizquiz y Huaina Palcon se trabaron en una ardorosa discusión.
Ambos eran nobles quiteños, pero de mayor linaje Huaina Palcon.  Indignado éste por la decisión de Apo Quizquiz  de mantener una prudente lucha guerrillera, y no obedecerle en salir a librar un combate a campo abierto, cogió una lanza y lo atravesó por el pecho.
Así acabó el eje de la resistencia incaica en esta primera etapa de las guerras Castellanas en el Antiguo Perú.  Con su muerte se cierra todo un ciclo de la Conquista del Tahuantinsuyo.  Como símbolo de la tragedia del Incario, cayó victimado por un hombre de su propia raza y aún de su propia nación.
Desde entonces los Viracochas, cuya divinidad es aceptada también en muchísimos valles del norte, y  hasta en parte de Quito, reinarán con absoluta omnipotencia por un buen tiempo.  A todo lo largo  del dilatado lapso que duraron las multitudinarias festividades cuzqueñas que celebraban el restablecimiento en el trono de la legítima dinastía de los Hanan Cuzcos.


ENTREVISTA  DE  PACHACAMAC

Algún tiempo después del asesinato de Apo Quizquiz se efectuó en Pachacamac la conferencia entre Francisco Pizarro y Pedro de Alvarado, pagándose entonces los cien  mil pesos de oro ofrecidos por Almagro.
Almagro y Alvarado, al venir de Quito a Pachacamac, fundaron la ciudad de Trujillo el 6 de diciembre de 1534.  Antes se habían detenido varias semanas en San Miguel de Piura.
La eliminación de un rival tan poderoso como Pedro de Alvarado causó gran satisfacción entre los almagristas y pizarristas.  Quedaron aquí, además, sus indios guatemalas y sus esclavos negros, aparte de los cientos de españoles que había traído consigo. Grandes fiestas hubo en Pachacamac con tal motivo.  Se jugó, además, desenfrenadamente y hubo hasta apuestas de cincuenta mil pesos de oro.


Vega,J. (1963). La guerra de los viracochas. Peru: Populibros Peruanos


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